HOMILÍA DOMINICAL - CICLO A

  Cuarto Domingo de Cuaresma

P. Félix Jiménez Tutor, escolapio

   

 

 Escritura:

1 Samuel 1-6.10-13; Efesios 5, 8-14; Juan 9, 1-41

EVANGELIO

En aquel tiempo, al pasar Jesús vio a un hombre ciego de nacimiento. Y sus discípulos le preguntaron: -Maestro, ¿quién pecó, éste o sus padres, para que naciera ciego?

Jesús contestó: -Ni éste pecó ni sus padres, sino para que se manifiesten en él las obras de Dios. Mientras es de día tengo que hacer las obras del que me ha enviado: viene la noche y nadie podrá hacerlas. Mientras estoy en el mundo, soy la luz del mundo.

Dicho esto, escupió en la tierra, hizo barro con la saliva, se lo untó en los ojos al ciego, y le dijo: -Ve a lavarte a la piscina de Siloé (que significa enviado).

Él fue, se lavó, y volvió con vista. Y los vecinos y los que antes solían verlo pedir limosna preguntaban: -¿No es ése el que se sentaba a pedir?

Unos decían: -El mismo.

Otros decían: -No es él, pero se le parece.

Él respondía: -Soy yo.

Y le preguntaban: -¿Y cómo se te han abierto los ojos?

Él contestó: -Ese hombre que se llama Jesús hizo barro, me lo untó en los ojos y me dijo que fuese a Siloé y que me lavase. Entonces, fui, me lavé y empecé a ver.

Le preguntaron: -¿Dónde está él?

Contestó: -No sé.

Llevaron ante los fariseos al que había sido ciego. (Era sábado el día que Jesús hizo barro y le abrió los ojos). También los fariseos le preguntaban cómo había adquirido la vista.

Él les contestó: -Me puso barro en los ojos, me lavé y veo.

Algunos de los fariseos comentaban: -Este hombre no viene de Dios, porque no guarda el sábado.

Otros replicaban: -¿Cómo puede un pecador hacer semejantes signos?

Y estaban divididos. Y volvieron a preguntarle al ciego: -Y tú, ¿qué dices del que te ha abierto los ojos?

Él contestó: -Que es un profeta.

Pero los judíos no se creyeron que aquél había sido ciego y había recibido la vista, hasta que llamaron a sus padres y les preguntaron: -¿Es éste vuestro hijo, de quien decís vosotros que nació ciego? ¿Cómo es que ahora ve?

Sus padres contestaron: Sabemos que éste es nuestro hijo y que nació ciego; pero cómo ve ahora, no lo sabemos nosotros, y quién le ha abierto los ojos, nosotros tampoco lo sabemos. Preguntádselo a él, que es mayor y puede explicarse.

Sus padres respondieron así porque tenían miedo a los judíos, pues los judíos ya habían acordado excluir de la sinagoga a quien reconociera a Jesús por Mesías.

Por eso sus padres dijeron: "Ya es mayor, preguntádselo a él".

Llamaron por segunda vez al que había sido ciego y le dijeron: Confiésalo ante Dios: nosotros sabemos que ese hombre es un pecador.

Contestó él: Si es un pecador, no lo sé; sólo sé que yo era ciego y ahora veo.

Le preguntaron de nuevo: ¿Qué te hizo, cómo te abrió los ojos?

Les contestó: -Os lo he dicho ya, y no me habéis hecho caso: ¿para qué queréis oírlo otra vez?, ¿también vosotros queréis haceros discípulos suyos?

Ellos lo llenaron de improperios y le dijeron: - Discípulo de ése lo serás tú; nosotros somos discípulos de Moisés. Nosotros sabemos que a Moisés le habló Dios, pero ése no sabemos de dónde viene.

Replicó él: Pues eso es lo raro: que vosotros no sabéis de dónde viene, y, sin embargo, me ha abierto los ojos. Sabemos que Dios no escucha a los pecadores, sino al que es religioso y hace su voluntad. Jamás se oyó decir que nadie le abriera los ojos a un ciego de nacimiento; si éste no viniera de Dios, no tendría ningún poder.

