|
HOMILÍA DOMINICAL - CICLO A Trigésimo primer DOMINGO P. Félix Jiménez Tutor, escolapio ... |
. |
|
EVANGELIO En aquel tiempo, Jesús habló a la gente y a sus discípulos diciendo: - En la cátedra de Moisés se han sentado los letrados y los fariseos; haced y cumplid lo que os digan, pero no hagáis lo que ellos hacen, porque ellos no hacen lo que dicen. Ellos lían fardos pesados e insoportables y se los cargan a la gente en los hombros; pero no están dispuestos a levantar un dedo para empujar. Todo lo que hacen es para que los vea la gente: alargan las filacterias y ensanchan las franjas del manto; les gustan los primeros puestos en los banquetes y los asientos de honor en las sinagogas; que les hagan reverencias por las calles y que la gente los llame "maestros". Vosotros, en cambio, no os dejéis llamar maestro, porque uno solo es vuestro Maestro y todos vosotros sois hermanos. Y no llaméis padre vuestro a nadie en la tierra, porque uno solo es vuestro Padre, el del cielo. No os dejéis llamar jefes, porque uno solo es vuestro Señor, Cristo. El primero entre vosotros será vuestro servidor. El que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido.
HOMILÍA 1 Un joven - de buena posición social - comenzó a salir con una joven artista. Esta relación era cada más íntima y el joven estaba considerando la posibilidad de un futuro matrimonio. Pero como era muy precavido contrató a un detective privado para investigar a la joven y asegurarse de que no había ni otros hombres, ni otros hijos, ni ninguna deuda, ni nada oscuro en el armario de su vida. El detective desconocía esta relación. Sólo le dieron el nombre de la joven a investigar. Durante meses siguió las andanzas de la joven y, al final de su investigación, entregó el siguiente informe. Es una joven encantadora, honrada, y muy decente. Sólo hay una cosa que reprocharle. Últimamente sale con un joven -de muy buena posición social- que es de carácter dudoso y de una reputación más que sospechosa. Este joven hipócrita recibió la medicina que necesitaba:
Todos los domingos abrimos el Libro, proclamamos la palabra y la rumiamos para hacerla nuestro alimento porque, el Libro y nosotros, la palabra de Dios y nosotros, somos inseparables. Jesús, en este episodio de su vida, está haciendo de detective privado, Está investigando las palabras y la conducta de esos fariseos –de buena posición social- y sobre todo de –buena religión-. Y, hoy, nos da su informe. Estos fariseos son de reputación más que sospechosa:
Jesús, el detective privado, está denunciando una religión falsa, vacía, de ritos y costumbres superficiales. Llevan la Biblia en la mano, no en el corazón. ¿Qué es la religión? ¿Qué es el culto verdadero? ¿Qué es el templo? ¿Qué es la alabanza de la vida que no la de los labios? ¿Qué es esta comunidad de Nuestra Señora del Pilar? Hermanos y hermanas, el culto, la espiritualidad, es el cordón umbilical que nos religa, que nos une con Dios nuestro Padre. Un cordón umbilical que no se puede cortar porque nos quedamos huérfanos, nos separamos de la fuente de la vida y de la felicidad. Jesús les está diciendo a los fariseos, a los hipócritas, de ayer y de hoy, ustedes han cortado el cordón umbilical que les une a Dios y a los hermanos. Ustedes se han quedado con lo que no sirve para nada: la ley, las apariencias, los saludos, las palabras, las citas de la Escritura.... Ustedes buscan seguidores para su causa, no para la causa de Dios. ¿Si Jesús tuviera que hacer un informe de nuestra parroquia qué diría? ¿Nos ve Jesús como a los fariseos de su tiempo? ¿Vacíos, superficiales, sin los frutos del amor, con el cordón umbilical de nuestro Dios cortado? Todos llevamos dentro un pequeño o gran fariseo, el reto consiste no en disimularlo sino en eliminarlo poco a poco con la gracia de Dios. El reto consiste en no señalar a nadie con el dedo sino en dirigirlo a uno mismo y pedir, a gritos, la ayuda de Dios. El reto consiste en vivir religado a Dios y a los hermanos. Lo que Jesús quiere que aprendamos, hoy, y vivamos es que, en la comunidad de Jesús, todos somos discípulos, todos alumnos, todos aprendices.
