HOMILÍA DOMINICAL - CICLO A

  Segundo Domingo de Cuaresma

P. Félix Jiménez Tutor, escolapio

   

 

 Escritura:

Génesis 12, 1-4; 2 Timoteo 1, 8-10; Mateo 17, 1-9

EVANGELIO

En aquel tiempo, Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan y se los llevó aparte a una montaña más alta. Se transfiguró delante de ellos y su rostro resplandecía como el sol y sus vestidos se volvieron blancos como la luz. Y se les aparecieron Moisés y Elías conversando con él.

Pedro entonces tomó la palabra y dijo a Jesús: -Señor, ¡qué hermoso es estar aquí! Si quieres, haré tres chozas: una par ti, otra para Moisés y otra para Elías.

Todavía estaba hablando cuando una nube luminosa los cubrió con su sombra, y una voz desde la nube decía: -Este es mi Hijo, el amado, mi predilecto. Escuchadle.

Al oírlo, los discípulos cayeron de bruces, llenos de espanto. Jesús se acercó y tocándolos les dijo: -Levantaos, no temáis.

Al alzar los ojos no vieron a nadie más que a Jesús, solo. Cunado bajaban de la montaña, Jesús les mandó:

-No contéis a nadie la visión hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos.

HOMILÍA 1

El domingo pasado comenzábamos el tiempo de Cuaresma, el tiempo de purificación, bajo el signo de la seducción y el pecado, del No de la humanidad a Dios.

Recordábamos nuestra debilidad ante los guiños del tentador.

Y contemplábamos a Jesucristo, solo en el desierto, diciendo Sí a Dios y No al tentador.

En este segundo domingo de cuaresma hemos escuchado que la historia de la salvación comenzó con la obediencia de un hombre, Abrahán. A través de su obediencia todos hemos sido bendecidos.

La voz que le ordena salir de su tierra y dejar su parentela, no es la voz del hambre, ni la voz del euro o del dólar, ni la voz del miedo, ni la voz de la aventura, ni ninguna de las voces que a nosotros nos invitan a viajar.

Era la voz de Dios la que le ordenaba salir.

Era la voz de Dios la que le invitaba a la alianza.

Era la voz de Dios la que le hacía nuevas promesas.

Y Abrahán se puso en camino. ¿Hacia dónde? El viaje de Abrahán no era dejar Soria, Veracruz, Manta o Moca para instalarse en Madrid o New York.

Era un viaje espiritual. Una nueva orientación de su vida. Un cambio interior. Una búsqueda del Dios verdadero. Abrahán dejó sus dioses, sus ídolos y empezó la hermosa aventura del encuentro de Dios con mayúsculas. Y lo encontró y creyó y obedeció y fue bendecido y se convirtió en bendición para sus hijos, su pueblo y todos nosotros.

El libro del Buscón termina con esta frase: "Y fuele peor en las Américas porque la felicidad no consiste en cambiar de sitio sino en cambiar de vida".

Todos nosotros hemos cambiado de sitio, hemos dejado el campo por el asfalto, la vida tranquila por la bulla, la familia por el trabajo, a veces hemos dejado las buenas costumbres por el vicio…¿pero hemos cambiado de vida?

Lo material y las nuevas obsesiones nos han quitado el deseo y la libertad para este viaje interior, espiritual, que es la búsqueda de Dios.

Yo les invito, hoy, en el nombre del Señor, a cambiar de vida y a dejarse guiar, como Abrahán, por la tierra que él nos prepara y a heredar las promesas que hace a todos sus hijos.

Abrahán no pidió seguridades ni garantías; no dijo a Dios "show me the Money", muéstrame el dinero. El Espíritu era su seguridad y su garantía, su guía y su paz.

En su viaje a Jerusalén, Jesús sube a la montaña con Pedro, Santiago y Juan y allí se transfigura.

La Transfiguración es como un

  • preview de su resurrección,

  • un anticipo del final de su vida,

  • un momento de éxtasis en el fragor de la batalla de cada día,

  • un anuncio de la gloria venidera.