Le replicaron: Empecatado naciste tú de pies a cabeza, ¿y nos vas a dar lecciones a nosotros?

Y lo expulsaron. Oyó Jesús que lo habían expulsado, lo encontró y le dijo: -¿Crees tú en el Hijo del hombre?

El contestó: -¿Y quién es, Señor, para que crea en él?

Jesús le dijo: -Lo estás viendo: el que te está hablando, ése es.

Él dijo: -Creo, Señor.

Y se postró ante él. Dijo Jesús: -Para un juicio he venido yo a este mundo; para que los no ven, vean, y los que ven, se queden ciegos.

Los fariseos que estaban con él oyeron esto y lo preguntaron: -¿También nosotros estamos ciegos?

Jesús les contestó: -Si estuvierais ciegos, no tendríais pecado; pero como decís que veis, vuestro pecado persiste.

HOMILÍA 1

En este camino hacia la Pascua y a la renovación de nuestras promesas bautismales, la liturgia nos recuerda los encuentros de Jesús y sus conversaciones.

¿Recuerdan la samaritana con su cubo, sus viajes al pozo, sus maridos, su confusión, su "me ha dicho todo lo que he hecho" y su confesión de fe?

¿Recuerdan la promesa de Jesús: Yo llenaré tu pozo de agua viva y adorarás en Espíritu y en verdad?

¿Recuerdan que Jesús es el que nos busca el primero, el que nos ofrece su amor y el protagonista de nuestra conversación con él?

Más fácil. ¿Recuerdan el evangelio y el sermón del domingo pasado?

Hoy, en este cuarto domingo de Cuaresma, la palabra de Dios nos quiere recordar a todos nuestro nacimiento a la vida cristiana, nuestro bautismo.

"Antes eran oscuridad, ahora son luz en el Señor", nos ha recordado Pablo.

Antes eran ciegos. Ahora ven.

Jesús vio un ciego de nacimiento. Y sus discípulos le preguntaron: ¿quién pecó, él o sus padres? ¿Quién tuvo la culpa de que naciera ciego?

Los hombres siempre buscamos razones par justificarlo todo, siempre buscamos culpables para condenarles o responsables para premiarles.

Jesús ve las cosas con otros ojos y nos dice:

Dios no es un policía. Dios no trabaja en el cuartelillo.

Dios no da tarjetas verdes porque no tiene fronteras.

Dios no ve la ceguera como castigo por el pecado sino como ocasión para manifestar su actividad salvadora. Yo he venido para hacer visibles las obras de Dios. Dios está en la ceguera y está en la sanación.

Y Jesús en aquel encuentro con el ciego de nacimiento realizó un signo de salvación, la obra de Dios, el trabajo de compasión y de amor.

Para Dios no hay culpables; hay sólo personas que salvar, personas destinadas a ver la gloria de Dios, personas llamadas a ver, a conocer a Jesús, al salvador. Ayer fue el ciego, hoy eres tú.

Ayer el Señor con un poco de barro y de saliva le untó los ojos y le mandó a lavarse a la piscina de Siloé. Obedeció y vio. Se lavó y recuperó la vista y conoció a Jesús.

Este hombre hizo el viaje hacia la fe.

Cada vez y a cada pregunta iba respondiendo con más claridad sobre la identidad del que le había curado.

"Ese hombre llamado Jesús". "Es un profeta". "Si ese hombre no viniera de Dios, no podría hacer nada". "Creo, Señor".

Ayer este hombre empezó a ver con los ojos de la carne y con los ojos de la fe.

La fe es luz y es visión y es conocimiento y es adoración. Y sólo Jesús puede hacer este milagro de abrir los ojos para ver las cosas de Dios y las cosas del mundo con los ojos de Dios.

¿Y hoy? ¿No pasa nada?

¿Y aquí? ¿No pasa nada?

¿Acaso no hay aquí ningún ciego?

¿Acaso no hay ninguno que viva en la oscuridad y en la ignorancia?

Aquí está la piscina de Siloé donde el Señor nos invita a lavarnos cada domingo.

Aquí está el Señor que nos dice: Yo soy la luz del mundo.

