HOMILÍA DOMINICAL - CICLO C

  Cuarto Domingo de CUARESMA

P. Félix Jiménez Tutor, escolapio

   

 

 Escritura:

Josué 5, 9-12; 2 Corintios 5, 17-21;
Lucas 15, 1-3.11-32

EVANGELIO

En aquel tiempo se acercaban a Jesús los publicanos y los pecadores a escucharle. Y los fariseos y los letrados murmuraban entre ellos: -Ese acoge a los pecadores y come con ellos.

Jesús les dijo esta parábola: -Un hombre tenía dos hijos: el menor de ellos dijo a su padre: -Padre, dame la parte que me toca de la fortuna. El padre les repartió los bienes.

No muchos días después, el hijo menor, juntando todo lo suyo, emigró a un país lejano, y allí derrochó su fortuna viviendo perdidamente.

Cuando lo había gastado todo, vino por aquella tierra un hambre terrible, y empezó él a pasar necesidad. Fue entonces y tanto le insistió a un habitante de aquel país, que lo mandó a sus campos a guardar cerdos.

Le entraban ganas de llenarse el estómago de las algarrobas que comían los cerdos; y nadie le daba de comer.

Recapacitando entonces se dijo: -¡Cuántos jornaleros de mi padre tienen abundancia de pan, mientras yo aquí me muero de hambre! Me pondré en camino adonde está mi padre, y le diré: "Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo; trátame como a uno de tus jornaleros".

Se puso en camino adonde estaba su padre: cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió; y echando a correr, se le echó al cuello y se puso a besarlo.

Su hijo le dijo: - Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo.

Pero el padre, dijo a sus criados: -Sacad en seguida el mejor traje, y vestidlo; ponedle un anillo en la mano y sandalias en los pies; traed el ternero cebado y matadlo; celebremos un banquete; porque este hijo mío estaba muerto y ha revivido; estaba perdido y lo hemos encontrado.

Y empezaron el banquete. Su hijo mayor estaba en el campo.

Cuando al volver se acercaba a la casa, oyó la música y el baile, y llamando a uno de los mozos, le preguntó qué pasaba.

Éste le contestó:- Ha vuelto tu hermano; y tu padre ha matado el ternero cebado, porque lo ha recobrado con salud.

Él se indignó y se negaba a entrar; pero su padre salió e intentaba persuadirlo.

Y él replicó a su padre: -Mira: en tantos años como te sirvo, sin desobedecer nunca una orden tuya, a mí nunca me has dado un cabrito para tener un banquete con mis amigos; y cuando ha venido ese hijo tuyo que se ha comido tus bienes con malas mujeres, le matas el ternero cebado.

El padre le dijo: -Hijo, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo: deberías alegrarte, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido, estaba perdido, y lo hemos encontrado.

 

HOMILÍA 1

Todos hemos visto en la televisión esos anuncios que contrastan dos fotos del mismo personaje y dicen: antes y después.

Antes: canas. Después: color natural.

Antes: calvo. Después: pelo abundante.

Antes: gordo. Después: esbelto.

La historia del hijo pródigo es también la historia de un antes y un después.

Perdido-encontrado. Muerto-vivo. Sin padre-con padre.

Cuenta un catequista que trabajaba en una fábrica que un día un joven llamado Agustín estuvo a punto de ser despedido por llegar borracho al trabajo.

Al día siguiente Agustín entró en la fábrica con miedo pero sobrio.

Al llegar el catequista le saludó diciendo: ahí viene el hijo pródigo. Agustín se enfadó y le preguntó: "¿Qué me has llamado?"

Ni Agustín ni sus compañeros sabían qué era eso del hijo pródigo. Los reunió y les contó la historia.

Cuando terminó, Agustín dijo: "eso no es justo. Ese hijo no debería haber sido admitido en casa." Los compañeros le dijeron: tú eres el hijo pródigo, ¿quieres que te despidamos?

Supongo que no, dijo encogiéndose de hombros.

