La Virgen, esa Mujer Pluriempleada

P. Félix Jiménez Tutor, escolapio.....

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Daniel de ser intérprete de los sueños de Nabucodonosor y de Baltasar pasa a necesitar un intérprete, el ángel Gabriel, que le interprete sus propias visiones.

El ángel Rafael, compañero de viaje de Tobías, le encuentra fortuna, mujer y medicinas.

Miguel, ángel guerrero, lucha y derrota a la serpiente primordial, el diablo, que nos hace la guerra todos los días del año.

Hoy ya no creemos en los ángeles, hemos perdido la inocencia, y los angelitos rubios, sonrosados, con alitas y con el pispajillo al aire no nos dicen nada.

Los ángeles son un decorado del Antiguo Testamento, idílico sí, pero innecesario.

Con la Iglesia, institución cada día más burocratizada, más jerarquizada, más mitrada, más vestida de seda roja cardenalicia y episcopal, ¿quién necesita ángeles?

Necesitamos pastores, no maniquíes.

Yo creo que el papel de los ángeles, mensajeros de buenas noticias, lo ha usurpado la Virgen María, la celebridad glamurosa sin la cual el catolicismo se queda en cueros. María, la niña enamorada, la esposa de José, la sierva del Señor, la madre de Jesús y de Santiago, ahora es la Reina, la celebridad más celebrada y más piropeada.

No hay villorrio, pueblo, ciudad, nación o continente donde no haya viajado. Todo rincón del planeta ha recibido su visita, siempre junto a un río, un árbol, una roca, un prado, nunca en el templo. Semejante ubicuidad me tiene pensativo y perplejo.

Jesús de Nazaret sólo tiene un nombre, ¿por qué su madre tiene que cambiar de nombre cada día? Nos confunde a todos y algunos nombres compiten con otros. ¿Es la Guadalupana inferior a la Pilarica?

María es más problema que solución y nos tiene ocupados todos los días del año.

Celebramos su nacimiento, su visita a Isabel, su visita al Templo, su dormición, su asunción, sus diplomas: su virginidad, su maternidad, sus dolores, su escapulario, su rosario, su leche materna, sus sábados...Tantas celebraciones que no nos queda tiempo para su hijo.

Celebramos sus grandes apariciones: Lourdes, Fátima, El Pilar, La Almudena...

Las apariciones apócrifas tienen en vilo a muchos católicos: Garabandal, El Escorial, Medjugorjie...Se han convertido en oficinas de correos, allí cada católico abre su buzón y recoge diariamente sus mensajes.

Ya puede decir el Papa Francisco, dice tantas cosas, que "La Virgen no es la jefe de correos que envía mensajes todos los días", que los católicos pasan del Papa y confían más en la Virgen, paloma mensajera, que les lleva su bolsita de droga diaria de espiritualidad.

Me gusta la Virgen del Magnificat, anuncia alegría y liberación, pero no me gusta nada la Virgen de las apariciones apócrifas, anuncia: muchos sacrificios y penas, muchos castigos, la tristeza de Dios que está harto de nuestros pecados y la copa de su ira está rebosando y dispuesta a derramarse sobre la tierra. Sólo nos pide oraciones por las almas del purgatorio, esa estación perdida en el espacio donde se sufre por falta de amor.

Dios, el innombrable, el inefable, se nos hace tan lejano, tan inmaterial que necesitamos a alguien menos virtual, necesitamos a la Virgen y a los santos que ocupen el lugar de Dios.

¿Quién necesita a Dios si tenemos a la Virgen, la mujer más pluriempleada de la corte celestial?

Ella llena el silencio de Dios y la falta de profetas y visiones en estos tiempos de increencia.

Daría cualquier cosa por recibir su visita aunque sólo fuera en sueños, estoy convencido de que su mensaje no es tan catastrofista y triste como dicen los autoproclamados videntes, pero como sólo se aparece a niños y niñas con pocas luces y que sólo confían sus secretos al Papa, yo quedo descartado.