LA PENÚLTIMA FRONTERA

P. Félix Jiménez Tutor, escolapio.....

.  

 

Una queja de Vincent Nichols, arzobispo de Londres y de algunos ciudadanos ingleses, franceses y americanos es que teniendo nuestro mundo tantos y tan graves problemas económicos, laborales y sociales, ¿por qué gastar tantas energías en el 0.1% de la población?

Este 0.1% es la población homosexual de Inglaterra.

Pregunta que irrita a Dios y a los hombres tanto o más que la pregunta de Caín ¿y quién es mi hermano?

Si hablamos de una cantidad despreciable, el 0.1% , me pregunto yo, ¿por qué tanta tinta, tantas condenas y tanta retórica apocalíptica de las jerarquías terrenas contra las uniones o matrimonios homosexuales?

Estas personas deben ser muy perversas ya que el veredicto de los escrutadores de las Escrituras y de la s leyes humanas no puede ser más catastrófico.

Benedicto XVI, en su discurso de Año Nuevo, afirmó que “constituye una ofensa contra la verdad de la persona humana con serias consecuencias para la justicia y la paz”. Es “una amenaza para el futuro de la humanidad”.

L’ Ossevatore Romano lo equipara a la utopía igualitaria del comunismo.

Religiones del mundo uníos para evitar que esta amenazante minoría ponga fin a la civilización.

Los que yo conozco, los que he confesado, los que me han abierto el libro de su vida son los mansos del evangelio, los dispuestos a poner la otra mejilla, humillados y ridiculizados no necesitan anatemas sino la comprensión y la acogida de las iglesias. No son amenaza para nadie, sí son los constructores de la paz.

Palabras clave de nuestro tiempo son autonomía, tolerancia y derechos. Los hombres no quieren regalos pero tampoco quieren que les roben lo que es suyo, su dignidad, su identidad, su orientación sexual, su ser más profundo.

La orientación sexual no es una idea abstracta, no es una ley escrita en tablas de piedra, no es un error de la naturaleza, no es una elección caprichosa, es una manera más de ser hombre y mujer. 

Las religiones organizadas les niegan el derecho de existir y entonarían un Te Deum si todos se encerraran en el armario.

La Iglesia católica repite el mantra “amar al pecador, odiar el pecado”.

Pero ya ha empezado si no a amar, sí a comprender el pecado del pecador.

Antes los suicidas no entraban en las iglesias, ahora hasta se hace un panegírico en sus funerales, antes los divorciados, los que usaban anticonceptivos, los que se operaban para no concebir eran excluidos del culto, ahora nadie les molesta y hasta comulgan. Sus pecados son aceptados y perdonados. Sólo los homosexuales, sus pecados, son absolutamente vetados. El tiempo todo lo cura y termina dando la razón a los pecadores.

Josué mandó pararse al sol y el sol se detuvo durante todo un día, leo en la Biblia. Y ahora sigue su carrera majestuosa y bienhechora.

La historia de los hombres sigue su curso y todo lo que hoy intentamos detener, mañana seguirá su curso imparable.

El periodista conservador George Will lo expresó lapidariamente: “Literalmente, la oposición al matrimonio gay está muriendo”,

Sus últimos enemigos son los mayores de 60 años.

¿Cuánto contacto con el mundo de los impuros, con los que las religiones consideran los antípodas de su visión es demasiado contacto?

Las iglesias, en estos tiempos en que los hombres ejercen su autonomía libres de toda coerción , ponen un muro entre los puros y los impuros, entre los normales y los desviados. 

Durante seis años la iglesia de Ntra Señora de la Asunción de Londres, con la bendición del arzobispo Vincent Nichols ha celebrado los domingos una misa sólo para gays.

Dentro, en la iglesia, los católicos gay oraban y celebraban como los primeros cristianos en las catacumbas, afuera los católicos conservadores se manifestaban.

Algún funcionario de la curia romana olió el tufo y acaban de echarlos a la calle. Las misas se han acabado, el problema sigue. 

Ayer, domingo 13, los obispos franceses promovieron y se manifestaron por las calles de París contra el Matrimonio Para Todos. Era su manifestación. Era su no al contacto con los impuros, a los que Jesús tocó y bendijo sin consultar a los sacerdotes del Templo.

España ganó esa batalla y el cielo no se nos ha caído encima. Ahora nos toca vivir la hora de los divorcios y del reparto de las herencias.