¿Te acabas de inventar esa historia?, preguntó Agustín. Yo nunca he oído hablar de Dios. Yo sólo he oído decir que Dios castiga con el infierno a los haraganes.

No, no me he inventado la historia. Nos la cuenta Jesús para hablarnos de su Padre, de Dios.

Agustín estaba radiante de alegría cuando el círculo se dispersó y volvió a su trabajo.

Mira al que tienes al lado y pregúntale: ¿Conocías esa historia de Jesús?

¿Has tenido alguna vez complejo de hijo pródigo?

Alguna vez te han dicho: Mira, ahí viene el hijo pródigo.

Esta es una historia que siempre sabe bien porque siempre somos, aun los buenos o los que se creen buenos, hijos pródigos.

Sí, hermanos, yo sé que los padres y las madres viven el mismísimo drama de Dios: el drama de los hijos. Es fin de semana. Son las seis de la mañana y tu hijo no ha vuelto a casa. Miras por la ventana, escuchas la puerta y es imposible dormir. Y cuando llegan, ¡qué descanso y qué paz!

Este es el drama de Dios con todos nosotros y no sólo los fines de semana sino todos los días.

"Un padre tenía dos hijos"…Esta es la historia del mejor padre, es el mejor retrato de Dios que la Biblia nos ha dejado.

¿Quieres saber cómo es Dios?

¿Quieres hablar de Dios?

¿Quieres humillarte ante Dios?

¿Quieres alabar a Dios?

Lee una y mil veces esta historia. Dios no es como ves, un déspota, que te amenaza con el fuego del infierno, sino el padre que espera el regreso de sus hijos, el menor y el mayor.

El domingo pasado Jesús nos decía: "Si no cambian de vida"…

Hoy, a través de la historia del hijo pródigo, haragán y aventurero, Jesús nos recuerda a todos: la manera, la importancia y la necesidad de volver a casa.

¿Qué hizo el hijo pródigo con su libertad y su dinero?

Lo que hacemos todos los hombres porque la verdad es que tenemos poca imaginación y para pasarlo bien siempre terminamos haciendo lo mismo: fiestas, borracheras, sexo, broncas, algún navajazo y vuelta a empezar hasta que el dinero se acaba.

Pero este hijo hizo algo mucho más grave. Maldijo su familia, maldijo su raza, su religión, se hizo esclavo de un pagano y cuidó y vivió con los animales impuros.

Yo me lo imagino con un cartelito colgado al cuello:" No tengo casa. Tengo hambre. No tengo padre".

Y un día en que no le dolía el corazón pero sí le dolía el estómago, buceó en su alma, entró dentro de sí, miró su interior vacío y sucio y se dijo: "Cuántos criados en casa de mi padre tienen de sobra para comer y yo aquí me muero de hambre. Me levantaré y volveré".

No vuelve a casa porque ame a su padre, vuelve porque ama su vida.

No vuelve a casa porque quiere ser mejor sino porque no quiere morir en el camino.

Ni siquiera vuelve como hijo, se contenta con ser un criado más.

No vuelve porque le duele el corazón sino porque le duele el estómago. Es un retorno egoísta, interesado.

Es magnífico saber, hermanos, que a su padre no le interesa saber si su hijo está arrepentido, no le interesa conocer los motivos por los que regresa, no le importa que su hijo vuelva a hacer lo mismo otra vez. Ha vuelto a casa. ¡Qué alegría!

Es consolador saber que Dios no me exige un corazón puro para abrazarme.

Es consolador saber que Dios me recibe cuando vuelvo porque no he encontrado la felicidad en mis fiestas y pecados, cuando vuelvo por egoísmo para encontrar seguridad y paz.

El amor de Dios no necesita que le expliques nada.

Dios se contenta con tenerte en casa.

El amor de Dios no pone condiciones.

Dios se contenta con tu presencia.

El amor de Dios es una relación de Padre.

