E L   D I E Z M O

P. Félix Jiménez Tutor, escolapio....

   

 

El Diezmo, vaca sagrada e intocable en otras religiones, aquí, palabra nunca pronunciada, suena a planeta desconocido.

Para pertenecer o afiliarse a algunas iglesias hay que comprometerse a diezmar, condición sine qua non, para poder calentar el banco y gozar de las ofertas del departamento religioso.

El Diezmo es un planeta bíblico. Siempre ha estado ahí. Desde Abel, el que daba lo mejor y con alegría a Dios, y Caín, el tacaño y mezquino, que no abría la mano a nadie.

El Diezmo es la cara oculta del culto a Dios.

El creyente practicante, en su lista de prioridades, tiene a Dios como el y lo primero. Sabe que viene de lejos y que va lejos.

Sabe que el culto es adorar, alabar, celebrar y, en asamblea festiva, vivir la acción de gracias.

Sabe que el origen y la fuente de todo bien y toda bendición está en Dios.

Sabe que la razón de su dar es que todo se lo debe a Dios. Y acude al templo con el sacrificio de su ofrenda: el Diezmo. La colecta dominical, a la luz de las bendiciones recibidas, no es un rito oneroso y vacío, es un acto de culto y un privilegio poder devolver a Dios lo que es suyo. Habría que hacerla con tanta dignidad como los otros ritos de la liturgia.

Imagínese que, con las prisas matinales, se ha abrochado al revés algún botón de la chaqueta, queda un poco adefesio. En la vida religiosa olvidarse de dar a Dios lo suyo es tener también los botones de las prioridades mal abrochados. O como los Simpsons que antes de comer bendicen la mesa y dicen: "Todo esto es nuestro. Lo hemos comprado con nuestro dinero. Gracias por nada".

Nada más evangélico y cristiano que la exigencia del compartir los bienes y las bendiciones con los demás.

El Antiguo Testamento, kindergarten del dar, reclama a los suyos el 10%. Es ley, es deber, es condición para recibir la bendición de Dios.

Someterse a la ley alivia la conciencia y da seguridad. Someterse al espíritu es arriesgado, nunca sabes a donde te va a llevar ni en qué profundidades te quiere sumergir.

En el Nuevo Testamento, liberados de la ley, vivimos bajo la gracia y la guía del Espíritu. La ley del Diezmo se eclipsa pero el Espíritu es más exigente, más provocador, más loco. Bajo su régimen ya no se da por ley, ya no se da el Diezmo, se da por fe, prontamente y alegremente y proporcionalmente. "Dios bendice al dador alegre", escribe San Pablo. Ya no se da para recibir una bendición, se da para "ser" una bendición para el evangelio, la iglesia, los pastores y los hermanos.

Las iglesias que no reciben dineros del estado y se autofinancian con las donaciones de los feligreses son más libres, más felices, más trasparentes en su administración y más creyentes en el Dios al que sirven.

Los feligreses, dueños de la casa de todos, son más generosos, más responsables en sus decisiones económicas, "dan al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios" y enseñan a sus hijos a dar a la iglesia y a compartir con los necesitados.

El Diezmo o la ofrenda generosa es un barómetro de la fe en Dios y del amor a la iglesia, "casa de todos, cosa de todos".
.