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He
releído el artículo “Camino de Santiago III” que escribí el año pasado, me gusta
y sigue siendo verdadero y válido lo que ayer escribí.
- ¿No te da miedo hacer el Camino solo? Es una pregunta recurrente.
- No, contesto siempre. Peregrinar es caminar solo, peregrinar en grupo es un
picnic.
Este 2020 he vuelto a peregrinar solo, muy solo. No he tenido ocasión de hacer
alarde de mi don de lenguas.
Breve conversación con Danilo a la salida de Mansilla de las Mulas, joven
italiano que trabaja en Tarbes y conversación un poco más larga con Nick, joven
holandés que hacía el Camino como “Itinerario cultural”. Después, Gran Silencio.
En el albergue de Hospital de Órbigo saludé al único huésped que allí se
alojaba. Un irlandés de Belfast que me confesaba haber caminado 36 km y no había
cruzado palabra con nadie.
You’re lucky, ahora puedes hablar conmigo en tu idioma.
Al día siguiente, cansado y sediento, hice un alto en la “Casa Rural de las Águedas”.
Desde San Justo de la Vega, pasé a primera hora del día por Astorga, la ciudad
dormía, la recorrí de puntillas para no despertarla y en Murias de Rechivaldo
entré en el gran patio de las Águedas.
Allí, bien acogido, rompí el Gran Silencio y olvidé la distancia social,
exigencias del Coronavairus que hasta ha eliminado el mandato paulino de
“saludaos con el beso de la paz”, ha impuesto el auto aislamiento y nos ha
bajado al infierno del bunker del apartamento.
Alto en el Camino jovial, tentador, a nadie le hacen santo sin vencer cierta
tentación, poético y religioso.
Después de los saludos protocolarios bilingües, el inglés abre puertas secretas,
y las alusiones al aspecto quijotesco de la venta, vino la pregunta obligada:
¿De dónde es usted?
De Soria. Su silencio gritaba su sorpresa. Sí, de Soria. Una cosa tan tiny que
ni te la imaginas.
¿Y hay algo interesante que ver en Soria?
La Laguna Negra y la Leyenda de la Tierra de Alvargonzález.
Y les recité unos versos de Machado que uno de ellos conocía.
“Estos chopos del río, que acompañan con el sonido de sus hojas secas el son del
agua cuando el viento sopla, tienen en sus cortezas grabadas iniciales que son
nombres de enamorados, cifras que son fechas”.
Las Äguedas no sabían nada de Machado, sus invitados sí.
Al despedirme les dije: have a wonderful day and God bless you. Sin pensarlo y
con total espontaneidad les pregunté: Will you pray for me? Yes, we will,
contestaron todos puestos en pie, y entonaron un canto de despedida.
Muy contento emprendí la larga ascensión hasta Rabanal del Camino, después de
echar en mi mochila una botella de agua y tres plátanos. No más tentaciones.
Sólo el Gran Silencio para el resto del Camino.
La soledad se hacía más sonora en las iglesias del Camino.
Acudía pronto a la cita con Dios en la iglesia para que nadie me quitara el
privilegio de calentar el primer banco y de envolverme en el Silencio Interior.
En Mansilla de las Mulas, iglesia de Santa María, se celebró una “misa rezada”,
no cantos, no sermón, no bendición de los peregrinos, pura asepsia anti-conversión.
En la Capilla de la catedral de León no hubo cantos ni sermón. Desde mi primer
banco me levanté para hacer la lectura y el canónigo de turno me dijo en voz muy
baja: Aquí lo hace todo el cura. Íbamos de mal en peor.
Don Manuel, párroco de Hospital de Órbigo, hizo su procesión de entrada
revestido con una casulla de guitarra de color azul celeste y salpicada de
estrellas. Moda Retro.
Yo había preparado las lecturas en mi ePrex y no anunciaba ningún cataclismo.
Aha Moment.
En algún calendario, no actualizado, la aguja del péndulo marcaba la Aparición
de la Virgen de las Nieves. Bendito cataclismo.
No hemos cambiado tanto, pensaba yo. El gran regalo de la Lectura Continua del
Concilio es poco apreciado, fácilmente eliminado y menos predicado.
Teníamos ese día un texto maravilloso de San Jeremías, 31,1-7.
“Con amor eterno te amé, por eso prolongué mi misericordia. Doncella de Israel
todavía te adornarás y saldrás a bailar en coros”.