  • La transfiguración es el triunfo, es el destino de Jesús y de todos sus seguidores.

Porque Él es la plenitud, el cumplimiento de la Ley y de los Profetas.

"Señor, qué bien se está aquí", dijo Pedro. Sí, esos momentos de bienestar en que hemos dado en el blanco o hemos sido agraciados con la paz inmensa que sólo Dios puede dar.

Sí, esos momentos de felicidad que quisiéramos eternizar pero el Señor no invita a bajar de la montaña, a salir al mundo del trabajo, de los hijos, de la violencia, de las responsabilidades, de la muerte… y nos dice "Yo también estoy ahí, transforma la realidad, transfigura el mundo que es tuyo y mío. Ámalo y hazlo más hermoso.

Dios está en la montaña y también en el asfalto.

Dios está en los acontecimientos extraordinarios y en los ordinarios.

Érase un hombre muy testarudo que se negaba a abandonar su casa a pesar de los repetidos avisos de amenaza de huracán.

Al equipo de socorristas que le avisó les dijo: "No se preocupen. Dios se ocupará de mí!.

A la mañana siguiente la primera planta de la casa estaba llena de agua. Nuestro hombre se refugió en la segunda planta. De nuevo el equipo de socorristas le invitó a subir a la barca y abandonar la casa. "No se preocupen. Dios se ocupará de mí".

Por la noche toda la casa estaba inundada y nuestro hombre se sentó en el tejado. Un helicóptero vino a recatarle pero se negó a subir y decía: "Dios se ocupará de mí".

Sucedió lo que tenía que suceder. Nuestro hombre se ahogó.

Cuando llegó al cielo le preguntó a Dios por su ausencia, por qué no le había socorrido cuando más lo necesitaba. Dios le contestó: te envié socorristas, te envié una barca, te envié un helicóptero. ¿Qué más podía hacer?

Dios nos envió a Abrahán, Moisés, Elías y a Jesús. Y en su bautismo y en la transfiguración nos dijo: "Este es mi Hijo amado. Escuchadle".

Dios nos manda mirar a su hijo. Mírenlo. Vean en él al Hijo de Dios. Véanle revestido de su carne por amor, véanle, amándole como si sólo existiera usted.

Y escúchenle. Jesús te está ha hablado, te lo aseguro. No en visiones. Sí a través de los hombres, de la guerra, de las tragedias en nuestros países, te habla a través de tus propias experiencias.

En nuestro viaje con Jesús hacia nuestra personal Jerusalén, escúchale.

No siempre será divertido pero siempre te sentirás animado a encarar y comprender los acontecimientos felices y los tristes.

HOMILÍA 2

TRANSFIGURACIÓN. LA CIRUGÍA DE DIOS.

EL VIEJO ÁRBOL

Henri Nouwen dedicó su vida a la enseñanza y a los pobres en la Fundación El Arca.

No escribió novelas, sí escribió muchos libros de espiritualidad que han alimentado a muchas personas.

El Regreso del Hijo Pródigo, Puedes beber este cáliz, Semillas de Esperanza…son algunos títulos de su reflexión sobre el evangelio y el ser cristiano.

En su libro Sobre la Soledad nos dice que: “en la soledad caemos en la cuenta de que nuestro valor no es lo mismo que nuestra utilidad” y narra la historia del viejo árbol.

Un carpintero y su aprendiz paseaban un día por el bosque. Contemplaron un roble alto, enorme, lleno de nudos, viejo y muy hermoso.

El carpintero le preguntó a su aprendiz: ¿sabes por qué es este roble tan gigantesco y tan hermoso?

No sé, le contestó. ¿Por qué?

Porque no sirve para nada. Si hubiera sido útil hace mucho tiempo que habría sido cortado para hacer sillas y mesas, pero como no sirve para nada se ha hecho viejo para que te sientes a su sombra y descanses.

