JUBILARSE A LOS...

P. Félix Jiménez Tutor, escolapio.....

   

 

La identidad francesa, tan analizada y debatida últimamente, debería incluir entre sus artículos de fe la pasión por la calle, por la huelga.

Los franceses, trabajadores y estudiantes, hacen huelgas coreando consignas que se convierten en himnos, en eslóganes que tienen larga vida.

Desde el grito eterno de “liberté, égalité, fraternité”, pasando por la gloriosa Marsellesa y “el prohibido prohibir” del mayo francés al “no, no a vuestra bastarda reforma, sí a la revolución” de este octubre violento y apasionante, las calles de Francia se transforman cíclicamente en el escenario lírico de la condición humana de Malraux y en el hombre rebelde de Camus.

Los estudiantes, ajenos al poder, lejos de la jubilación y ocupados en el trabajo del vivir, ejercen la democracia en la calle, convencidos de que todo lo que hace el gobierno, la calle lo puede deshacer.

Han conseguido que se hable más de la huelga que de la reforma de la jubilación que se eleva de los 60 a los 62 y que según ellos no es sólo asunto de los viejos.

Ahora que nos prometen vivir hasta los 120 años y que la juventud se prolonga indefinidamente, esta reforma no parece nada revolucionaria.

La jubilación contemplada desde los púlpitos eclesiásticos parece un tema enano.

La edad en la Iglesia es un tema tabú.

Un obispo de 60 años se nos antoja joven ya que hasta los 75 no tiene que presentar su dimisión.

Benedicto XVI, 83 años, siendo mortal, no goza como los demás mortales de la obligatoria jubilación y el Colegio de Cardenales, el senado vaticano, los electores del Papa se reúnen en cónclave de ancianos.

La edad media de los recién nombrados príncipes de la Iglesias es de 71 años. No hay institución capaz de batir estos récords.

Si en la Iglesia nos jubiláramos todos a los 62 años se armaría la de Harmagedón, un Apocalipsis anticipado.

El clero diocesano y los religiosos en su inmensa mayoría rebasan con creces los 62 años.

Los laicos, esos hombres y mujeres comprometidos con la Iglesia, son también jubilados que ofrecen gratis sus últimas fuerzas a la Iglesia que aman.

Los hombres se jubilan, sí, necesitan jubilarse.

Los sueños, en esta etapa de la serenidad, se hacen más pequeños, pero no mueren.

El amor, apagada la mecha de la lujuria, se hace preocupación y ternura.

El horizonte deviene un closeup, pero el duro trabajo de vivir no termina para nadie hasta la Gran Jubilación, la Operación Salida hacia la Vida.