ASESINATO EN LA CATEDRAL

P. Félix Jiménez Tutor, escolapio

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Los medios de comunicación airean día tras día los escándalos de los políticos y la vida de las celebridades, voyerismo y pornografía de la intimidad, ayer secretos de alcoba, hoy todo se hace en pleno día y a la luz de las cámaras.

Saturados de información barata, la vida se banaliza.

Las autoridades tradicionales desprestigiadas, la iglesia incluida, silenciamos la verdad y a los héroes que la defienden y mueren por ella.

Mañana, marzo 24, celebramos el 30 aniversario del asesinato de Monseñor Oscar Romero, San Romero de América, así canonizado por el obispo Casaldáliga, su gemelo.

Yo no soy fan de los santos que salen de la “factoría de los santos” de Roma, pero me sorprende muchísimo que Oscar Romero, santo para los campesinos pobres de El Salvador, aún no lo sea para la burocracia vaticana.

¿Será porque la Iglesia de El Salvador es pobre en personal y en dinero y no puede invertirlo en un proceso que cuesta mucho dinero?

¿Será que el abogado del diablo lo pinta más como un agitador social que como un pastor que entregó la vida por sus campesinos?

Ya decía Pinochet: “Nosotros no tenemos miedo a las ideas. Sí tenemos miedo a los que las propagan”.

Romero convirtió su púlpito en una plataforma revolucionaria. Sus sermones transmitidos por radio llegaban al 75% de la población. Su mensaje rompió “la cultura del silencio” y denunció con voz profética la opresión de los pobres campesinos y el abuso de autoridad del poder político y militar.

Los militares, hartos de sus diatribas, decidieron tapar la boca a ese predicador molesto que exhortaba a los soldados: “Les imploro, les suplico y les mando, en nombre de Dios, detengan la represión y tiren las armas”.

Un 24 de marzo, mientras celebraba la Eucaristía, las balas de los escuadrones de la muerte, única razón de los débiles, mataron al pastor, jubilaron al maestro del pueblo y silenciaron la voz del profeta.

Romero sabía de sobra que su final era derramar la sangre y la mezcló en el cáliz con la de Cristo. Lo único que no sabía era el día y el dónde.

Otros fueron mártires por pura casualidad, los encontraron en el convento por falta de diligencia en esconderse, los fusilaron sin más y el abogado del diablo no puso ninguna objeción a su canonización.

Otras iglesias cristianas ya tienen a Romero en sus portadas y en sus peanas.

Roma tiene ahora el plato lleno de oscuros asuntos, pero no estaría de más que hiciera justicia ya a uno de sus mejores hijos, al mártir Romero. En la ciudad de los mártires existe mucha tibieza  en reconocer el testimonio martirial de Romero.