HOMILÍA DOMINICAL - CICLO B

  Cuarto Domingo de CUARESMA

P. Félix Jiménez Tutor, escolapio ...

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 Escritura:

2 Crónicas 36, 14-16.19-23; Efesios 2, 4-10
Juan 3, 14-21

EVANGELIO

En aquel tiempo dijo Jesús a Nicodemo: "Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el hijo del hombre, para que todo el que cree en él tenga vida eterna. Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna. Porque Dios no mandó su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. El que cree en él no será juzgado; el que no cree ya está condenado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios. El juicio consiste en esto: que la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron las tinieblas a la luz, porque sus obras eran malas. Pues todo el que obra perversamente detesta la luz y no se acerca a la luz, para no verse acusado por sus obras. En cambio, el que realiza la verdad se acera a la luz, para que se vea que sus obras están hechas según Dios".

 

HOMILÍA 1

Una revista japonesa tiene en una de sus páginas la fotografía de una mariposa en blanco y negro. Pero al contacto del calor de la mano la tinta reacciona y la mariposa se va transformando poco a poco y aparece llena de color y en toda su belleza.

Hay aquí, en la comunidad del Pilar, muchas páginas en blanco y negro, grises, que esperan también ser transformadas y llenarse de color y de vida.

Hay aquí, en este domingo, muchos Nicodemos que buscan a Jesús pero como el Nicodemo del evangelio no entienden el mensaje de Jesús.

Jesús le dijo a Nicodemo que para entrar en el Reino de dios "hay que nacer de nuevo". Hay que aprender a ver.

No somos religiosos porque creemos unas verdades, recitamos una oraciones y celebramos unos ritos, sino porque vemos el mundo y nuestra vida con los ojos de Jesús. Y venimos aquí para aprender a ver y nacer de nuevo.

Cierto, hay muchas maneras de ver a Jesús.

El Jesús que ven los niños, los adultos, los incrédulos, los cristianos. El Jesús del cine y del arte. Incluso entre los curas hay distintas maneras de verlo y hablar de Él.

"Así como Moisés levantó la serpiente en el desierto así también es necesario que el Hijo del hombre, Jesús, sea levantado en alto".

Nos cuenta el libro de los Números la prueba de las serpientes venenosas. Dios no elimina las serpientes pero les da a todos un contraveneno: mirar a la serpiente que Moisés levantó y así quedaban libres del veneno de la picadura.

"El Hijo del hombre, Jesús, tiene que ser levantado en alto para que todo el que crea tenga vida eterna".

En el tiempo nuevo, en el nuevo templo que es Jesús hay que mirar al que es siempre nuevo. Jesús es levantado en alto. Levantado en la cruz, Jesús es el contraveneno para el pecado; levantado en la cruz, Jesús es la puerta de la vida; levantado en la cruz, Jesús es la prueba de que Dios nos ama; levantado en la cruz, Jesús es el que nos mira y nos presta sus ojos para vernos a nosotros mismos redimidos y amados.

Levantado en alto, Jesús es también glorificado, resucitado, sentado a la derecha del Padre, victorioso y triunfador.

Levantado, nosotros somos urgidos a mirar al que levantaron, es decir, creer en el que dio la vida por nosotros.

"Tanto amó Dios al mundo que le dio su Hijo único para que todo el que crea tenga vida eterna".

El amor verdadero no pide nada. El amor verdadero da, se da. Y Dios que es amor no te pide nada, se te da a si mismo a través de su Hijo único. Dios da porque ama.

Y el amor de Dios no se conquista como el amor de una mujer con piropos, con citas, regalos y promesas de eterna fidelidad. El amor de Dios se acepta sin más. El amor de Dios, como todos los amores, tiene su prueba de fuego y ésta es la cruz de su Hijo.

Y el que mira y cree en el Hijo, ve y cree en el Padre y tiene ya la vida eterna.

A veces escucho testimonios de personas que me confiesan: yo empecé a sentar la cabeza y a tomarme la vida en serio cuando conocí a la que hoy es mi esposa. Hay amores que nos cambian el rumbo de la vida, nos hacen más maduros y nos ayudan a ver las cosas con ojos nuevos.

Imagínese el cambio que tendría que dar un cristiano cuando descubre que es amado por Dios, que Dios muere en Jesús por él, que Dios le ofrece gratis la salvación y que la vida para siempre es puro don; entonces esa página en blanco y negro que es su vida se transforma en una página llena de color y gozo y alabanza cuando es tocada por el calor del amor de Dios.

¿Se dejará usted, hoy, tocar por el amor de Dios?

¿Aceptará usted, hoy, al Hijo único que Dios le da?

Si sí, ha entrado en la vida eterna.

Si sí, ha sido transformado por el amor.

Si sí, ¿qué personas puede usted transformar hoy con el calor de su mano y de su amor?