Nosotros vivimos en una red de relaciones: familia, trabajo, sociales, de barrio…¿pero qué somos si no nos relacionamos con Dios?

No tener relaciones con Dios es estar muerto.

No tener interés por Dios es vivir en el vacío, sin casa y sin padre.

El hijo pródigo desde el egoísmo, el hambre y la soledad reanuda su relación con Dios.

No importan los motivos. Porque no soy yo el que cambia, es Dios quien me va a cambiar. En esa relación Dios es el más fuerte y desde el momento en que me entrego a Él empiezo a ser cambiado y a vivir la fiesta del perdón.

Dejarse abrazar por el padre en el encuentro es el mejor regalo.

Dejarse vestir por el padre: ropa nueva, anillo y sandalias, es recuperar la identidad perdida, es volver a la vida, a ser hijo.

Entrar en la fiesta del padre es aceptar el perdón, es beber el vino del amor, es vivir una relación que no tiene fin.

"Un hombre tenía dos hijos"…

El mayor, el bueno, que no sabía que su padre lo amaba, y el menor que descubrió el amor en el pecado y en el retorno y que vivió la fiesta del perdón intensamente y el mayor que se quedó a la puerta.

Es la historia de un padre, una casa, un banquete y un padre, el nuestro.

Nosotros, los que vamos hacia la casa del Padre, a veces escuchamos una voz que dice: Dios no me ama. He hecho tantas promesas de cambiar, tantos intentos y sigo igual, viviendo como los puercos, en lugares oscuros. No tengo solución.

Pero Jesús viene a susurrarnos al oído: Soy tu padre, te he hecho con mis manos y yo amo lo que hago. Te he hecho a mi imagen. Tú eres mi hijo. No huyas. Vuelve a casa una y mil veces. Te quiero a pesar de todo, a pesar de ti.

Hermanos, el día de nuestro bautismo nos revestimos de Cristo, se nos dio una identidad nueva. Tenemos una casa, tenemos un padre, tenemos una fiesta, tenemos un banquete, tenemos un futuro y una bendición.

No te quedes a la puerta como el hijo mayor. Alégrate que sean muchos los hijos pródigos que vuelven al amor y a los brazos de Dios Padre.

Yo te invito, hoy, a contar esta hermosa historia a ese hijo pródigo que conoces muy bien. Puede ser tu marido, tu hijo, tu amigo, tu compañero de trabajo… o te la puedes contar a ti mismo porque tienes mucho de hijo pródigo y un poco de hijo mayor.

Todos hemos sido muchas veces ambos hermanos pero ¿hemos intentado ser como el Padre?

No quiero sólo ser perdonado, quiero ser también el que perdona a los otros.

No quiero ser sólo el que es bien recibido, quiero ser el que recibe bien.

No quiero ser sólo el que recibe compasión, quiero ser el que la ofrece.

¿Intentaré ser como el Padre alguna vez?

 

HOMILÍA 2

 

Ernest Hemingway escribió una conmovedora historia titulada “La Capital del Mundo”.

 

Cuenta la historia de un padre que quería reconciliarse con su hijo que se había escapado de casa y se había ido a Madrid. Para localizarlo puso un anuncio en el periódico El Liberal que decía: “Paco, te espero en el hotel Montana a mediodía, el martes. Todo está perdonado. Te quiero. Tu padre”.

Siendo tan popular el nombre de Paco, cuando llegó a la puerta del hotel encontró a 800 muchachos llamados Paco esperando a su padre.

¿Por qué acudieron al hotel? Todo está perdonado, sin condiciones.

La Cuaresma es el tiempo en que Dios anuncia a todos los Pacos del mundo este mensaje auténtico y consolador: Todo está perdonado. Te espero en mi casa.

Este es el gran anuncio que resuena en la Iglesia hoy y siempre. Anuncio que tiene que pasar de los oídos al corazón.