Nosotros somos ese ciego, llamados a recuperar la visión de la fe.

En el viaje hacia la fe tenemos que ir cada día descubriendo capas más profundas. En este viaje cristiano hay que crecer, madurar y responder con más convicción cada día.

No basta decir: "ese hombre llamado Jesús", ése sí era bueno, ése sí hacía maravillas, ése sí hizo una revolución, ése sí enseñó lo que es el amor y la compasión, porque ha habido y hay muchos hombres buenos en el mundo.

No basta decir: "ése es un profeta", porque ha habido y hay muchos profetas.

No basta decir: "ése es el enviado de Dios", porque…

No basta decir: "si este hombre no viniera de Dios no podría hacer nada", porque ha habido y hay muchos hombres de Dios.

Estamos llamados a decir: Yo creo, Señor, tú eres la luz de mis ojos. Sólo tú tienes palabras de vida eterna. Sólo en ti está la salvación. Sólo tú eres Señor.

Y para llegar hasta aquí hay que orar mucho, adorar mucho y juntarse con los que viven en el Señor.

Un día, ayer, el Señor nos lavó en el agua bautismal y nos ungió con el Espíritu Santo.

Un día, puede ser hoy, el Señor nos visita y quiere que lleguemos a ver con los ojos de la fe a Dios nuestro Padre.

No hay peor ciego que el que no quiere ver.

Dejemos a los discípulos de Moisés, a los fariseos y a todos los que buscan excusas para no creer, excusas divinas y humanas, dejémosles discutir porque no buscan la luz ni la verdad, sólo quieren tener razón.

Y nosotros sabemos que la verdad y la razón sólo están en Dios y en su enviado Jesucristo.

Y ojalá todos podamos decir: Yo sólo sé una cosa, que antes era ciego y ahora veo; que antes era oscuridad y ahora soy luz; que antes no conocía a Jesucristo y ahora lo conozco y lo amo.

 

HOMILÍA 2

VER O NO VER, ESA ES LA CUESTIÓN

ILUSTRACIONES:

Llevaron a seis ciegos a ver el elefante y les permitieron tocarlo.

Uno toco su enorme tripa y dijo que era una pared.

Otro tocó su trompa y dijo que era una serpiente.

Otro tocó su colmillo y dijo que era una lanza.

Otro tocó una pata y dijo que era un árbol.

Otro tocó una oreja y dijo que era un abanico.

Otro tocó su cola y dijo que era una soga.

Cada uno de los hombres ciegos tenía parte de razón, pero todos estaban equivocados. Tocaron una partecita del elefante, se les escapó el todo.

La cueva oyó un día una voz que le decía: “Sal a la luz. Ven y contempla el brillo del sol.”.

La cueva respondió: “No sé lo que dices, yo soy todo oscuridad”.

Después de muchas invitaciones, la cueva se aventuró, salió y se sorprendió al ver tanta luz por todas partes.

La cueva miró al sol y le dijo: “Ven conmigo y contempla mi oscuridad”.

El sol aceptó y entró en la cueva.

Ahora, le dijo el sol, enséñame tu oscuridad, pero ya no había oscuridad, todo era luz.

Los psicólogos dicen que las personas que viven en Alaska y en los países nórdicos durante los días de prolongada oscuridad tienden más a sentirse deprimidos que las personas que viven más al sur.

Le llaman Desorden Afectivo de Temporada. Un tratamiento que dicen da resultados positivos es sentarse bajo una bombilla de luz natural durante un rato cada día.

El tratamiento también sirve para las personas que se deprimen en la larga oscuridad de los días de invierno.

Necesitamos la luz para sentirnos más vivos y más enérgicos.

Me contaba un dominico que cuando el filósofo Unamuno visitaba el claustro de San Esteban de Salamanca se dirigía al pozo, metía la cabeza en el brocal y gritaba: Luz. Luz. Quiero ver.

Unamuno no era ciego, pero quería ver lo que sus ojos no le permitían ver, quería tener la certeza de que existía otra luz además de la luz del sol.

Felices las parroquias que acompañan a los catecúmenos hasta la piscina bautismal.

