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“Ojalá
todo el pueblo del Señor recibiera el Espíritu del Señor y profetizara”. Números
11,29
Los
judíos decían: Nosotros no somos de la sinagoga de Satanás. No nos impongan el
menú de la profetisa Jezabel: fornicar y comer lo sacrificado a los ídolos.
Los
frailes decían: Nosotros no somos monjes. Nuestro monasterio es el mundo. No nos
impongan su Regla.
Los
religiosos decían: Nosotros no somos frailes, no somos mendicantes. No nos
impongan sus hábitos, sus rezos y sus normas.
Los
bautizados decían: Nosotros no sabemos ni el catecismo. Sólo sabemos el nombre
del patrono del pueblo. No nos impongan cosas raras y no nos cambien la
religión.
Pronto,
muy pronto, la iglesia dejó de ser “pueblo” y se convirtió en Imperio, en
ejército jerarquizado, disciplinado, obediente y observante.
Francisco,
el Papa que no quiere ser romano, el Papa anti-clerical, el Papa que quiere una
Iglesia abierta a todos, ha comenzado, con siglos de retraso, a profetizar, a
desclerizar la Iglesia. Esta ya no es un ejército preparado para meter la hoz,
cortar y arrojar al lago que arde con fuego y azufre sino un hospital para sanar
y ungir con óleos aromatizados a los heridos.
Francisco
sabe que no tiene el monopolio del Espíritu y grita con Moisés: “Ojalá todo el
pueblo del Señor recibiera el Espíritu y profetizara”.
No hay
que llorar el envejecimiento y la muerte del clero. Hay que celebrarlo. La
institución no es lo importante, el evangelio lo es y sin su brújula la Iglesia
va a la deriva.
Hay una
frase en el evangelio muy repetida y muy predicada que tenemos que revisar y
corregir. “La mies es mucha, pero los obreros pocos”. Suena a lamento, pero
tiene que ser aguijón y llamada a profetizar.
“La
mies es mucha”, cierto. En el planeta Tierra y en los otros muchos planetas del
universo, son muchos los que no saben quién es Jesucristo. Pero yo me niego a
predicar que “los obreros son pocos”.
Más de
mil millones de católicos, además de los millones de cristianos, formamos el
pueblo de Dios. Todos somos urgidos por el “Id y anunciad el Evangelio”. Somos
Muchos Obreros.
Todos
llamados a profetizar. Los profetas son más entusiastas, más imbuidos del
Espíritu, más atrevidos que los funcionarios del Templo, mantenedores del boato
imperial y encargados de la planta física de la iglesia.
Hoy, en
la Iglesia y en las Órdenes y Congregaciones religiosas, las campanas tocan a
rebato para despertar a los dormidos, para avivar el futuro y para invitar a los
laicos “a la misión compartida”. Bonita expresión, propia de los tiempos de
crisis y de los lugares donde la crisis convoca a la muerte.
Los
Laicos no necesitan recibir ninguna invitación, la llevan en el ADN de su
consagración bautismal.
Los
Laicos no necesitan hacer votos ni promesas frente a nadie, tienen que votar día
tras día ante el Señor Jesucristo.
Los
Laicos no tienen que salvar ni a la Iglesia ni a la Escuela Pía, tienen que ser
testigos de Jesucristo y predicar el evangelio.
Los
Laicos tienen que ser laicos, esa es su gloria y su corona. No les hagan curas
ni frailes ni mucho menos mártires.
Hace
unos pocos años a los escolapios que hicieron su profesión religiosa como
“Hermanos” se les ofertó la posibilidad de hacer un PPO teológico, unos
cursillos superlight de catecismo acelerado, y dignificarlos con el título de
Sacerdotes. Unos se acogieron al regalo póstumo, otros más consecuentes
permanecieron como “Hermanos” hasta el final en el martirio que los jefes
imponen a los Indios.
Un
idiom americano dice: There are too many Chiefs and not enough Indians, hay
muchos Jefes y pocos Indios.
Hoy
quedan pocos Jefes, desaparecen sin decir nada, pero quedan muchos, muchos
Indios. Vivan los laicos, los cien por cien laicos. Jesús de Nazaret fue solo un
laico, un profeta laico, el mejor laico.
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