Vivimos tan obsesionados por nuestra utilidad, por lo mucho que valemos, por la consideración social, que pensamos que sólo somos lo que hacemos.

Y la pregunta obvia cuando saludamos a alguien es saber a qué se dedica esa persona, nos interesa lo que hace, lo que tiene…todo lo demás se nos antoja inesencial.

El evangelio de este segundo domingo de Cuaresma nos narra la Transfiguración de Jesús, escena de película que tiene lugar en la cima de la montaña.

“Su rostro resplandecía como el sol y sus vestidos se volvieron blancos como la luz”.

Transfigurarse o transformarse por fuera es un fenómeno que sucede todos los días.

Las ciudades se transfiguran, se hacen más hermosas, se iluminan los monumentos, se crean muchas zonas verdes, se multiplican los centros de ocio, se limpian las fachadas…Luz y sonido como en el Tabor.

Las personas también se transfiguran: maquillajes, cirugías estéticas, new look, fashion weeks, trajes de fiesta…Máscaras que ocultan el vacío interior.

Transfiguraciones externas, siempre posibles, siempre deseadas. Todos queremos impresionar a los demás y ganarnos su aprobación.

Jesús el día de su Transfiguración tenía un aspecto diferente y sorprendente.

Jesús estaba de fiesta, la fiesta de la oración en la soledad de la montaña.

La conversación con los dos testigos, los dos candelabros del Antiguo Testamento: Moisés y Elías. Conversación sobre su éxodo, su salida, su muerte, su última Transfiguración.

En ese ámbito de soledad y de oración la humanidad de Jesús es transfigurada por la divinidad, lo externo es iluminado por lo interior.

Su ser interior se manifiesta por fuera sin necesidad de más cirugía que la de la presencia de Dios y de la oración.

Juan, el siervo del Apocalipsis, escribe: “el domingo caí en éxtasis y escuché detrás de mí una voz potente como de trompeta…Y cuando lo vi caí como muerto a sus pies”.

Hoy, domingo, aquí y ahora, en éxtasis o sin él, estamos en la montaña de la Transfiguración.

SALIR. Hemos salido de nuestra cotidianidad, atrás queda el ajetreo del trabajo, de los compromisos sociales, del deporte…y gozamos de un rato de soledad y oración en el área de descanso. Es el tiempo de nuestra personal transfiguración. Llamados a ser fieles a la salida: Domingo.

ESCUCHAR. El siervo Juan, en éxtasis, escuchó una voz potente. Pedro y sus compañeros, en estado de shock ante el show maravilloso del Tabor, escucharon una voz que les decía: “Este es mi Hijo, el amado, mi predilecto. Escuchadle”.

Frente a las muchas voces, para nosotros, una voz es importante, la del Hijo Transfigurado.

BAJAR. Que bien se está aquí, dice Pedro atolondrado. Hay que bajar del Tabor, hay que dejar el área de descanso, la religión y nadar a contra corriente en las aguas turbulentas de la sociedad. Bajar con el rostro de cada día, pero con el espíritu alimentado y el corazón transformado.

Cuentan que un buscador iba de país en país en busca de la religión más auténtica.

Al cabo de los días encontró un grupo cuya fama era extraordinaria. Se les conocía por la bondad de sus vidas, por la integridad de sus corazones y por la sinceridad de su servicio.

He observado todo lo que hacen, dijo el buscador, y la verdad es que estoy muy impresionado. Pero antes de que me haga su discípulo quisiera hacerles una pregunta:

¿Su Dios hace milagros?

Los discípulos le contestaron: “todo depende de lo que usted entienda por milagro. Algunos hablan de milagro cuando Dios hace la voluntad de la gente. Nosotros hablamos de milagro cuando la gente hace la voluntad de Dios”.

 

HOMILÍA 3

Hay personas, según un estudio llevado a cabo por la Universidad de Barcelona, que son insensibles a la música. A estas personas les pone “Las Cuatro Estaciones” de Vivaldi, la Quinta Sinfonía de Beethoven o la hermosa canción “Camino Soria” de Gabinete Caligari y no experimentan placer y el corazón se les para de aburrimiento.

