Cuaresma 2014

P. Félix Jiménez Tutor, escolapio.....

.  

 


Hace 50 años, el Presidente de Estados Unidos, Lyndon B. Johnson lanzó una gran cruzada contra la pobreza, enemigo número uno del país más rico del mundo. A Johnson le gustaba mucho la expresión “war on poverty”, guerra contra la pobreza, porque a los enemigos hay que vencerlos y ninguna victoria más justa, ningún enemigo más vil que la pobreza. Declararle la guerra y vencerlo, no sólo a nivel local sino a nivel global, sigue siendo un objetivo prioritario.

Son muchos los que viven en las afueras de la esperanza, “Unos a causa de la pobreza y otros a causa de su color y muchos otros a causa de las dos. Nuestra tarea consiste en ayudarles a sustituir la desesperación por la oportunidad. Esta administración, hoy, aquí y ahora, declara incondicionalmente la guerra a la pobreza”. Con estas palabras Johnson enviaba este mensaje de esperanza a los ciudadanos americanos en 1964.

Johnson conoció la pobreza en su infancia y vio con sus propios ojos la pobreza de las gentes de los Apalaches, enfermedad crónica que yo también, asombrado, contemplé en Kentucky ya entrado el siglo XXI.

50 años más tarde, el presidente Obama en el discurso del State of the Union no habla de pobreza si no de “inequality”, de desigualdad, palabra que empleó 26 veces. “Creo que este es el reto que define nuestro tiempo. Asegurémonos de que nuestra economía funciona para cada trabajador americano. Esta es la razón por la cual yo me presenté para presidente”.

Los demócratas van a hacer de la desigualdad el tema estrella de las elecciones del 2014.

Las 400 familias más ricas de América, en 2007, tenían más de 112 billones de dólares en sus bolsillos que las 400 familias más ricas de hace 50 años. La pobreza se ha reducido, pero la brecha entre el 1% de los ricos y los demás ciudadanos se ha hecho tan grande, tan grande a pesar de la crisis, que resulta insultante y escandalosa.

Estos superricos no niegan ni celebran la desigualdad pero maniobran en las esferas del poder para limitar y hacer imposible la soñada igualdad y asegurarse de que su riqueza permanezca intacta. Más que declarar la guerra a la pobreza y a la desigualdad, hay que declarar la guerra a los superricos que no sólo tienen el dinero sino que tienen también el poder.

El Papa Francisco, portada de las revistas, noticia cotidiana, celebridad a pesar suyo, espiado por sus incondicionales y por los enemigos de la Iglesia, ha asumido el papel de ser voz de los pobres y excluidos.

Sus palabras “No a una economía de la exclusión” en la exhortación LA ALEGRÍA DEL EVANGELIO ha causado más impacto en el mundo que sus gestos románticos realizados en la Plaza de San Pedro.

“Hoy tenemos que decir no a una economía de la exclusión y la iniquidad. No puede ser que no sea noticia que muera de frío un anciano en situación de calle y que sí lo sea una caída de dos puntos en la bolsa”.

Obama y los demócratas americanos consideran al Papa Francisco su mejor aliado. Algunas frases de la exhortación papal ya han resonado en el Congreso americano y hasta el presidente Obama las ha invocado para promover su guerra contra la desigualdad.

Francisco, atento a los signos de los tiempos, ha profundizado en los efectos de esta sociedad tan injusta y tan desigual, entre el 1% y la masa damnata, no al infierno, sino a la miseria.

Francisco quiere que la Cuaresma de los católicos imite a su Señor Jesucristo que “se hizo pobre para enriquecernos a todos”. “No se trata de un juego de palabras ni de una expresión para causar sensación. Al contrario, es una síntesis de la lógica del amor, la lógica de la Encarnación y la Cruz”.

La Cuaresma es tiempo especial para sanar “las miserias de los hermanos”.

La miseria material, la pobreza. La miseria moral, la esclavitud del vicio y del pecado. La miseria espiritual: la lejanía de Dios.

La Cuaresma, frente a esta miseria, nos invita a los católicos no sólo a sentirnos concernidos sino a actuar con las armas del evangelio.

La Limosna. Dice Francisco “desconfío de la limosna que no cuesta y no duele”. ¿Cómo podemos amar a alguien si no sabemos qué le duele? ¿Cómo le podremos ayudar? Vivimos tiempos de limosnas: bancos de alimentos, cáritas, colectas…pequeños gestos que no sanan y que, la mayoría de las veces, no son ni limosna ni penitencia.

El Ayuno. Adelgazamiento interior y exterior, despojarnos de ambiciones y privilegios mundanos y adornarnos con la sencilla austeridad. Disminuir para que los hermanos crezcan en humanidad y dignidad.

La Oración. Alimentarse del evangelio, verdadero antídoto contra la miseria espiritual.

Los hijos de Dios vivimos, más que apocados y acobardados, instalados en nuestra anestesiada comodidad.

No pobreza, no desigualdad, no exclusión, en nombre de Jesucristo que se hizo pobre para enriquecernos.