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HOMILÍA DOMINICAL - CICLO B Vigésimo DOMINGO P. Félix Jiménez Tutor, escolapio ... |
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EVANGELIO En aquel tiempo, Jesús dijo a los judíos: -Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo: el que coma de este pan, vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo. Disputaban entonces los judíos entre sí: ¿Cómo puede éste darnos a comer su carne? Entonces Jesús les dijo: Os aseguro que, si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día. Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre, habita en mí y yo en él. El Padre que vive me ha enviado y yo vivo por el Padre; del mismo modo, el que me come vivirá por mí. Este es el pan que ha bajado del cielo: no como el de vuestros padres, que lo comieron y murieron, el que come este pan vivirá para siempre.
HOMILÍA 1 Al pie de una gigantesca montaña de China vivía un padre con sus tres hijos. Eran una familia sencilla y muy unida. El padre veía cómo muchos viajeros pasaban por allí ansiosos de escalar la montaña peligrosa. Pero ninguno regresaba. Los tres hijos oían las historias que se contaban sobre la montaña. Decían que su cumbre estaba hecha de plata y oro. A pesar de los muchos consejos del padre, los tres hermanos decidieron probar fortuna. En el camino, bajo un árbol, estaba sentado un mendigo al que nadie ayudaba ni le prestaba la menor atención. Uno tras otro, los hijos se perdieron por la montaña. Uno se quedó en la casa de la buena comida, otro en la casa del vino y el tercero en la casa del juego. Los tres, esclavos de su avaricia, se olvidaron de la casa paterna y del padre. El padre los echaba de menos y, peligros aparte, se fue en su búsqueda.- El padre vio al mendigo sentado bajo el árbol y le pidió consejo. "La montaña te devolverá a tus hijos si encuentras algo casero que les haga recordar el amor de la familia". El padre fue a casa, preparó un tazón de arroz y dio una parte al mendigo por su sabiduría. Más tarde encontró a sus hijos y cuidadosamente puso un grano de arroz en cada una de sus lenguas, uno a la vez. Y así su verdadera vida se les fue revelando. Volvieron a casa con su padre y volvieron a ser la familia sencilla y unida de antes. Sólo un grano de arroz sobre sus lenguas y la casa, la mesa y el amor revivió en sus corazones. El padre tuvo que darles la verdadera comida, algo casero, de siempre, para hacerles descubrir su identidad. ¿De qué nos alimentamos cada día? ¿Cuál es nuestra dieta? ¿A qué mesa nos sentamos, a la de la Sabiduría y Jesús o a la mesa de la locura? Con frecuencia, personas aparentemente sensatas, incluidos todos nosotros, nos alimentamos de la comida que produce preocupaciones y ansiedades, egoísmo e intolerancia, odio y desesperación, es decir, la mesa de la locura. "Venid a comer mi pan y a beber el vino que he mezclado; dejad la inexperiencia y viviréis, seguid el camino de la prudencia". Aquí, en la iglesia, Jesús es no sólo el anfitrión es también la comida, el celebrante, el sacerdote, la mesa, el pan y el vino. Y, nosotros, reunidos en este lugar, formamos el pueblo de Dios y compartimos los dones que Dios nos da para el viaje de la vida. Nosotros necesitamos amor verdadero y hermanos verdaderos con los que reír, llorar, rezar…Podemos tener lo mejor de todo lo que existe pero si no nos sabemos amados por Dios y los hermanos nos secamos y morimos. Cuando comemos el cuerpo y bebemos la sangre de Cristo nos hacemos un poco más cristianos. Los primeros cristianos decían "no podemos vivir sin celebrar el día del Señor". Cuando celebramos el día del Señor y compartimos su mesa nos comprometemos a:
HOMILÍA 2. COMER O NO COMER La palabra clave en este largo sermón que es el capítulo 6 del evangelio de San Juan es COMER. Comer pan y beber vino. Hoy nos olvidamos del verbo creer y pensamos en lo urgente, COMER. Recuerden que la primera tentación del primer hombre, Adán, fue comer o no comer del árbol del bien y del mal. La serpiente primordial despertó su apetito y su ambición y Adán comió del árbol prohibido. Hoy, Jesús, vencedor de la serpiente, nos invita a comer el pan de vida. Esta necesidad tan humana, tan vital, es cantada en múltiples textos de la Biblia y de la literatura. En la primera lectura del libro de los Proverbios, Sabiduría, Sofía, una mujer, “ha preparado una mesa”. “Venid a compartir mi comida y a beber el vino que he mezclado”. El banquete de la sabiduría lleva tiempo, aprendizaje, dedicación y amor porque es el banquete de la vida y para la vida. El banquete de la otra mujer, texto no proclamado, llamada Necedad es el carpe diem, gozo presente, la inmediatez satisfecha, los sentidos abrevados, probar su banquete lleva a la muerte, su salón es una tumba de la que nadie sale. En el principio era el árbol de la vida y el árbol del conocimiento del bien y del mal. La inculturación gastronómica es difícil y un obstáculo para los seres humanos. Adaptarse a la moda del vestir y pensar es cómodo y rápido. Siempre añoraremos las comidas de casa, nuestra herencia familiar y patria. Los judíos que escucharon el sermón de Jesús aquel sábado gritaron: blasfemo, traídor, abominable, violador de lo santo, serpiente primordial. Sus oídos no podían creer lo que oían. “Comed mi carne y bebed mi sangre” eran alimentos prohibidos por la Ley, era una idea repugnante y contraria a la dieta alimenticia promulgada por Moisés. Jesús sabía que su sermón corría el riesgo de escandalizar y ofender a sus oyentes y lo asumió y hasta cargó las tintas para bien distinguir la mesa de la antigua alianza de la nueva. “Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida”. Vuestros padres comieron el maná y bebieron de la roca y murieron, pero los que se sienten a mi mesa, compartan mi pan, beban mi vino y celebren el don de Dios, esos vivirán para siempre. Comulgar es hacerse uno con Cristo. Comulgar es satisfacer el hambre espiritual. Comulgar es reconocer y amar a Jesús. Jesús ya no es una idea para llenar nuestro cerebro. Jesús se hace pan y vino, carne y sangre, para alimentar a sus hijos que son también de carne y de sangre. Jesús le dijo a Pedro tres veces: “Alimenta mis ovejas”. Y la Iglesia sigue poniendo una mesa y sobre la mesa pan y vino para la asamblea de los hijos presidida por los sacerdotes. Vivamos la Eucaristía como el gran regalo de Jesús.
HOMILÍA 3
A few years ago
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