EL VERDUGO DE LA CREACIÓN

 

Un día, el león vio, por primera vez, a un cazador que se paseaba por el bosque con su fusil. El león se preguntaba de dónde habría salido semejante extranjero que nunca le había prestado lealtad. El hombre asustado, para escapar de su ira, se subió a un árbol.

El león mandó tocar el tan-tan y reunió a todos los animales. Les preguntó quién era ese extraño que se había atrevido a violar la tierra sagrada de la patria.

Este monstruo dijeron los portavoces de los animales es el hombre. Su estómago es el cementerio de nuestras razas y nosotros somos los manjares de sus continuas orgías. Es el verdugo de la creación.

El hombre confiaba en los animales domésticos para su defensa.

Yo, dijo el asno, he envejecido bajo los golpes y las cargas de este ser sin alma. Hoy, ya sólo me espera ser su comida como lo fueron mis antepasados. Espero, Majestad, libere a la tierra de este tirano. Ojalá sea ahorcado ya.

Miradme, suplicó el caballo. Yo soy su sillón y su montura. Majestad, por fin tiene a nuestro más odiado verdugo entre sus manos. Que la guillotina acabe haciendo justicia.

El perro continuó con sus lamentos y otros muchos animales pidieron la horca para el hombre. El árbol en el que se cobijaba se quejaba también del mal trato y del abuso del hombre para hacer muebles y otro tipo de objetos.

El león pronunció la sentencia pedida por todos, pena de muerte, la horca.

Siguió una gran ovación. Pero ninguno estaba dispuesto a subir al árbol y entregarlo a la justicia.

Me habéis condenado a muerte, pero la verdadera justicia la ejerce el más fuerte.

Cogió su fusil, apuntó al león, disparó y éste se derrumbó.

Todos los animales se dispersaron y el hombre sigue siendo el verdugo no castigado de la inocente creación.