HOMILÍA DOMINICAL - CICLO C

  Quinto Domingo de CUARESMA

P. Félix Jiménez Tutor, escolapio

   

 

 Escritura:

Isaías 43, 16-21; Filipenses 3, 8-14; Juan 8, 1-11

EVANGELIO

En aquel tiempo, Jesús se retiró al monte de los Olivos. Al amanecer se presentó de nuevo en el templo y todo el pueblo acudía a él, y, sentándose, les enseñaba.

Los letrados y los fariseos le traen una mujer sorprendida en adulterio, y, colocándola en medio, le dijeron: -Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. La ley de Moisés nos manda apedrear a las adúlteras: tú, ¿qué dices?

Le preguntaban esto para comprometerlo y poder acusarlo. Pero Jesús, inclinándose, escribía con el dedo en el suelo. Como insistían en preguntarle, se incorporó y les dijo: -El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra.

E inclinándose otra vez, siguió escribiendo. Ellos, al oírlo, se fueron escabullendo uno a uno, empezando por los más viejos, hasta el último. Y quedó solo Jesús, y la mujer en medio, de pie.

Jesús se incorporó y le preguntó: -Mujer, ¿dónde están tus acusadores?, ¿ninguno te ha condenado?

Ella contestó: -Ninguno, Señor.

Jesús dijo: -Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más.
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HOMILÍA 1

Abba Abraham era un hombre santo que vivía muy austeramente, sólo comía hierbas y raíces. Su hermano murió y dejó una niña. No teniendo a nadie que la cuidara, Abba Abraham se hizo cargo de su sobrina. Ésta crecía hermosa física y espiritualmente. Seguía a su tío, oraba con él y estaba llena de la gracia de Dios.

Un día llegó a la cabaña de Abba Abraham un hombre deseoso de escuchar la palabra de Dios y de aprender a orar. Al ver a la joven quedó seducido por su belleza.

En la ausencia de Abba Abraham, que fue a visitar a un enfermo, el visitante ardiendo en la pasión de la lujuria violó a la joven. Ésta avergonzada y humillada huyó.

Su tío la buscó y la buscó en vano. Hasta que un día supo lo que había pasado y que estaba trabajando de prostituta en una taberna.

Abba Abraham se disfrazó de militar y se dirigió a la taberna. Cenó carne y bebió abundante vino y le dijo al dueño: "Quiero estar con María. He hecho un largo viaje sólo por ella". Se la trajeron y la cogió por la cintura y coqueteó con ella que no lo reconoció bajo su disfraz de soldado.

¿Qué quiere?, preguntó María.

Él le gritó: He hecho un largo viaje por amor a María. Luego mirándola a los ojos y muy bajito le dijo: "He hecho un largo viaje por amor a María".

Ella reconoció esta vez la voz de su tío, lloró amargamente y volvió a casa con él.

Es conocida como María la pecadora.

Abba Abraham después de cincuenta años sin comer carne y beber vino, lo hizo aquella noche por el amor de María.

Rompió el ayuno y la abstinencia por amor a María.

Hizo el loco por amor a María.

¡Cuantas locuras no ha hecho Jesús por amor a nosotros!

Del hijo pródigo del domingo pasado a la hija pródiga de este domingo.

Del perdón del Padre al hijo pródigo al perdón de Jesús a la adúltera.

Si meditáramos estos dos pasajes del evangelio perderíamos todos los miedos y complejos y volveríamos a la casa de Dios, a la familia de Dios, a la iglesia.

"Esta mujer ha sido sorprendida en adulterio. La ley de Moisés manda que sea apedreada".

Jesús, ¿tú qué dices?

Ahí están frente a frente la miseria, el vicio y el pecado de los hombres y mujeres de todos los tiempos frente al amor y la misericordia de Jesús.

Ahí están frente a frente la ley de Moisés y la ley de Jesús.

Ahí están frente a frente la bulla de las voces acusadoras y el silencio de Jesús.

Ahí están frente a frente la adúltera condenada a muerte y Jesús que también espera su sentencia de muerte.

Ahí está usted, ahí estamos todos, con el peso de nuestros adulterios pasados, los viejos con una sed grande de amor, y los jóvenes con un futuro por hacer y llenar…y en frente está Jesús.

