D A R S E  D E  B A J A

P. Félix Jiménez Tutor, escolapio.....

   

 

¿Es posible desbautizarse?

En mi parroquia de Nueva York recibía cartas pidiendo con virulencia ser dados de baja de la iglesia católica. Estas personas no habían quemado su cupo de fe, simplemente la habían reciclado con nuevas siglas y rebautizadas en el basement de la nueva iglesia; ésta les exige dar el diezmo de sus sudores y darse de baja de la iglesia del "anticristo".

En Soria, ciudad de contadas ofertas novedosas, nadie me ha pedido aún la baja.

A nivel nacional, el clamor, aunque minoritario, de los que quieren darse de baja de la iglesia resuena ya en la calle y en la prensa.

Estos españoles posmodernos no han descubierto otra fe ni otra espiritualidad; en su autosuficiencia navegan por esta tierra baldía sin más brújula que su endiosado yo. Toda institución y, en grado sumo, la religiosa son mutilaciones salvajes.

Algunos bautizados, pasados por agua en su infancia, sin señas de identidad, nunca la han dejado porque nunca pertenecieron. El rito es una carretera de doble dirección.

Muchos bautizados siguen creyendo pero se niegan a pertenecer. Dios es mi cuenta bancaria al que acudo cuando lo necesito. Creer sí, pertenecer no.

La televisión se ha convertido en la capital del mundo del entretenimiento. Se acabó el sacar entradas para ver una película, un partido de fútbol o echar unos céntimos en la colecta… La televisión satisface todas mis fantasías. Divertirse sin pertenecer a nadie. Somos una sociedad de "couch potatoes".

Los verdaderos fans y los auténticos creyentes, ataviados con el traje de la tribu, necesitan la presencia, el en vivo, el en directo, el calor de los colores y la bulliciosa algarabía del pertenecer.

Darse de baja, desbautizarse, es como quedarse en casa, no pertenecer, no creer, no pagar cuotas y no dar razón a nadie de mi insularidad.

El Derecho Canónico prevé nueve casos de excomunión latae sententiae, es decir, excomunión automática en la que se incurre sin necesidad de juicio ni de sentencia. La apostasía, rechazo de la fe por un bautizado, es uno de esos casos.

Muchos católicos, sin saberlo, ¿quién tiene el atrevimiento de bucear en la bodega de la fe?, desaparecieron un día sin más, y el radar eclesial nunca los ha localizado.

Mi amiga Aleida lleva diez años sin saber nada de su marido. Una mañana, después del beso ritual, salió para el trabajo con las llaves de la casa y nunca más volvió. Y, a pesar de todo, sigue esperando el milagro de que un día se abra la puerta y el tigre vuelva a casa.

Nosotros también esperamos el regreso de todos los hijos pródigos. Saben donde está la casa y tienen sus llaves.

A los nuevos apóstatas no les basta con desaparecer. Quieren deja de ser un "cristiano estadístico". ¿Por qué yo, dicen, apóstata militante, tengo que engordar las listas de la iglesia? Ser contado, aunque sólo sea como oveja negra, me enfurece y me da vértigo sideral.

Uno escribe "quiero ser un grano en el culo del clero y hacerles ver que algo deben estar haciendo muy mal". Y quieren la baja certificada.

Rimbaud, poeta precoz, maldito e iluminado aprendió muy bien el catecismo y en uno de sus poemas grita con desesperación: "Je suis l’esclave de mon baptême". Soy el esclavo de mi bautismo. Sabía que el bautismo es cosa de dos. Él, vagabundo apátrida, se alejaba de sus dueños, de Verlaine, de Dios… pero, una vez declarado un amor, siempre queda una huella, el "sello" indeleble de una aventura que no tiene fin.

Darse de baja es posible y, en ocasiones, necesario.

¿Desbautizarse? Yo no tengo respuesta.
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