EL BATE DE LOS YANKEES

P. Félix Jiménez Tutor, escolapio

   

 

El deporte, baile de los números millonarios aparte, es la religión laica de la sociedad.

El domingo es el día de la gran liturgia. Miles y miles de idólatras se revisten con los ornamentos litúrgicos del día, camisetas y bufandas, y se congregan en torno al altar-estadio-iglesia de la ciudad secular.

Se entonan cantos, se lanzan gritos, se sufren ataques de corazón y se suspira con alivio o con rabia en este servicio místico, en este orgasmo colectivo.

Perdido el sentido de la trascendencia ,nos queda el deporte para vivir experiencias fuertes, para hacer fiesta y tener algo o alguien de quien hablar.

Llegué a Nueva York el día en que los Yankees, equipo de baseball de la ciudad, celebraban su victoria 27 del World Series, la Serie Mundial.

Desfile multitudinario por el Cañón de los Héroes, entrega de la llave de la ciudad, la prensa llena de páginas y esta noticia eclipsa otras noticias más sustanciosas y Matsui, Alex Rodríguez, Jeter,,,eran un poco más dioses y más célebres que Obama o Bloomberg por un día.

Los fans con sus hijitos de la mano o sobre los hombros les iniciaban en el culto a sus dioses. Esta religión laica es cosa de hombres, la otra es de mujeres.

El bate, símbolo fálico, impregna la literatura, el cine y el lenguaje americano. Sus héroes son iconos no tanto de un deporte como de una cultura.

Joe Dimaggio, ”una leyenda del baseball y un icono americano”, más que un deportista es un referente cultural. Su bate conquistó grandes proezas en la cancha, pero personalmente conquistó el mejor trofeo de su tiempo, la deseada Marilyn Monroe.

La temporada de baseball acaba de terminar con la celebración del World Series entre Yankees y Phillies. Otros deportes llenarán estadios-iglesias, inundarán las ondas y las pantallas del mundo cantarán nuevas hazañas y los hombres cambiarán de la iglesia del baseball a la del fútbol, la del baloncesto…siempre la religión del deporte.

Estos pocos días pasados en Nueva York, razones de inmigración, tema siempre intimidatorio, he vivido una experiencia sorprendente.

Llegué a esas oficinas guardadas por cientos de policías y el primer policía que me abordó me saludó con un ¿cómo está Father? Otro policía le preguntó por mí y le dijo: “He is my priest”. Es mi cura. Era un antiguo feligrés.

Pasado el detector de metales, en la planta décima, hora de la verdad, otra sorpresa. La persona de la que dependía mi suerte también me conocía y me dijo: “Yo le ví predicando en la calle 137 y Broadway”. El interrogatorio-investigación se convirtió en una hermosa conversación.

Feliz y agradecido me dije: Thanks God, aún soy conocido en Nueva York.