Los museos famosos del mundo, incluido el diminuto y privado de Juanito en Camparañón, son cementerios de objetos en desuso.

Monedas romanas, armaduras gloriosas, lanzas ensangrentadas, trajes de reinas, Las Meninas…hasta los humildes cencerros son piezas mudas en los cementerios del pasado.

Hoy todo es desechable. La cultura es entretenimiento pasajero y callejero.

Los museos eternizan lo que a casi nadie interesa. ¿Por qué se ofrece lo inútil como último reducto de la estética?

Todo lo que ayer considerábamos indispensable, hoy, está en desuso.

Los ceniceros, esos objetos tan familiares y decorativos, son ya objeto de museo.

¡Qué colección de ceniceros se podría organizar! Recordaríamos todas las marcas de cerveza, todas las casas comerciales, las bodas y los bautizos y el último restaurante donde se podía fumar.

Objeto que yo aún necesito y echo en falta. La calle, el zafacón de la yarda y la taza del malodoro sustituyen al descontinuado cenicero.

Nada más solemne y prestigioso que una estantería decorada con los tomos intocables del ESPASA. Lleva siglos en desuso, pero aún parecen decir algo tantos volúmenes silenciosos.

No sé si Franco, el dictador, está en el Espasa, sé que está en otra colección tan voluminosa e inútil como ésa.

Tanta solemnidad nos impide tocarla y nos entristece condenarla a una incineración poco menos que sacrílega.

Las cartas escritas a lápiz, cartas de la mili, cartas de amor, cartas piadosas, cartas al HERALDO, cartas perdidas para siempre… Sólo las cartas de los famosos se subastan y se coleccionan en el museo de los poetas muertos.

Mis alumnos de la ESO que nunca han metido una carta en un sobre con dirección y sello, espero me escriban alguna a mi nuevo destino, just for the fun of it.

Lo único que se niega a desaparecer son los canónigos, esos curas que lo único que hacen es colgarse un título en desuso.

Si usted y yo hiciéramos inventario de nuestros objetos favoritos, hoy en desuso, añadiríamos un tomo más al descontinuado Espasa.