HOMILÍA - PARA LOS TRES CICLOS

  La Inmaculada Concepción de María

P. Félix Jiménez Tutor, escolapio

   

 

 Escritura:

Apocalipsis 11,19;12,1-6.10; 1 Corintios 15,20-26; Lucas 1, 39-56

EVANGELIO

En aquel tiempo, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la estirpe de David; la virgen se llamaba María.

El ángel, entrando a su presencia, dijo: Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo; bendita tú entre las mujeres.

Ella se turbó ante estas palabras, y preguntaba qué saludo era aquél.

El ángel le dijo: No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios. Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo y le pondrás por nombre Jesús. Será grande, se llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin.

Y María dijo al ángel: ¿Cómo será eso, pues no conozco varón?

El ángel le contestó: El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra: por eso el santo que va a nacer se llamará Hijo de Dios.

Ahí tienes a tu pariente Isabel que, a pesar de su vejez, ha concebido un hijo, y ya está de seis meses la que llamaban estéril, porque para Dios nada hay imposible.

María contestó: Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra. Y el ángel se retiró.

HOMILÍA

Philip Roth, el famoso novelista judío de Newark, escribió una historia titulada “La Conversión de los Judíos” que se me antoja, más una tomadura de pelo, pura ironía, que una circuncisión interior.

Ozzie, un muchacho en la catequesis de Mr. Binder, el rabino judío, puso en gran aprieto a su guía espiritual.

Un día, Ozzie le dijo al rabino que si Dios pudo hacer la creación en seis días, cosa harto difícil, ¿por qué no pudo hacer que una mujer pudiera dar a luz a un hijo sin tener relaciones sexuales?

Imposible, le dijo el rabino.

Usted no sabe nada sobre Dios, le espetó el muchacho y salió corriendo de clase, subió a la azotea de la sinagoga, echó la llave y amenazó con saltar a la calle.

Acudieron los bomberos, el rabino le imploraba que no saltara, su madre le decía: no seas un mártir y sus compañeros contemplaban atónitos a su amigo tan valiente y tan hereje.

Desde la azotea Ozzie gritó:

- Rabino Binder, ¿cree usted en Dios?

- Sí, creo.

- ¿Cree usted que Dios puede hacerlo todo?

- Sí

- Dígame que cree que Dios puede hacer un niño sin necesidad de tener relaciones sexuales.

- Sí, puede hacerlo.

- Mamá, dilo tú también.

Hizo que todos, el rabino, su madre, los bomberos, y sus compañeros dijeran que creían en Jesucristo.

Cuando el muchacho, convertido en predicador fundamentalista, terminó su catequesis herética bajó de la azotea mansamente.

Celebramos la fiesta de la Inmaculada, la fiesta de María, la que se define como “la esclava del Señor”.

María se define por una relación, la original, la primera, la que tiene con su creador, esa es su virginidad.

La otra, la que defiende el muchacho judío y todos nosotros, es el misterio, sólo conocido por Dios que lo puede todo.

A todos nosotros nos gusta imaginar que en la historia de la salvación, alguien, por designio misterioso de Dios, alguien ha sido siempre fiel a Dios, ha sido siempre virgen y ese alguien para nosotros se llama María.

Y si hubiera sido de otra manera no pasaría nada.

Dicen y es verdad, que todos tenemos tres nombres.

El primero es el que nos ponen nuestros padres al nacer. Nombre caprichoso, el que está de moda, nombre de un río, de un continente, de un futbolista famoso, combinación de letras…La verdad que dice poco y vale menos.

El segundo es el nombre que nos pone la sociedad. Olvidado el primero, se nos conoce por lo que hacemos: ahí va el cura, el secretario, el médico, el alcalde…

El tercero es el nombre que nos pone Dios, el nombre de nuestra relación primera y original. “Al vencedor le daré una piedrecita blanca con un nombre nuevo”, le dice a la Iglesia de Pérgamo en el Apocalipsis.

Nuestra vida debiera estar orientada a descubrir el nombre con el que Dios nos llama y nos conoce desde antes de nacer.

A la virgen sus padres la llamaron María, nombre nada original en aquellos tiempos.

Sus vecinos de Nazaret seguro que la conocerían como la esposa de José y la madre de Jesús.

Dios la llamó, “la llena de gracia”.

En este día de fiesta, de la Inmaculada, de la siempre Virgen, todos los cristianos podemos reclamar nuestra virginidad, al margen de todas las definiciones técnicas de esta realidad, porque la virginidad se define por la única relación que importa, la que tengo con Dios y que tiene que ser total y fundamental.

Usted sabe bien su nombre, pero ¿se ha preguntado alguna vez por el nombre con el que Dios le conoce?