Y el más importante entre ustedes no es el que más habla, ni el que mejor predica, ni el que preside, ni el que aparenta... El más importante es el que más sirve a los demás. Las palabras humanas son necesarias e importantes y, aunque a veces sean hipócritas y no manifiesten nuestra oculta intención, si no están de acuerdo con la única Palabra, la del Señor, nos disminuyen y denuncian. HOMILÍA 2 LA CÁTEDRA DE MOISÉS. LA CÁTEDRA DE SAN PEDRO Un hombre sencillo, un pastor, por su fidelidad y su devoción a su rey fue elegido como primer ministro del reino. Los otros ministros, ofendidos y llenos de envidia, le declararon la guerra. Que un hombre sin apellidos famosos y sin títulos nobiliarios hubiera sido honrado con semejante cargo les parecía una infamia. Espiaron su vida para poder acusarlo y eliminarlo, pero no encontraron nada. Alguien descubrió que una vez a la semana se cerraba con llave en una pequeña habitación durante una hora. Los ministros se lo comunicaron al rey y le dijeron que sospechaban que allí almacenaba las riquezas que robaba. El rey no les creyó, pero les permitió entrar en esa habitación secreta. Sólo encontraron unas viejas zapatillas y unas viejas ropas. Lo llevaron ante el rey y éste le preguntó qué significaban esas pobres ropas. “Yo llevaba estas ropas cuando era pastor. Me las pongo una vez a la semana para no olvidarme de lo que fui y cuan indigno soy de la confianza que su majestad ha depositado en mí”, contestó el primer ministro y pastor. En todas las religiones hay líderes y seguidores, jefes y súbditos, maestros sabios y alumnos ignorantes, santos y pecadores, curas y laicos, fariseos y pueblo… Los que se sientan en la cátedra de Moisés, en la cátedra de Roma, en la cátedra de Canterbury…en todas las cátedras del poder y del saber, en las cátedras de todas las religiones, a todos se dirige la crítica feroz que Mateo, en el evangelio de hoy, pone en boca de Jesús. Esta diatriba vale para los fariseos de ayer y para los fariseos de todos los tiempos. Los de arriba reciben más honores, visten ornamentos más lujosos, proclaman nuevas normas cada día, espían a los de abajo, les imponen cargas que ellos no llevan, maximizan la importancia de la obediencia a las normas y el respeto a sus personas, minimizan el amor y la misericordia y al ser más visibles son más criticados. Pero el enojo de Jesús vale para todos los miembros de cualquier religión. Disfrazarse de cristiano cuesta poco. Cumplir unas normas y unos ritos es cómodo y da seguridad. Nos libera del juicio severo de los guardianes de la ortodoxia, pero no nos da la alegría de Jesús y, muchas veces, no nos conecta con el Dios de Jesús. Todos cuidamos el afuera, la fachada, lo que todos ven. Cuidar el interior, embellecerlo y fortalecer el carácter y la coherencia entre lo que decimos y lo que hacemos nos preocupa mucho menos. Nadie lo ve. En esta sociedad en la que todo se falsifica, el fariseísmo es una falsificación eterna. Todos, los de arriba y los de abajo, todos convocados a ser lo que decimos ser. El fariseísmo, la hipocresía, es un problema que se da en todas las religiones, en todas las iglesias y en la vida de todo cristiano. No es fácil vivir con radicalidad la fe que decimos profesar. Los otros siempre encontrarán inconsistencias y fallos entre nuestra fe y nuestra vida. “La Iglesia no es un museo de santos. Es más bien un hospital para pecadores”. Los líderes religiosos, blanco de la ira de Jesús en este evangelio, tienen que estar abiertos a todos, “vosotros sois hermanos”, vivir con dedicación el servicio y ser humildes. Como el pastor, tienen que ponerse las viejas ropas, hacer memoria de su debilidad y agradecer a Dios el honor y la carga del ministerio. Tienen que señalar a Jesús, el líder de la banda, y reconocer con humildad que todos somos extras en esta gran orquesta de la vida cristiana, empeñados en que el Señor Jesús sea conocido, amado y seguido. “A Dios sólo tienes que adorar”. En el año 1953 un hombre llegaba a la estación de ferrocarril de Chicago. Le habían concedido el Premio NOBEL DE LA PAZ. Bajó del tren un hombre alto con el pelo enmarañado y un gran bigote. Allí lo esperaban las autoridades y los reporteros con sus cámaras. Les dio las gracias y pidió que le excusaran un momento. Caminó entre la multitud y se dirigió a una señora negra muy mayor que apenas podía llevar dos grandes maletas. Le cogió las maletas, la acompañó hasta el autobús y le deseó un feliz viaje. Albert Schweitzer pidió disculpas a las autoridades y reporteros por haberles hecho esperar. Un reportero exclamó: “Es la primera vez en mi vida que veo un sermón que camina”. HOMILÍA 3
Walter Conkrite recalls the following incident.
|