En la Biblia, historia más de los hombres que de Dios, encontramos muchas historias de dos hermanos, uno siempre es malo muy malo y el otro es bueno y malo a la vez. Ismael e Isaac, Caín y Abel, Esaú y Jacob, José y sus hermanos y hoy Jesús nos describe a dos hermanos, los pecadores, que son los malos malos, con los que Jesús come y hace fiesta y los fariseos, los buenos malos, que no le comprenden ni aceptan su enseñanza y se aferran a una obediencia ciega de la Ley como si fuera la única tabla de salvación.

Jesús que no es un predicador de campanillas ni un teólogo de altos vuelos nos cuenta una historia, la parábola del hijo pródigo. “Un hombre tenía dos hijos”…Historia que hemos oído tantas veces que, tal vez, ha perdido el valor de shock, ya no nos sorprende.

Hoy nos vamos a olvidar de los dos hijos. El menor, el que huye de casa, el que malgasta su fortuna, el que quiere matar al padre, a Dios. Los que estamos aquí congregados seguro que hemos sido hijos pródigos en alguna etapa de nuestra vida. 

El hijo mayor, el que se queda en casa, el que está lleno de orgullo espiritual y critica a su hermano y se enfada ante la conducta extravagante de su padre, ese hijo también lo representamos muchas veces.

Nuestra vida, por más esfuerzos que hacemos se columpia entre estas dos vertientes, entre la gracia que nos justifica y un arrepentimiento sincero pero que siempre se queda corto.

Esta parábola es un tratado sobre Dios, el Dios que corre y sale al encuentro del hijo perdido, el Dios que nunca cierra la puerta de su casa, el Dios que habla al corazón, se alegra y hace una gran fiesta. Los hombres escriben libros sobre Dios, libros sabios, elucubración humana inútil e ininteligible.

El Dios totalmente Otro, al que nadie ha visto, es el Abba, el Padre, el que nos recibe siempre, nos perdona, el final de nuestro viaje. Para Dios nadie es tan malo que no pueda ser perdonado y nadie es tan bueno que merezca recibir su amor. 

¿Por qué predicar tanto sobre los dos hijos, sobre nosotros, hombres rebeldes, duros de corazón e incapaces de matar el yo?

Dios es el personaje principal de la parábola. El es el principio y el fin, el Alfa y la Omega, comienzo y final del viaje de la vida.

No imite al hijo pródigo. Olvídese del hijo obediente.

Fíjese en el padre. Olvídese de que Dios perdona, lo importante es dejarse perdonar, aceptar su perdón sin condiciones.

Deje que el padre le libere de las cadenas esclavizantes del pecado y aprenda a perdonar. Hacerse cristiano es aceptar el papel de ser cada día más como el padre.

El amor grande del padre escandaliza al hijo mayor y el amor del cristiano ofende cuando se practica.

¿Quiere ser como el padre? ¿Quiere entrar a la sala del banquete y celebrar la fiesta del padre?

La Iglesia es la casa de la Alegría. ¿Viene con alegría a la casa del Señor? Tal vez los curas hemos convertido esta casa en la casa del aburrimiento y de la seriedad sublime como si el padre Dios necesitara un protocolo regio y rígido del que no se puede escapar.

En esta parábola sin final, sí hay fiesta, fiesta para todos. Celebrémosla con más bulla y más alegría que de costumbre.

 

HOMILÍA 3

UN HOMBRE TENÍA DOS HIJOS

Un cura después de su muerte se apareció en sueños a uno de sus feligreses y éste le preguntó: "¿Cómo se juzgan los pecados de la juventud en el cielo? "No son juzgados con gran severidad", le contestó el cura, "pero la falsa piedad y la obediencia servil sí son juzgadas con gran severidad".

Un buen chiste provoca siempre una sonrisa o una gran carcajada. A todos nos ha pasado alguna vez que nos han contado un chiste y nos hemos quedado en blanco. Si nos lo tienen que explicar algo ha fallado, ha perdido su gracia y su chispa.