Hoy damos gracias a Jesús porque estamos frente a frente con Él.

"Feliz pecado que nos mereció tal Redentor", cantaremos la noche de Pascua.

La adúltera, a través del pecado, se encontró con Jesús y así empezó su redención, su vida nueva. El adúltero, el hombre que pecó con ella no se encontró con Jesús y tal vez siguió engañando a otras y nunca, nunca se encontró con el perdón de Jesús.

Es cierto que el pecado cometido una y otra vez bloquea nuestra relación con Jesús, es como la tinta negra del pulpo que nos aísla, endurece el corazón, nos quita el sabor de las cosas de Dios y nos aleja de los hermanos y de la iglesia.

Muchos hombres viven alejados de Dios por el pecado del sexo.

Muchos dejan la iglesia por el pecado del sexo.

Muchos han matado su matrimonio, han abandonado a sus hijos y se han matado a sí mismos por el adulterio.

Muchos jóvenes dejan la fe y la iglesia para vivir su sexualidad en libertad. No entienden las mil trabas y leyes del sexto mandamiento.

Un río bien encauzado es hermoso, útil y presta mil servicios a la zona que riega.

Un río desbordado arrasa y destruye todo a su paso.

La sexualidad desbordada y salvaje destruye matrimonios, familias, hijos a la intemperie, personas sin raíces y sin rumbo, sin Dios y sin amor verdadero.

En cierta ocasión me contaba un buen cristiano que él tenía una doble personalidad.

Cuando estoy aquí soy responsable: mi trabajo, mi casa, mi familia, mi esposa, mi iglesia.

Cuando voy a mi país soy otro. Necesito el vicio, la bebida, las mujeres, el sexo…

A veces me he encontrado con hermanos de la iglesia en lugares de vicio y llenos de vergüenza nos hemos dicho ¿y nosotros cristianos qué hacemos aquí?

Y nos hemos largado porque nosotros no pertenecemos a esos lugares.

¿Y tú, Jesús, qué dices?

Jesús condenó el adulterio y dijo más en Mateo 5,28 "El que mira a una mujer con lujuria ya ha cometido adulterio en su corazón".

Jesús es bueno pero no es tonto y no nos dice como la sociedad "todo vale".

Jesús llama al mal mal y lo condena. Para los seguidores de Jesús no todo vale. Jesús no vino a justificar nuestros pecados sino a liberarnos, a lavarnos y enseñarnos una manera nueva de vivir.

¿Y tú, Jesús, qué dices?

Jesús guarda silencio. Nos invita a hacer silencio y a mirarnos por dentro y vernos necesitados de su perdón.

Señor, dame tu perdón y el perdón de los hermanos.

Todo abandono de Dios es un adulterio, no sólo el acostarse con alguien.

Mira a Jesús y acoge su salvación. Para él nadie es adúltero/a. Todos somos purificados

Nos dice el evangelio que no pudiendo tirar piedras por el peso de sus pecados, se marcharon empezando por los más viejos. Éstos no sabían nada de Dios.

Si se hubieran quedado, habrían sido perdonados, pero se fueron con el peso de sus muchos pecados.

Nosotros nos quedamos. Queremos escuchar de los labios de Jesús: Yo tampoco te condeno. Ve en paz. No peques más.

Tienes piedras en las manos. Tíralas.

Jesús no tira piedras a nadie, ni a la adúltera, ni al borracho, ni al hijo pródigo.

Su única piedra es la del amor. Y te quitará el corazón de piedra y te dará un corazón de carne.

 

HOMILÍA 2

El domingo pasado proclamábamos la parábola del hijo pródigo, parábola del amor que nos redime y devuelve a la vida, que nos abre la puerta de nuestra casa para vivir como hijos amados del Padre. Vuelta a casa para ser hijos, pero no el hijo mayor, autosuficiente y obediente.


El evangelio de este quinto domingo de Cuaresma nos narra la historia de la mujer adúltera, otra hija pródiga, frente a sus hermanos mayores, los aparentemente puros y cumplidores de la Ley, que no sólo la quieren expulsar de la casa sino que piden su muerte.

