El Escenario de la Semana Santa

P. Félix Jiménez Tutor, escolapio.....

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Miles de manifestaciones, esas procesiones laicas que tan de moda están, han recorrido las calles de todas las ciudades de España estos dos últimos años.

Procesiones blancas, verdes, arco iris, procesiones contra los recortes en educación, en sanidad, en agricultura, en justicia…Procesión eterna que la autoridad competente no sabe dirigir ni digerir.

Todos los grupos sociales han aireado su indignación, coreado sus consignas y enarbolado sus banderas y pancartas. Todos han salido del armario y han exigido que sus derechos no sólo sean respetados sino reconocidos y legalizados.

Llega la Semana Santa, un año más, y comienzan las procesiones religiosas. Las calles de las ciudades y pueblos de España cambian de decorado y se convierten en el escenario de la tragedia cristiana, más católica que cristiana. Los Cristos rotos y ensangrentados, las Vírgenes enlutadas y acribilladas con siete cuchillos o enjoyadas como diosas son los protagonistas de la tragedia.

Los hombres que nunca pisan una iglesia, ocultos tras una máscara religiosa y con tambores y cornetas desfilan, no se manifiestan, delante o detrás de unas imágenes de madera o de escayola. Son los cofrades, hombres de un día, de una identidad pasajera.

¿Son estas procesiones el colesterol malo de la religión?

¿La religiosidad popular tiene profundidad o es mero show?

A menor conocimiento de la Biblia mayor superstición, más magia, más fanatismo y menos fe y menos compromiso.

La Semana Santa es la semana más publicitada, necesita espectadores, necesita turistas y se la declara de interés turístico local, nacional o internacional no por el obispo sino por el ministerio de cultura. El escenario de la Semana Santa es la calle, las plazas, y los balcones de la ciudad, escenario en el que todos son actores y espectadores.

Yo que no soy cofrade, que tengo alergia a la escayola y que las tamborradas me aturden, tal vez, no entienda esa mística medio pagana, medio herética. ¿Me estoy perdiendo algo?

El hecho es que la Semana Santa, obra de amor en tres actos, tiene su principal escenario fuera de los templos, al margen de la jerarquía que se deja robar el protagonismo para que el pueblo y los cofrades, creyentes unos, ateos otros, vivan en las calles lo que no se atreven a vivir en el recinto sagrado.

La Semana santa de las calles es más teatral, segrega más testosterona, produce más complicidad ente los actores y los espectadores y es que la masa contagia y anega.

La Semana Santa, la de verdad, la celebrada en la intimidad de los templos proclama la Palabra y en este hoy, eterno presente, fusiona pasado y futuro.

De espaldas a los desfiles y redobles de tambores, la comunidad cristiana celebra el triduo pascual.

La toalla y el delantal, símbolos de servicio y mandato de Jesús, “ejemplo os he dado”, en la mayoría de los pueblos, reservas de ancianos, ya se han olvidado. Las celebraciones son sencillas y breves, el auditorio así lo exige.

En este país Dos Semanas Santas se disputan la primacía, la de los católicos de siempre, los practicantes, y la de los que salen del armario una vez al año.

Como la misa de las 12 del domingo no puede competir con el partido de fútbol que se juega a las 12, los estadios se llenan de masas que rujen, se extasían y adoran a sus ídolos, la Semana Santa del templo, seria, individualista, hierática, sin tiempo para el éxtasis, no puede competir con la exuberancia de la liturgia dionisíaca de los estadios de fútbol, no puede competir con el catálogo de vacaciones de semana santa del Corte Inglés.

A pesar de todas las limitaciones, deficiencias y pobrezas de la Semana Santa del templo, yo me refugiaré en el templo, viviré los tres actos de amor de Jesús que me ofrece la liturgia y en el silencio, sagrado aburrimiento, seré pleno y feliz.