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A la
guerra me lleva
mi necesidad;
si tuviera dineros,
no fuera, en verdad.
El Quijote
En
Europa son raras las conversiones al cristianismo, las deserciones, unas
razonadas y queridas y otras muchas silenciosas, son la norma.
La masa
de bautizados de ayer se van dando de baja, ya no bautizan a sus hijos que no se
casan por la iglesia y los que lo hacen lo convierten en un rito social cargado
de tradición y vacío de religión.
La
sociedad europea y la española más que posmodernas son poscristianas. Solo queda
la hojarasca de las fiestas patronales que aún llevan títulos anacrónicos: San
Fermín, San Isidro, San Saturio...y nos quedan las cofradías y los Rocíos. Un
obispo andaluz presume de tener ocho cientos mil cofrades, cofrades idólatras y
herejes que no necesitan ni del obispo ni de sus catecismos.
En
Europa hay una moral pero cada día más desarraigada de la religión cristiana y
más anclada en los valores laicos: la decencia, la libertad, la igualdad, la
tolerancia...Las iglesias y sus ministros, árbitros de la moralidad,
inquisidores de las ideas y espias de las conductas, hoy predican en el
desierto. La sociedad tiene sus códigos que prevalecen sobre los de las
iglesias.
En esta
sociedad del selfie, del estómago lleno, del erotismo superestimulado y
fácilmente satisfecho, buscar jóvenes que quieran hacerse un selfie con
Jesucristo y vivir sueños imposibles y arriesgados es misión imposible.
La
inmensa mayoría de los curas españoles son mayores, muy mayores.
Son las
boca-ciones de los años del hambre y de las familias numerosas. La vocación
entraba por la boca, por los gemidos del estómago, fragua siempre ardiente. No,
no era Dios el que llamaba, el hambre fue la que llamó y llenó los seminarios.
Se han
escrito libros maravillosos sobre la llamada de Dios, espiritualidad ñoña y
sensiblera, las boca-ciones de la posgurra no comenzaron por grandes ni pequeños
ideales sino por algo más real y verdadero, la boca. A los ocho años se tiene
boca pero no vocación.
Jesús
nos dijo "los pobres siempre los tendréis entre vosotros".
En
España, hoy, no hay que llenar la boca a nadie, ya no hay familias numerosas
para alistar a sus hijos en el ejército del Rey o en el de Dios, ya no hay
santos que venerar, ahora solo hay celebridades que nos brindan sus autógrafos y
nosotros, agradecidos, lucimos sus nombres en las camisetas.
En el
tercer mundo, en África, en Asia y en Méjico hay muchas bocas que llenar, muchos
estómagos que saciar, muchos niños y jóvenes que regalar a los seminarios para
que los alimenten y los formen. Hay muchas boca-ciones, la mística si viene,
vendrá después.
Las
diócesis y las congregaciones han encontrado un granero bocacional en esos
países. Para no morir de aburrimiento, la mística se acaba con el estómago
lleno, se reinventan en el tercer mundo para gloria de la institución y del
fundador.
Lo
seminarios, edificios faraónicos, se han vendido, ahora, en tiempos de vacas
famélicas, un pisito es más que suficiente.
El
tercer mundo ha tomado el relevo y levanta grandes seminarios, academias de la
disciplina, de la oración a son de campana, la necesites o no, de la autoridad y
de la sumisión. Ahí se entrenan los nuevos cadetes, entrenamiento más
intelectual que existencial, más individual que comunitario, con más amor a la
institución que al evangelio.
Dios
escribe derecho con renglones torcidos y hace, a veces, que las boca-ciones se
conviertan en auténticas vocaciones.
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