¿Su familia, su comunidad, su iglesia, sus amistades…?

Sólo desde el amor que Dios ha plantado en su corazón puede usted transformar el mundo y su mundo.

Tanto amó Dios al mundo que me dio, a mi, su Hijo único. Y yo quiero responder con mi fe y mis obras al amor de Dios.

Y quiero que mi trabajo no sea sólo el maldito trabajo de cada día sino un trabajo de amor a Dios y a los hermanos.

 

HOMILÍA 2

JUAN 3, 16

“Las religiones no limitan su enseñanza, como lo hacen las universidades de hoy, a un tiempo fijo (unos pocos años en la juventud), a un espacio particular (campus universitario), a un aspecto particular (la conferencia)”. Las religiones  usan todos los recursos posibles: palabras, gestos, símbolos, sacramentos, familia…para transformar nuestras mentes. Tarea que se prolonga a lo largo de toda la vida.

Hoy, el evangelio de Juan que hemos proclamado nos invita a interiorizar y memorizar el versículo más conocido, más repetido y más predicado de toda la Biblia, el versículo 3,16 del evangelio de Juan. “Dios amó tanto al mundo que nos dio su Hijo único para que todo el que crea en él no perezca sino que tanga vida eterna”.

Los aficionados al fútbol americano seguro que han oído hablar de Tim Tebow, jugador que se ha hecho famoso en el campo por su juego y controvertido en la sociedad por sus expresiones religiosas.

Tim Tebow además de su uniforme lleva algo muy especial. Debajo de su ojo derecho lleva escrito Juan y debajo de su ojo izquierdo 3,16, la cita del evangelio de hoy. Su cara es su púlpito, su rodilla hincada en el césped es su credo. Cuando escribió esta cita bíblica por primea vez noventa millones de personas cliquearon en Google Juan 3,16 para descifrar el código secreto. Pensemos lo que pensemos, Tim Tebow da un magnífico testimonio de su fe al mundo.

Cada vez más la religión y el cristianismo son tratados como el fumar, sólo se puede hacer en las áreas designadas. No hay lugar para la fe en la vida pública. Sí que lo hay para la pornografía y la violencia en las películas y el alcohol  en las largas sesiones de botellón en la vía pública.

Juan 3,16 según Lutero es un evangelio en miniatura.

La creación de Génesis es la primera bendición de Dios. La cruz es la gran bendición de Jesús para todo el mundo.

Decir que Dios es omnipotente, omnisciente, omnipresente, inmutable, eterno es no decir nada que nos acerque e ilusione. Es hablar de un E T interesante, pero totalmente ajeno a nosotros. La verdad es que el dios de los filósofos nunca ha seducido a nadie.

Juan 3,16 nos dice lo único que se puede decir de Dios, que Dios es amor. La palabra amor se convierte en estéril y banal en abstracto. Necesita hacerse concreta y tangible en algo, en alguien. Tan grande es su amor que amó no a los buenos, no a los malos, no a la iglesia, no a mí, sino al mundo, a su creación, a todo lo que creó, el mundo de los santos y el de los pecadores, el mundo cada día más enemigo suyo, pero cada día más amado. La palabra amor se hizo visible y concreta en el hijo, en la cruz de Cristo.

A este mundo de los hombres le dio todo lo que tenía en la persona de su hijo. Dar significa sufrimiento del hijo y sufrimiento del padre.

Juan 3,15 es el versículo gemelo e inseparable de Juan 3,16: “Así como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así también el hijo del hombre tiene que ser levantado para que todo el que crea en él tenga vida eterna”.

La serpiente del libro de los Números, levantada en el desierto, no era un castigo sino una sanación para los mordidos por las mil y una picaduras de las pasiones humanas. Pero había que levantar los ojos y mirarla con fe.

Jesús levantado en la cruz, extramuros de la ciudad, es también sanación, perdón, amor que nada pide y todo da, para los que levantan los ojos con fe. Sólo la fe salva, sana y abre la puerta del amor de Dios. Juan no sabe nada de listas interminables de pecados como Pablo.

Creer significa confiar y después vivir como si confiáramos. Vivir la vida en la confianza de que Dios es bueno, Dios se preocupa de nosotros, nos rodea con su amor y nos convoca a servir a los demás, única forma de amar de verdad.

Como dice Nikos Kazantzakis: “Cristo no es el puerto donde echamos el ancla sino el puerto de donde salimos. Cristo no es el final sino el principio. No es la bienvenida sino la despedida hacia un viaje feliz. No está pasivamente sentado en las nubes sino que es sacudido por las olas, sus ojos fijos en la estrella polar de Dios. Sus manos firmes en el timón. Por eso me gusta, por eso lo sigo”.