La Palabra de Dios, estos domingos de Cuaresma, es todo un programa de vida para los futuros cristianos.

Purificación en la piscina de Siloé, romper aguas, nacer, ver a Jesús y confesar como el ciego de nacimiento: “Creo, Señor”.

Los catecúmenos son los que mejor pueden apropiarse el papel del ciego de nacimiento.

La noche de la Vigilia Pascual reciben los sacramentos de la iniciación cristiana: bautismo, eucaristía y Confirmación. Noche de la luz y de una existencia nueva.

Las parroquias de la vieja Europa vacías de jóvenes y con un puñado de seniors preguntan como los discípulos del evangelio de hoy: “Maestro, ¿quién pecó?”

Nos gusta hacer de detectives del pecado.

Nos gusta encontrar a los culpables, a los malos, a los causantes de tantos atascos eclesiales y sociales.

Hoy a nadie le gusta ser espiado y a nadie le gusta que le prohíban hacer lo que le gusta y Jesús ni fue ni es un detective ni un profesor de moral.

Nuestra ceguera consiste en que estamos tan obsesionados con nuestra innata maldad que no podemos ver ni celebrar las acciones maravillosas de Dios.

Para nuestra pobre visión, el libro del Apocalipsis nos aconseja ponernos “un colirio para untarte los ojos a fin de que veas”.

La oración colecta del domingo pasado terminaba con una frase que siempre me da escalofríos: “restaura con tu misericordia a los que estamos hundidos bajo el peso de las culpas”. ¿Tan malos somos? Si Jesús no me condena, ¿quién me puede condenar?

Jesús es mucho más optimista y comprensivo que sus seguidores.

No busquéis pecados, buscad a quien alabar, cantad las obras de Dios, abrid los ojos, celebrad la salvación, asistid al banquete del amor y no olvidéis la historia de la justicia y de la paz de Dios.

A los hombres, a los guardianes de la ley, les gustaría que Dios no actuara. Cuando Dios actúa pierden el control de la situación (sólo dos versículos para el milagro) y desconcertados como los fariseos condenan (39 versículos) y necesitan quejarse, justificarse y convencerse de que ellos tienen la razón.

Nosotros, los que estamos aquí en el área de descanso este domingo, no debemos asumir el papel del ciego de nacimiento.

Estamos bautizados, somos los iluminados.

Recitamos el Credo, confesamos la fe.

Conocemos a Jesús, le llamamos Salvador.

Sólo podemos recibir bendiciones, todo es gracia para nosotros.

No nos han excomulgado, formamos la asamblea cristiana.

Nosotros los que amamos a Jesús sin haberlo visto, justificados por la fe, somos llamados a crecer en Jesús y a tener encendida la luz de la fe bautismal.

Pero sí podemos asumir el papel de los fariseos del evangelio.

Guiados más por la moral que por la ley del amor, más por las teorías que por la praxis, más por el complejo de superioridad que por la compasión, juzgamos, condenamos y excomulgamos a los ciegos de nacimiento, a los pecadores, y a los que no ven la vida como nosotros la vemos.

“La mirada de Dios no es como la mirada del hombre, el hombre mira las apariencias, el Señor mira el corazón”.

HOMILÍA 3

“Vigía, ¿cuánto queda de la noche?
Responde el vigía:
Ha llegado la mañana
pero aún es de noche.
Si os interesa preguntar:
volved otra vez”. Isaías 21, 11-12


La ceguera como metáfora y alegoría está muy presente en la literatura, desde la cueva de Platón hasta el “Ensayo sobre la Ceguera” de Saramago. “Creo que no nos quedamos ciegos, creo que estamos ciegos. Ciegos que viendo no ven”.

La ceguera, además de ser una enfermedad que padecen muchos seres humanos, simboliza para los que vemos: la noche, la oscuridad, el miedo a la verdad, la realidad ignorada, los otros, invisibles y olvidados.

Cuenta H. G. Wells en “El País de los Ciegos”, que un montañero escalando la cima del Parascotopetl resbaló y fue a parar a un valle rodeado de profundos precipicios. Los habitantes del valle habían huido de la crueldad de los conquistadores españoles y atacados por una extraña enfermedad se volvieron ciegos, ellos y todos sus descendientes.