 

Según el libro del Deuteronomio 22,22 “si sorprende a un hombre acostado con una mujer casada, morirán los dos; el que se acostó con la mujer y también la mujer”.


La mujer sorprendida en flagrante adulterio está ahí, frente a sus acusadores, ¿pero dónde está el hombre, el adúltero?


¿No sería, tal vez, uno de los acusadores como en la historia de la casta Susana del libro de Daniel?


No hay hombre, pero está el hombre, Jesús. A los acusadores no les interesa ni el hombre oculto, desconocido y huido, ni la mujer que tienen delante en esta discusión bizantina, sólo quieren la piel de Jesús y le ponen la trampa de la Ley. 


Jesús es siempre genial. No dice nada ni quiere entrar en el juego de los fariseos. Lo suyo no es la casuística. Jesús calla y como un buen jugador de ajedrez piensa la jugada y la escribe en el suelo.


¿Qué escribió Jesús para dar el jaque mate a sus críticos? 


¿Escribió con su dedo los diez mandamientos como hizo Dios en el monte Sinaí?


¿Escribió los nombres de los acusadores y sus pecados? José, rabino y ladrón. Jonatán, rabino y mentiroso. Manasés, un usurero. Amós, rabino y asesino y difamador. Lista de nombres y de pecados para retratar a los piadosos ¿Escribió la cita famosa del profeta Oseas: Amor quiero y no sacrificios?


Mientras Jesús escribía, ellos insistían en su absurda pregunta.


Cuando Jesús terminó de escribir, se incorporó y les dijo: El que esté sin pecado que tire la primera piedra”. Y empezando por el más viejo todos hicieron mutis por el foro.


Nadie es santo frente al Tú solo santo.


Nadie, olvídense de la pirámide jerárquica y de sus títulos pomposos, nadie está libre de pecado.


Nadie puede tirar ni la primera ni la segunda piedra.


Nadie, ningún grupo en la Iglesia de Jesús puede presumir de poseer la verdad y de cumplir la voluntad de Dios por más que cumplan todos los preceptos de los hombres.


Sólo Jesús, el hombre sin pecado y de las manos limpias, podía haber lanzado la primera piedra y haber cumplido la Ley del Deuteronomio 22,22. No lo hizo y, una vez más, Jesús violó la ley de Moisés, la ley de los hombres.


Jesús escribió una ley nueva y nos dio una nueva interpretación de la ley. Con Jesús llegó la hora de la nueva ley, la del perdón incondicional de Dios, la ley del amor. No vino a condenar a nadie sino a salvar a todos. Jesús es el único legislador que nos da una y mil oportunidades.


Los acusadores desaparecidos, la mujer se encuentra sola frente al hombre, el que siempre da la cara, el que nunca se aleja de sus hijos.


Mujer, ¿nadie te ha condenado? Yo tampoco te condeno. Ve en paz y no peques más. 


Qué diferencia tan grande entre encontrarse con Jesús y encontrarse con los inquisidores humanos, los guardianes de la Ley. Jesús perdona, anima y abraza. Los inquisidores, llenos los bolsillos de piedras, nos las arrojan, nos excomulgan, nos cierran las puertas, nos ponen etiquetas, nos desprecian. Es mucho mejor caer en las manos de Dios que en las manos de los hombres.


En estos tiempos la Iglesia está viviendo una travesía llena de turbulencias, más que santa es la pecadora de la cabeza a los pies, es la adúltera cuyos pecados son aireados desde todas las terrazas del mundo. Pecados que nos humillan, nos avergüenzan y nos invitan más que nunca a la conversión personal e institucional.


Jesús hila mucho más fino que los legisladores humanos, esos fariseos de todos los tiempos que imponen cargas que ellos no pueden llevar, y en el evangelio de Mateo, 5, 28 nos habla de un adulterio espiritual: El que mira a una mujer con lujuria ya ha cometido adulterio en su corazón”.


En una entrevista al presidente Jimmy Carter le preguntaron si había cometido alguna vez adulterio y, él conocedor de la Biblia y catequista en su iglesia, contestó que sí había cometido adulterio espiritual y citó el texto de Mateo, 5, 28.


