HOMILÍA DOMINICAL - CICLO B

  La Ascensión del Señor - Séptimo Domingo de Pascua

P. Félix Jiménez Tutor, escolapio

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 Escritura:

Hechos 1, 1-11; Efesios 1, 17-23;
Marcos 16, 15-20

EVANGELIO

En aquel tiempo se apareció Jesús a los once, y les dijo: Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación. El que crea y se bautice, se salvará; el que se resista a creer, será condenado. A los que crean les acompañarán estos signos: echarán demonios en mi nombre, hablarán lenguas nuevas, cogerán serpientes en sus manos, y si beben un veneno mortal, no les hará daño. Impondrán las manos a los enfermos y quedarán sanos.

El Señor Jesús, después de hablarles, ascendió al cielo y se sentó a la derecha de Dios.

Ellos fueron y proclamaron el Evangelio por todas partes, y el Señor actuaba con ellos y confirmaba la palabra con los signos que los acompañaban.

HOMILÍA 1

Un ministro de agricultura recibió un día a un manager que le presentó un informe minucioso sobre lo que consideraba que los mercados rurales necesitaban.

El ministro le miró y le dijo: "No voy a leer este informe hasta que no vea barro". ¿Qué barro?, le preguntó el manager. "El barro en sus botas de recorrer todos esos campos", le contestó el ministro.

"No quiero oír nada de usted sobre los mercados rurales hasta que no pueda decirme qué clase de cerveza beben esos agricultores, qué hacen sus hijos después de la escuela y de qué hablan esas gentes cuando salen de la iglesia".

Pero este informe está basado en una investigación muy seria.

Barro, quiero ver barro en sus botas. A propósito, ¿tiene por casualidad un par de botas?

No, dijo tímidamente el manager.

Salga de mi oficina y no vuelva hasta que no haga lo que le he dicho.

Las experiencias religiosas en la cima del monte, ya sea el Sinaí, el Tabor, o cualquier otra montaña, son necesarias. La cima del monte es el lugar donde las visiones nacen y se alimentan. Pero el reto consiste en bajar de la cima y enfrentarse a la realidad y, a veces, callarse.

Nuestras ideas religiosas, nuestra teología y nuestras doctrinas pueden estar basadas en una investigación sólida; podemos hablar muy elocuentemente de Dios y de la Iglesia, pero Jesús quiere ver el barro del mundo en nuestras botas.

El mismo Jesús al que rezamos y escuchamos no se quedó en la cima del monte Tabor sino que bajó y rompió la frontera que separaba el cielo de la tierra y subió al cielo con el barro de nuestros pecados, de nuestros sufrimientos y tragedias. Ahora hay acceso libre entre Dios y los hombres y el tráfico discurre en ambas direcciones.

Después de su muerte Jesús se aparece a sus discípulos en la orilla del lago, en el cenáculo y en el camino de EMAÚS. Tienen la sensación de que Jesús baja de su mundo a nuestro mundo como un meteorito y les cuesta reconocerlo, a pesar de que siempre ha estado presente.

Jesús vive entre nosotros, es nuestro constante compañero de camino, pero tal vez no lo reconocemos porque lleva demasiado barro en sus botas.

¿Cómo se imagina a Jesús en su propia vida? ¿Está sólo presente en un cielo limpio o está también presente en nuestro inmundo mundo?

Cuatro cambios de marchas:

Primera, del cielo a la tierra.

Segunda, encontramos la luz cuando dejamos de mirar a Dios para mirar a los hermanos.

Tercera, cambio del "nosotros" a "ellos".

Cuarta, nos lleva de lo general y abstracto a lo concreto y real.

¿Cómo podemos vivir nuestra vida cristiana en este tiempo entre el ayer de la encarnación y el mañana de la Ascensión, entre el ayer de nuestro nacimiento y el mañana de nuestra muerte?

Centrarnos en lo que está sucediendo hoy, no en lo que no ha pasado aún.

Seguir los mandamientos de Dios y mantenernos conectados con Él a través de la oración para estar siempre preparados.