Núñez, nombre del montañero, pensó que iba a dominar a aquella colonia de ciegos, ya que en el país de los ciegos el tuerto es rey.


Por más que lo intentó no consiguió hacerles comprender lo que significaba ver, hacerles comprender que les faltaba uno de los sentidos más importantes del ser humano. Pero como huir era imposible terminó sometiéndose a su manera de vivir.

Núñez se enamoró de la hija de Yacob, su amo, pero los ancianos le pusieron como condición que tenían que sacarle los ojos que le dañaban el cerebro y hacerse ciego. Aceptó por amor, pero el día señalado para el sacrificio huyó esperando encontrar una salida y murió en el intento.

El evangelio de San Juan es como una cebolla, tiene muchas capas, pero el corazón es siempre el mismo, Jesús de Nazaret. Jesús, en el capítulo 3 de Juan, se encuentra con Nicodemo y le dice y nos dice: “Hay que nacer del agua y del espíritu”.

En el capítulo 4, evangelio del domingo pasado, Jesús se encuentra con la samaritana y le dice y nos dice: “Dios es espíritu. El culto que Dios quiere es el culto en espíritu y verdad”.

Hoy en este encuentro con el ciego de nacimiento Jesús le dice y nos dice: “Para un juicio he venido a este mundo: para que los que no ven, vean, y los que ven, se queden ciegos”.

Para comprender la Escritura tenemos que intentar identificarnos con los personajes con los que Jesús se encuentra como si de nosotros se tratara.

Nuestro mundo, nuestra sociedad es cada día más el País de los Ciegos. Ni la espiritualidad ni la religión, colesterol bueno o malo, nos interesa. Todo lo que no registra nuestro radar parece no existir. Los ojos de los hombres penetran la materia, los océanos y los espacios. Con el microscopio vemos lo más pequeño y con los telescopios gigantes contemplamos el universo, hasta las primeras vibraciones del Big Ban.

Jesús, arrojado a esta colonia de ciegos, quiso abrir los ojos a las gentes de su pueblo. El ciego que no veía vio a Jesús, el hombre, a Jesús el profeta, a Jesús el Señor. La fe fue su nueva visión. Creer es ver. Este creyente ahora es otro, tan otro que nadie lo reconoce y hasta lo expulsan del País de los Ciegos. Su testimonio:”Sólo sé que antes era ciego y ahora veo”, lo deja marcado como uno de los discípulos de Jesús.

Los dirigentes, los profesionales de la religión, los que creían ver, los fariseos son ahora los nuevos ciegos. Los detentores del poder condenan y expulsan porque lo legal ignora las cosas del espíritu.

Jesús es el hombre que busca, que no ve pecados, que va siempre más allá de lo legal, que ve al ciego, lo sana y lo hace hijo de Dios.

Jesús no le pregunta: ¿eres bueno, eres espiritual o religioso? Su pregunta es más personal: ¿crees en mí? Creer en Jesús nos ayuda a escapar del País de los Ciegos para habitar en el país de la luz y de la vida.

Los habitantes del País de los Ciegos quisieron sacar los ojos al único hombre que veía, la visión dañaba su cerebro, y los fariseos expulsaron al nuevo vidente y terminaron expulsando y matando al Señor de la luz, al que nos abrió los ojos para ver a Dios y a los hermanos.

La clave de la nueva visión para nosotros es que a Dios sólo lo podemos ver en y a través de los hermanos. No se puede ver a Dios y no ver a los hermanos.

Sabemos más de los futbolistas y de las celebridades que de los hermanos que tenemos junto a nosotros, de los hermanos que están sentados junto a usted en el templo. No es justo. Ignoramos a nuestro prójimo y queremos conocer a los galácticos. No es justo. No es cristiano.

La Iglesia es el nuevo pueblo de Dios, los que hemos sido iluminados en el bautismo, los que tenemos la misma visión del mundo, los que celebramos al mismo Señor, los que nos llamamos hermanos porque Jesús vino a abrirnos los ojos para que viéramos todo con los mismos ojos que Jesús.