Lo mismo pasa con la historia con la que he comenzado y con las tres historias de Jesús que recoge el evangelista Lucas en el capítulo 15 de su evangelio. La historia del pastor que pierede una oveja, la historia de la mujer que pierde una moneda y la historia del padre que pierde un hijo.

Muchos sermones se han predicado, un cura predicó veinte sermones seguidos sobre la parábola del hijo pródigo, sobre estas historias, resumen de todo el evangelio, que son fantásticas para decir más turbiamente lo que dicen con toda claridad y que todo el mundo entiende.

Perdonen si yo también me sumo al coro de los predicadores en este domingo, aunque sé muy bien que ustedes entienden mejor que yo y mejor que los teólogos el escándalo de la gracia de Dios y de su misericordia. Déjenme que les diga algo que ustedes intuyen: la Iglesia predica la misericordia de Dios y más en este Año de la Misericordia, pero la verdad es que sólo Dios la practica. La Iglesia sigue siendo inmisericorde con muchos hijos pródigos para ella, pero muy queridos para Dios.

La Iglesia juzga con severidad y exclusión los pecados de la juventud y alaba y agradece la falsa piedad y la obediencia servil.

"Un padre tenía dos hijos"... el menor se largó en busca de aventuras, todos lo conocemos como el hijo pródigo, el derrochador y el libertino. Sobre este hijo ha existido y existe una fijación, siempre es más interesante la vida del pecador que la del santurrón. Decía un escritor que con los buenos sentimientos se hace la mala literatura.

Drama, crisis y angustia llenan la casa del padre que ha perdido un hijo. La historia de este hijo la conocemos bien, en ese hijo nos reconocemos todos, es nuestro retrato y nos gusta porque tiene un final feliz, no necesita explicación.

Pero la historia no termina ahí. Comienza la fiesta, el banquete y el baile y comienza también el verdadero drama.

El padre encontró el hijo menor, pero ¿perdió al hijo mayor? El hijo menor entró a la fiesta, el mayor se quedó afuera.

Una vez más el padre, frente a todos los de su casa, es humillado y abochornado por el, aparentemente, hijo bueno que indignado y escandalizado exhibe sus méritos.

"Yo te he servido durante toda mi vida fielmente".
"Yo nunca he desobedecido ninguno de tus mandamientos".
"Yo nunca he recibido ni una cabritillo para celebrar con mis amigos".

Y viene "ese hijo tuyo" que ha malgastado tus bienes, le atribuye un pecado fácil de inventar, con prostitutas y tiras la casa por la ventana.

Asoma el orgullo de los practicantes, de los perfectos, de los que se sienten más esclavos y esclavizados por la ley que por el amor. Estos piensan que sus obras, fruto del temor, son suficientes para agradar al padre y les molesta que la misericordia del padre alcance a los malos.

Dios no soluciona los problemas de familia con un sermón ni con reproches. Dios hace una fiesta. Fiesta, música, baile, bulla, comida...derroche que se le antoja desproporcionado.

¿Se pueden perdonar tantos pecados con una fiesta? Pan y agua, penitencia y arrepentimiento es lo que el pecador se merece.

Las familias son siempre un desbarajuste. El padre bueno no emplea ni el yo ni el tú sino el nosotros. "Nosotros lo hemos encontrado". "Celebremos un banquete". El padre que hace salir el sol sobre buenos y malos, el padre que acoge a los pecadores y come con ellos, el padre que tiene siempre la puerta abierta...

La historia de Jesús es hermosa porque no nos dice el final, es una historia inacabada.

¿Entró el hijo mayor en la casa? ¿Comió y bailó con los demás? ¿Abrazó a su hermano? Los fariseos de ayer no entraron en la fiesta y los fariseos de hoy siguen echando pestes contra los pecadores de hoy y en lugar de abrazarlos y sentarlos a la mesa los miran por encima del hombro.

Las familias son un desbarajuste y la familia de Jesús vive su peculiar desbarajuste entre los hijos pródigos y los esclavizados por la ley.