 

HOMILÍA 3

En Ystad, Suecia, hay una iglesia que no tiene nada de particular, en su sencillez nada llama la atención, pero cuando uno se adentra en su interior, en frente del púlpito cuelga una cruz con un Cristo de tamaño natural, con pelo natural coronado con una corona de espinas. Pero este crucifijo tiene un secreto y una enseñanza poderosa.

¿Cuál es la historia de este crucifijo?

Cuenta la historia que a principios del siglo XVIII el rey de Suecia visitó la iglesia como un feligrés más un domingo, sin anunciar su visita.

Cuando el pastor vio al rey sentado entre los feligreses se alegró tanto que ignoró el sermón que tenía preparado para ese domingo y dedicó su mejor oratoria a elogiar las virtudes del rey.

Unos meses más tarde la iglesia recibió el crucifijo. Con el crucifijo había una nota manuscrita que decía: “Cuélguenlo en la iglesia, frente al púlpito, de modo que cualquier pastor que suba al púlpito lo contemple y sepa sobre qué tiene que predicar”.

La tentación de sermonear, en lugar de predicar, es tan grande que todos los predicadores han caído en ella.

San Pablo que no conoció a Jesús de Nazaret, el que devorado por el celo de Dios, expulsó del Templo a latigazos a los vendedores de animales y a los cambistas, como veíamos en el evangelio del domingo pasado, confiesa en sus cartas que sólo conoció a Cristo y a éste crucificado.

Una profesora de filosofía, con la que compartí algunos programas de televisión en Soria, me confesaba que, a pesar de no ser creyente, la cruz es para ella el mejor símbolo de todas las religiones, la mejor expresión del amor desinteresado y lo tiene siempre en su mesa de trabajo.

Los que no han crecido en una familia cristiana, los que no entran en las iglesias, los que no leen los evangelios, ven a un hombre en la cruz y se preguntan y ¿ese quién es?, ¿ese qué ha hecho?

La respuesta la encontramos en este evangelio que ya hemos predicado más de una vez, en este versículo, Juan 3,16, el versículo más conocido y más predicado en muchas iglesias.

Un pastor protestante escribe: “Si ustedes son como yo, probablemente tuvieron que memorizar estas palabras en el útero. Al crecer en una familia cristiana no puedo recordar cuando escuché por primera vez, Juan 3,16, pero sé que memoricé este versículo antes de que pudiera entenderlo”.

Juan 3,16, todo el evangelio resumido en un versículo.

Jesús es el Templo en el que Dios habita. Jesús es el Hijo arrojado a la tierra y elevado sobre la cruz para que experimentemos de primera mano el Amor de Dios.

Dios ama el mundo que ha creado y a los hombres, creados a su imagen, incondicionalmente. No nos consulta, no nos pide la opinión, nos ama, punto.

El amor de Dios no lo entendemos porque no lo podemos controlar ni negociar. Dios es un amante celoso, nosotros lo único que podemos hacer es asustarnos y huir.

Si nosotros estamos eternamente agradecidos al que nos hace un gran favor, al que nos dona un órgano para que podamos seguir viviendo, ¿cómo no estar agradecidos al que nos hace el mayor de los favores dándonos a su Hijo que nos da vida abundante aquí y en la vida eterna?

Jesús es más que un ojo, un riñón o un órgano, Jesús es dador de todo bien, toda paz y salvación total.

Jesús dice todas estas cosas en una conversación nocturna con Nicodemo, un sabio de Israel. Un diálogo de sordos. Nicodemo, como nosotros, tiene en este teatro de la vida una entrada barata con visión parcial del escenario, se pierde muchos detalles a pesar de creer que lo ve todo y lo sabe todo.

Jesús, el Hijo de Dios, conoce todo el guión y da a Nicodemo pistas para que tenga una mejor visión, pero con poco éxito.

Jesús hace alusión, memoria histórica, al pasado de su pueblo en el desierto donde el pueblo es picado por las serpientes venenosas. Dios no mata a las serpientes, pero les da el contraveneno para vencerlas. Levanten los ojos a lo alto y miren la serpiente de bronce levantada por Moisés.

Jesús, a los hombres de hoy y a los predicadores de todos los tiempos, nos recuerda que frente al púlpito, como en la pequeña iglesia luterana de Suecia, cuelga el crucificado, al que hay que mirar con el corazón y al que hay que predicar con el corazón.

"Lo mismo que Moisés levantó la serpiente, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre para que todo el que crea en él tenga vida eterna".

El árbol plantado en el Calvario, desde el que Jesús nos da la mano, es el árbol de la vida plantado en el centro del paraíso, el árbol de la inmortalidad.

Los cristianos que hemos besado tantas reliquias falsas, que hemos levantado los ojos ante tantas imágenes de santos tan pequeños como nosotros, Hoy somos exhortados a mirar al Tú solo santo, al solo Tú Señor, al único que nos puede amar de verdad, perdonar sin más y salvar por pura misericordia.