Insensibles a la música sí, pero no son insensibles al tintineo de las monedas. Se calcula que entre un 1% y un 5% de la población sufren esta incapacidad.

Menos mal que son pocos porque peligraría la asistencia a los festivales de Rock in Rio.

Este evangelio de la Transfiguración del Señor en la cima del monte Tabor es como el evangelio de Marta y María y lo podríamos definir como el ORA ET LABORA de la vida monacal y como el lema de toda vida cristiana y especialmente en este tiempo de cuaresma.

Los hombres vivimos bajo la maldición del LABORA: trabajar, ganarse el pan, conseguir éxitos profesionales… Somos lo que hacemos. Somos ese hombre unidimensional anestesiado para la dimensión espiritual.

La sociedad con sus múltiples tentaciones, distracciones y entretenimientos ha matado la dimensión del ORA. Son muchos los hombres que se han vuelto insensibles a la música de Dios. La dimensión espiritual, trascendente ha muerto. Ir al templo es como escalar un ocho mil, pocos se sienten tentados de emprender semejante ascensión.

Nosotros, los aquí reunidos, cada domingo, por devoción más que por obligación, como Jesús hemos venido a la asamblea a escalar en este día nuestro ocho mil.

El evangelio de hoy, la Transfiguración del Señor, tiene lugar en la cima de la montaña. Cima que es lugar de teofanías.

En la cima del monte Tabor Jesús se viste de gloria divina y en la cima del monte Calvario se desnuda de su humanidad.

En el capítulo anterior, capítulo 16, Jesús preguntaba a sus discípulos: ¿quién dice la gente que soy yo? Pregunta que nos seguimos haciendo los hombres de todos los tiempos. Las respuestas son muchísimas y todas válidas.

Mateo en este capítulo 17, en este evangelio de la Transfiguración, nos da la respuesta de Dios.

Jesús se transfigura, es decir, se transforma, “su rostro resplandecía como el sol y sus vestidos se volvieron blancos como la luz”. Se manifiesta en toda su gloria, manifiesta su condición divina. Moisés, la Ley, y Elías, los profetas, se unen a la gran fiesta, pero sólo Jesús es el protagonista, sólo Jesús inaugura el nuevo tiempo, sólo Jesús sella la nueva alianza, sólo Jesús es el Hijo.

La respuesta de Dios a la pregunta sobre quien es Jesús es clara, inequívoca, la que vale y la que nosotros tenemos que asumir.

“Una voz desde la nube dijo: Este es mi Hijo, el amado, mi predilecto. Escuchadle”.

Jesús es el Hijo amado, y el que nos ama a pesar de nuestras dudas y vacilaciones. Ya no tenemos que escuchar a Moisés ni a Elías. Sólo nos queda una voz, un maestro, un Señor, Jesús. Escuchémosle.

Lo arriesgado es siempre subir, tocar la cima, plantar nuestra bandera y extasiados contemplar el mundo a nuestros pies. Todos los reportajes sobre la conquista del Everest describen y cantan la subida. La bajada no tiene atractivo, pero la cima no es un lugar habitable, se conquista y se baja.

La ascensión de la montaña es para nosotros el domingo. El culto, “sólo a Dios darás culto” es lo más aproximado a la experiencia de la cima del Tabor. Lo que aquí pasa: la luz, la palabra, el canto el pan y el vino no lo encontramos ahí afuera. Aquí no aprendemos nada pero sí tenemos que experimentar que Dios nos ama y sí tenemos que expresarle nuestro amor. Luna de miel que no debería tener fin.

La bajada es un lunes cualquiera. Cuando salimos del culto, bajamos al fragor de la vida, empezamos a vivir el matrimonio del trabajo y de la convivencia con los hermanos. Comienza el sufrimiento, el camino de los hombres hacia el Calvario.