Tener confianza, no porque nuestra confianza vaya a cambiar el resultado, sino porque las promesas de Dios para nosotros, sus hijos, se realizarán.

 

HOMILÍA 2

Terminado el tiempo gozoso de la Pascua con la fiesta de la Ascensión y con una semana de oración para preparar e invocar al Espíritu Santo, Pentecostés es siempre actual y siempre indispensable para que la Iglesia se renueve y se llene de la valentía del Espíritu, el único que es capaz de sacar a la calle a los apocados discípulos.

El evangelio de Marcos, siempre tan lacónico, anuncia la Ascensión de Jesús con una sencilla frase: “Jesús ascendió al cielo y se sentó a la derecha de Dios”.

No drama, no pasión, no emoción, en esta frase desnuda y fáctica.

La poesía y la belleza de la Ascensión la encontramos más y mejor en el arte que en la vida cotidiana.

En la vida humana, en la suya y en la mía, experimentamos una doble tensión. La ley de la gravedad que nos mantiene clavados en la tierra, somos terrenales, nos resistimos a morir, pero la gravedad está más dentro de nosotros que afuera.

Seres limitados y seres para la muerte que somos no es por nuestra sabiduría ni por nuestras fuerzas como venceremos la ley de la gravedad.

La ley de la gravedad parece negarnos la Ascensión. Pero en el corazón del hombre hay una ley más profunda, más poderosa, deseo de eternidad, deseo de fusión con el Creador, que nos llama a ascender.

No hemos sido creados para hundirnos en la nada sino para ascender, descansar y ser plenamente felices en Dios. No sé si a su derecha o a su izquierda, pero sí con El y en El.

La Ascensión de Jesús sólo tiene sentido en la medida en que la humanidad toda es ascendida y asumida en el corazón de Dios.

Celebrar la Ascensión de Jesús no es celebrar una despedida, una ausencia.

Jesús no tiene que volver, siempre está presente, presente en la Palabra, presente en los sacramentos, presente en la asamblea que formamos y presente en cualquier gesto de amor.

Todas nuestras oraciones terminan siempre con la misma invocación: Por Jesucristso nuestro Señor. En la vida del cristiano nadie tan presente como Cristo, el ascendido a la derecha del Padre y siemre presente en su Iglesia.

Celebrar la Ascensión no es inaugurar un nuevo local, en un lugar imaginario, en una galaxia aún no descubierta. La Ascensión es una nueva manera de existir, es vivir una nueva relación.

La vida aquí y la vida después de este aquí, para Jesús y para nosotros, es más rica y más valiosa por la nueva relación que estrenamos con Dios, destino de todo ser.

Mientras vivimos tenemos la sensación de vivir unas relaciones virtuales con Dios que parecen no llenarnos del todo. En la Ascensión termina lo virtual y comienza lo verdadero, lo real.

Celebrar la Ascensión es celebrar la Resurrección de Cristo que es victoria sobre la muerte, muerte compartida ya desde nuestro bautismo.

Resurrección, Ascensión, Pentecostés, tres enseñanzas y un solo acontecimiento: la coronación de Cristo como Señor de la Nueva Creación.

“Ellos fueron y proclamaron el Evangelio por todas partes”.

Los discípulos se despidieron de Jesús, pero no se olvidaron de su Maestro, no guardaron en un album sus recuerdos, no se encerraron a llorar su ausencia, sino que, guiados por el Espíritu, proclamaron el Evangelio por todas partes. Como más tarde dirá Pablo: “Todo lo he llenado del Evangelio de Cristo”.

Jesús, el predicador del Reino de Dios, es ahora predicado en todas partes.

La Iglesia entera, todos nosotros los seguidores de Jesús, los que celebramos su Ascensión a la derecha de Dios, somos sus embajadores, los que hemos recibido la misión de continuar su tarea, los portadores de la Buena Noticia del perdón y del amor.

Yo no sé cómo se asciende, pero sí sé cómo se desciende, cómo perdemos de vista la meta y cómo cortamos esa relación existencial con Dios nuestro Padre.

No miren al cielo, miren a su corazón donde anida el deseo de fusión total con Dios.

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