Lo cómodo es contar apariciones y vidas de santos inventadas y colgadas en Google, lo exigente es masticar lentamente la Palabra de Dios y deleitarse
saboreando los jugos de mil sabores.
En San Justo de la Vega celebré la Fiesta de la Transfiguración y la de los
Santos Justo y Pastor, titulares de la parroquia.
La iglesia es nueva, decoración minimalista, no existen los retablos clásicos ni
las escayolas devocionales, un gran mural representa escenas de la vida de
Jesús, en el que descansa la mirada.
El Reverendo, armado con unos folios en la mano, prometió a las feligresas
octogenarias y a mí, sentado en el primer banco frente al ambón, una exégesis
moderna, “la última”, puntualizó, la exégesis post-pascual de la
Transfiguración.
Con folios o sin folios, puro galimatías que nadie pudo tragar.
Siguió el martirio de los titulares de la parroquia, siguió Wuhan, siguió la
pandemia y el parlamento y la mascarilla...y 20 larguísimos minutos para los
nuevos mártires, los feligreses de San Justo de la Vega y sus visitantes.
El oasis de Rabanal del Camino.
Pequeña iglesia románica que exhibe profundas arrugas,cicatrices de un pasado
muerto, y que piden una urgente cirugía estética.
Vacía, en su sencillez no necesita nada. Un crucifijo, iluminado en una
hornacina, fija la mirada y pone en marcha el corazón. En la penumbra, Gran
Silencio.
Cuatro monjes benedictinos, el prior español, un alemán y dos coreanos hicieron
su entrada, el hábito sí hace el monje, y comenzó la oración de la tarde, las
Vísperas.
Cantaron los salmos en latín, salmodia suave, llena el oído y no aturde. Los
peregrinos presentes participamos en la oración de los fieles.
Su misión, en este pueblito de unos 60 habitantes y 20 negocios, consiste en
acompañar a los peregrinos en su gran albergue, centro de conferencias, retiros
y actividades de espiritualidad.
Largo vía crucis hasta Ponferrada.
En gozosa soledad asciendo a la Cruz de Ferro. No llevo piedra alguna para
cumplir con el rito secular de lanzar una piedra, pero me descalzo y descargo
las chinitas que, anidadas en mis adidas, me hacen sufrir y se amontonan con los
miles de piedras que los peregrinos, anónimos como yo, han dejado.
El descenso a El Acebo de San Miguel es mi vía crucis, con caída incluida. No es
camino, no es senda, es un pedregal criminal y no me duelen las bolas, me duelen
las rodillas y los riñones y mis pies gimen porque no encuentran donde pisar.
En El Acebo, el gran placer de llegar. Nadie me espera, no importa, empiezo a
ser experto en mí mismo. Busqué a la sacristana, mujer amable, me abrió la
puerta la iglesia de San Miguel, no el guerrero sino el pacificador, oré y
descansé un rato. El cura sólo visita a sus feligreses una vez al mes. No lo
echan en falta.
El Acebo San Miguel fue mi Tabor, el descenso a Molinaseca mi Gólgota con
lanzada en el costado. Unos 8 kilómetros de pedregal, cada vez más pendiente,
más espeso...se me escapa alguna lágrima, lanzo ayes y suspiros...En Molinaseca
termina el Calvario.
Ponferrada es la Ascensión. En la Basílica de Nuestra Señora de la Encina me
siento a descansar. Soledad, tan sonora como la del Camino. A las 6:30 P.M.
Eucaristía. Dejémoslo en que no fuimos a mejor. El ambón era tan alto y el cura
tan bajo y tan corto que no se le veía la cabeza y el sermón era mero trámite
sin destinatarios.
El Camino de Santiago es un gran invento, no importa el punto de partida ni el
de llegada, todo comienza en uno mismo. Dios nos expulsó del Paraíso y nos puso
en camino para que le buscáramos por mil caminos y encrucijadas del mundo.
Las flechas amarillas marcadas en el pavimento, en los árboles y en las farolas
guían los pasos de los peregrinos, éstos las buscan y las agradecen. Como el
navegante busca la estrella polar, los peregrinos buscan las flechas amarillas.
¿Y las flechas verdes? Son las flechas del diablo que nos quiere desviar del
buen camino.
Yo, a pesar de mi edad y de mi fragilidad, he completado el Camino, he mantenido
la fe y no aspiro a ningún premio.
Muchas otras cosas viví a lo largo del Camino. Si las escribiera una por una,
pienso que tendría que escribir muchos artículos.
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