¿LLEGÓ CON FRANCISCO EL FIN DE LA PAPOLATRÍA?

P. Félix Jiménez Tutor, escolapio.....

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La papolatría es la alfombra roja de la noche de los Oscars, pero en el Vaticano se empeñan en extenderla todos los días. A los Papas les gusta, la institución religiosa la considera indispensable y los fieles y turistas no pueden vivir sin ella, es como visitar Londres y no contemplar the changing of the Guard.

Los cardenales, “senado divino” tan innecesario como la Cámara de los Lores de Inglaterra y el senado español, pasean sus amplias vestimentas rojas por la alfombra roja de una corte llamada a desaparecer. No caen en la cuenta de que ya no hay príncipes, sólo hay ciudadanos en el mundo del siglo XXI.

A Benedicto XVI, ahora en Castel Gandolfo, inmensa jaula dorada para un ex, y mañana en su Yuste vaticano con inmunidad diplomática frente a la justicia, le gustaba, sorpresa mayúscula, el boato, los ornamentos dorados y barrocos y resucitó prendas olvidadas de los Papas del pasado que lucía como símbolo de un poder imperial. 

Benedicto XVI lo hacía todo según el Libro y los libros, el pasado era el espejo en el que se miraba y nos devolvió el pasado con la misa tridentina, guiño, no correspondido, a los lefebristas. El pasado es un albatros colgado al cuello que no deja mirar al futuro.

Llegó un Papa del fin del mundo, más que geográfico humano, del mundo de la pobreza y de la marginación, del mundo sin mayordomos, sin limusinas y sin escoltas y le dijo al diablo como Jesús en el desierto: “No tentarás al Papa con tus caprichos de grandeza aristocrática”.

Francisco no necesita una cruz de oro ni la muceta de armiño ni los zapatos rojos ni la mitra papal ni …sólo necesita inclinar la cabeza e implorar la oración, no la adoración, de los católicos.

¿Habrá llegado con Francisco el fin de la papolatría?

Francisco no necesita unos folios en latín para comunicar el mensaje sencillo de Jesús. Al corazón no se le habla con folios y menos en latín. Y es que Francisco es más cura que profesor, es más pastor que intelectual, es el obispo de Roma, llamado a poner fin a la papolatría, pecado grave del que nos acusan nuestros hermanos protestantes y del que empezaremos a acusarnos los católicos a partir de ahora.

Francisco tiene claro que él no es el protagonista, que él no es el mensaje ni tiene que inventarlo porque sabe que Jesucristo es el único protagonista de nuestra historia. El evangelio de Jesús, no los santos imaginarios y forzados y no las apariciones sospechosas, es el corazón y la verdad del cristiano. 

Del narcisismo eclesial de la Curia romana empecinada en sacralizar la inmutable traición para mantenerse en el poder y actuar como contrapoder ahora se enfrenta a un Papa que no sabe de protocolo, pero sí sabe que Dios no necesita ni un protocolo rígido y majestuoso ni nuestra sublime seriedad litúrgica par ser amado y celebrado. 

Los gestos del Papa Francisco contrastan tanto con los de sus antecesores que el nuevo estilo ha contagiado y entusiasmado a propios y a extraños. Del cambio de estilo ¿pasaremos al cambio de la sustancia?

El Papa Francisco ha inyectado una corriente eléctrica de esperanza y optimismo a los católicos y a los indiferentes sin hacer aún nada trascendente. Los grandes problemas: la reforma de la Curia, la trasparencia económica, el celibato de los curas, el escándalo de la pedofilia por parte de curas y obispos, el papel de la mujer en la Iglesia, el desierto vocacional, las iglesias vacías de Europa, penden como la espada de Damocles sobre su cabeza y nuestras cabezas. Problemas candentes con los que se quemará o se redimirá y nos redimirá a todos.

En la misa inaugural de su pontificado, ante el mundo de las religiones, de la política y de los fieles congregados en la plaza y ante los televisores del mundo, nos exhortó a todos a ser protectores de la creación, de los pobres y de la vida con palabras sencillas e inteligibles.

El Papa Francisco, por más poder que tenga, no puede ser el pararrayos de la Iglesia universal ni el “protector” de los pobres, necesita la cooperación de todo el pueblo de Dios y de todos los hombres de buena voluntad. 

Le damos cien días para poner fin a la papolatría.