SABOR A TI

P. Félix Jiménez Tutor, escolapio

   

 

Mayo, mes de Primeras Comuniones, mes de un ajetreo injustificado para padres y curas, para que todo salga bien.

Yo tengo un vago recuerdo de mi Primera Comunión, pero recuerdo vivamente mi Primera Confesión.

El cura, en aquellos días, alguno hoy también, era un juez severo e inquisidor. Te hacía preguntas sobre temas escabrosos que ni entendías ni tenías idea.

Te culpabilizaba en lugar de animarte a vivir libre de todo miedo.

Mi Primera Confesión y los consejos envenenados y amenazadores del cura, superada la crisis, son fruto de un tiempo y de una mentalidad que yo condeno y aborrezco.

La Primera Confesión, intercambio de trapos sucios por nuevos, los de la alegría y la amistad, no tiene que ser un trauma sino la gran liberación.

Hoy, todos somos un poco Protestantes, nos confesamos más con Dios y prescindimos más y más de la mediación eclesial y sacramental.

¿Por qué tengo que confesar mis secretos de alcoba a un hombre tan pecador como yo?

Pregunta frecuente en la boca de muchos católicos.

Los psiquiatras tienen más clientes que los curas y los talk shows, confesionarios públicos, airean los pecados, just for the fun of it, sin absolverlos.

La Primera Confesión o la última, lejos de ser una autoflagelación y una confesión repugnante de mi bendita y necesaria fragilidad, es la gozosa y repetida escucha de la salvación.

Perdido el miedo al Dios-prohibición y al Dios moralista, peco alegremente, es decir, soy más libre para prescindir de las leyes humanas y vivir más responsablemente mi relación con el Dios Amor.

La Primera Comunión, fiesta en torno a la mesa de la fraternidad cristiana, es un acontecimiento digno de ser celebrado en la iglesia-restaurante y en la ciudad restaurante.

Todo lo verdaderamente humano se celebra en torno a una mesa.

Son los mayores, los desenganchados de la Iglesia, los que creen pero no pertenecen, los que intoxican las Primeras Comuniones porque se les escapa lo central, el misterio.

La Primera Comunión es sabor a Ti, sabor a Jesús, ausente pero presente en el pan ácimo.

Padres, saboread con vuestros hijos el pan, el viático de los domingos y gozad, libres de todo miedo, inmensamente.