IRLANDA MULTA A LOS BLASFEMOS

P. Félix Jiménez Tutor, escolapio

 

 

 

 

 

“Wanted”. Se busca a Salman Rushdie, autor de “Los Versos Satánicos”. Este blasfemo se esconde en algún agujero del Occidente infiel. Los guardianes de la ortodoxia islámica ofrecen gran recompensa.

No sé si este violador de Mahoma es aún blanco de la ira de los ayatollahs, sí sabemos todos que Theo van Gogh, director de cine holandés, fue asesinado por su polémica película sobre la cultura islámica y el danés Kurt Westergaard está amenazado por sus viñetas incendiarias.

El comediante Frank Hvan confiesa que se atrevería a mearse sobre una Biblia, nadie, protestaría, pero nunca lo haría sobre el Corán, desencadenaría una guerra santa.

A partir del 1 de enero 2010 en Irlanda “si una persona publica o dice algo que es gravemente ofensivo o insultante en relación con temas tenidos por sagrados por cualquier religión y escandaliza a un número considerable de seguidores de esa religión” podrá ser multado con 25 mil euros por delito de blasfemia.

Esta ley ha puesto en pie de guerra a los ateos y a los creyentes del país.

Los cristianos toman el nombre de Dios en vano y no pasa nada.

Los cristianos toman el avión pero no viajan con dinamita en los calzoncillos.

Los cristianos, saturados de críticas y de anticlericalismo, permiten a los blasfemos airear su resentimiento irreverente y, muchas veces, su ignorancia.

Esta ley, anacrónica en el siglo XXI, no tiene como únicos destinatarios los católicos blasfemos, es un guiño de complicidad al Islam fanático y fundamentalista.

El miedo a que toda una comunidad religiosa se ofenda e incendie la sociedad nos convierte en sus rehenes y sus víctimas.

Es la ley del miedo a la libertad.

En la vida cotidiana española las blasfemias, -somos el pueblo de me cago en- son las únicas letanías recitadas diariamente y con fervor.

En los medios de comunicación, la irreverencia, las palabrotas, el chiste fácil, lo soez…son moneda corriente. La erosión de lo sagrado nos ha sumergido en el vientre de la superficialidad, el glamour, en la idolatría de las personas menos productivas de la sociedad.

Ya no hay herejes, tan necesarios como los santos, sólo hay blasfemos y aprendices de blasfemos, yoes hinchados como las ranas cuando croan y que además se sienten muy, muy machos.

Mis amigos y mis enemigos, conocidos o desconocidos, reales o imaginarios, todos son dignos de respeto y a pesar de las libertades gozosas y de las prohibiciones malditas yo  aún no me he cagado en nadie.