Según la palabra de Dios cada vez que el hombre sirve y adora a otros dioses comete adulterio.

 

HOMILÍA 3

EL JURADO VS EL JUEZ

Hablando con la gente en la barra de un bar, he escuchado muchas veces la misma excusa: Padresito, no se preocupe si no me ve en la iglesia, pero es que está llena de hipócritas.

"Por favor, le digo, venga, un hipócrita más no nos va hacer ningún daño. ¿Quien le ha metido en la cabeza la idea de que la iglesia es la reserva de los buenos?

En el evangelio del domingo pasado el hijo pródigo, hijo hipócrita que vuelve a casa más por el hambre que pasa que por el arrepentimiento que siente, no era el protagonista de la historia. El padre que acoge al hijo y a todos los hipócritas de hoy era y sigue siendo el protagonista de la historia de la salvación. El hijo mayor, el bueno, el que cumple toda la Ley es el jurado y se siente cualificado para dar un veredicto verdadero pero que no sirve para nada.

En el evangelio de este domingo, la mujer adúltera, historia más inventada que real, sólo nos dice que fue pillada en el acto, no nos describe el adúltero, no nos dice si era joven, si era guapo, si le había pagado treinta monedas de plata, simplemente no existe. La adúltera juega un papel secundario en esta historia.

Toda la Biblia es la historia de un adulterio, la historia de una idolatría, según los profetas.

Ayer y hoy son muchos los que se dedican a airear los pecados de los demás. Unos los cantan para escandalizar, ya no existe el pudor, todo tiene que saberse y exhibirse en un selfi. No interesa tanto extirpar el mal cuanto hacer su apología.

Los fariseos, preocupados por la letra de la Ley, hijos hipócritas y nada sinceros, tomaron aquel día una mala decisión, quisieron ser el jurado que condenara a la mujer adúltera y se la presentaron a Jesús para que él hiciera de juez y diera su veredicto.

Los fariseos, nadie lo discute, cumplían la Ley, como la cumplía el hijo mayor de la parábola del hijo pródigo, como cumplía la Ley el joven rico que le dijo a Jesús; "todo eso lo he cumplido desde mi juventud", como Pablo, antes de su conversión, que presumía de la plena observancia de la Ley.

A Dios no le interesa ni la observancia plena ni la obediencia ciega de la Ley.

Es mejor haber pecado y haberse arrepentido que nunca haber pecado ni sentido el impulso de pecar. Los que hemos pecado y nos hemos arrepentido y hemos superado nuestros errores y tentaciones, tal vez, seamos superiores a los perfectos, perfectos bloques de cemento que sólo existen en la imaginación.

El jurado de los fariseos, autoconvencidos de su perfección, tuvieron un mal día. El juez, Jesús, los conocía bien, "sabe lo que hay dentro de cada corazón".

Jesús, "como el dedo de una mano humana que escribe en la pared" en el banquete de Baltasar, escribe en la tierra los nombres y los pecados de cada uno de los miembros de aquel jurado fantasma y les anima a tirar la primera piedra a la adúltera. El jurado, espía de los pecados ajenos, se dispersa en busca de nuevas víctimas.

La mujer sigue ahí frente a Jesús, sucia por fuera y por dentro, callada y avergonzada. ¿Qué espera? Lo que esperamos todos. El veredicto de Jesús.

"¿Nadie te ha condenado? Yo tampoco te condeno. Ve en paz. No peques más". Sólo la mujer fue absuelta aquel día. Libre y liberada de todo sentimiento de culpabilidad vuelve a la vida.

Dice un psiquiatra: "si se pudiera convencer a los pacientes recluidos en los hospitales psiquiátricos de que sus pecados han sido perdonados, el 75% podrían abandonarlo al día siguiente".

La religión tiene mucho de tortura, nos culpabiliza con fuego. Son muchos los que confiesan una y otra vez los mismos pecados, ni se fían de Dios ni aniquilan el sentido de culpa.

"Despotrica y fustígate hasta el agotamiento. Después sigue con tu vida y disfrútala. Si todavía no puedes dejar tu culpa, llévasela a Dios. Dile: No me he portado bien, pero he aprendido del error, y ahora necesito que Tú me liberes".