TURISMO

P. Félix Jiménez Tutor, escolapio.....

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Muchos pueblos de la provincia de Soria son cementerios olvidados y la inmensa mayoría, pueblos sin futuro, están a unto de cerrar la última puerta y perderse en las sombras del sheol.

Desaparecer, el olvido eterno, más que una tragedia es destino ineludible de los vivientes.

Los pueblos del páramo soriano con o sin eutanasia y, a pesar de la cirugía estética del verano, mueren y merecen morir. Los matusalenes solitarios y huraños, perdidos en una geografía inhóspita, hombres y mujeres que viven como San Saturio pero sin su mística, resisten numantinamente en sus reductos y desoyen los cantos de sirena de la nueva civilización.

“Cuando termine la muerte,
si dicen: !A levantarse!,
a mí que no me despierten”. Manuel Alcantára

Hay resurrección hasta para los pueblos muertos. Los hemos despertado, muertos o a punto de morir, gozan de una gloriosa resurrección, aunque sólo sea virtual, en el nuevo continente de Internet.

Como uno visita los Museos Vaticanos sin salir de casa, yo me he paseado por los pueblos sorianos navegando por la red.

“Un día le dije a Julio Llamazares que una de las cosas más tristes es haber nacido en un pueblo que ya no existe”, escribe Jesús Vasco en la web de Sarnago. Orfandad del que se queda sin raíces, tan dolorosa como cualquier otra.

Sarnago, no sé si estás despoblado, pero sí sé que estás vivo. Yo he recorrido tus calles con los vecinos de ayer y los de hoy, con vosotros he recuperado la pila bautismal, símbolo de la fe siempre perdida y siempre por encontrar, he navegado por el mar tranquilo y esperanzado de vuestra Revista y José Carlos Santamaría Pérez en “La Tierra se hace Carne” ha despertado los fantasmas de mi infancia. He conocido vuestros personajes ilustres y sus libros que me propongo leer como la Lluvia Amarilla e Historias de la Alcarama. Para no olvidar, para no morir del todo nos quedan los libros.

Hay webs oficiales, las de los Ayuntamientos, que como el BOE carecen de interés, no corre sangre por sus venas, no alimentan el espíritu y nacen muertas. Obras de funcionarios que no funcionan.

Y hay webs, las de esos huérfanos que, en su búsqueda del tiempo perdido, embellecen e idealizan el paraíso del que fueron arrojados.

Sus rimas y sus leyendas, sin gozar de la marca de gran literatura como las de Becquer, el tísico que paseaba por las calles de Noviercas, tienen un perfume popular envidiable.

La leyenda del Burro del tio Cazio o el Chupina en Beratón o Cuando fui campanero.

El blog de Juanjo Delgado de Almarail, el blog de Alberto de Fuentestrún y tantos otros siempre actualizados y vivos, son una gratísima sorpresa para propios y extraños.

La Voz de Trébago me recuerda que en otoño hay que coger moras y me recuerda “cómo se daba alojamiento a los mendigos a reo de vecino”.

En Trébago presentan libros y se conectan con los que se fueron a Méjico a hacer las Américas y las fiestas patronales ya no son sólo asunto interior sino comunión con el exterior.

Este turismo virtual por los pueblos de Soria es un “regreso al pasado”, que, a la luz y la velocidad del presente se nos antoja triste y aburrido, famélico y sin horizontes, amordazado y clerical, y sin embargo feliz. Las pasiones y las ambiciones humanas, hoy vividas a cielo abierto y pregonadas por todos los media, las mismas pasiones fueron vividas ayer aunque subterráneamente y cuchicheadas en el confesionario.

Querámoslo o no, nuestros pueblos son pasado que revisitamos, pasado del que pronto no habrá nadie que haga memoria por más que lo colguemos en la red. Que solos se quedan los muertos, que solos se quedan los pueblos.

Yo he terminado el verano hospedándome en el mejor hotel de Soria, el Monasterio de Santa María de Huerta que parece tener futuro. Las pieadras tienen futuro e invertimos más dineros en las piedras románicas o monacales que en los hombres que las miran con indiferencia.

Aquí,todo es silencio, silencio lleno de la salmodia encantada de los monjes.