UN ERMITAÑO EN LA CORTE

   

En la corte real tuvo lugar un fastuoso banquete. Todo se había dispuesto de tal manera que cada persona se sentaba la mesa de acuerdo con su rango.

Todavía no había llegado el monarca,  cuando apareció un ermitaño muy pobremente vestido y al que todos tomaron por un mendigo. Sin vacilar un instante, el ermitaño se sentó en el lugar de mayor importancia. Su comportamiento irritó al primer ministro, quien, ásperamente le preguntó:

¿Acaso eres un primer ministro?

Mi rango es superior al del primer ministro.

¿Acaso eres el mismo rey?

Mi rango es superior al del rey.

¿Acaso eres Dios?

Mi rango es superior al de Dios.

Fuera de sí, el primer ministro vociferó:

Nada ni nadie es superior a Dios.

Y el ermitaño contestó con mucha calma. Ahora sabes mi identidad. Esa nada, ese nadie, soy yo.