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Peregrinar
es caminar a solas, peregrinar en grupo es un picnic.
Estoy
haciendo el Camino, por razones mil, a cachitos. El cachito del 2020 fue de
Mansilla de las Mulas a Ponferrada y el de este 2121 ha sido de Burgos a León.
Tierra
de Campos, el granero de España, mar inmenso y sereno de trigos y cebadas,
estaba aún sin desflorar.
Por los
Campos de Castilla, caminos luminosos y vacíos, los agricultores descansan
mientras los trigos maduran y las vainas endurecen. Los peregrinos, los ojos más
fijos en la meta que en la monotonía del paisaje, unos hacen 25 km y otros hasta
40 cada día.
De
Burgos a Hornillos del Camino, mi primera etapa, Owen, un inglés treintañero y
bohemio, se convirtió en un compañero de Camino amable y alegre. Conversamos e
hicimos una pequeña travesura.
No está
vacunado y se niega a vacunarse. Me preguntó si esto era impedimento para
caminar juntos. Un apretón de manos selló nuestra caminata.
Me contó que
su madre es católica y su padre anglicano y como no se ponían de acuerdo a la
hora de bautizarlo, lo dejaron a su elección. “Yo he elegido el amor y la
cerveza”.
Yo le
hablé de mi elección y de mis elecciones.
Cuando
cruzamos el Río Arlanzón le comenté: You know something, me gusta mear en cada
río que cruzo por primera vez, will you join me? Y los dos, con pudor infantil,
mezclamos nuestra agüita salada con la dulce del Arlanzón.
Parada
en Tardajos donde me pagó un café y un pincho de tortilla.
Al
cruzar la plaza del pueblo saludé a una señora y le dije: ¿Sabe que existe otro
Tardajos en Soria?
“Sí, Tardajos de Duero y hemos visitado a nuestro hermano gemelo y su aspecto
pobre y ruinoso nos entristeció”, me contestó. “La provincia entera está en
nuestra agenda cultural”.
Después
de recibir la lluvia de una nube preñada, algarazo inesperado, llegamos a
Hornillos del Camino, para mí fin de etapa, para Owen parada técnica.
Tomamos café en la Plaza del pueblo y Owen que seguía el Camino desapareció tras
darnos un largo y fraternal abrazo.
Compañías
del Camino, compañías de la vida, encuentros breves, dignos de ser recordados,
pero no para durar.
A las 6
de la tarde la campana de la iglesia convoca a los creyentes a renovar la
Alianza con el que es el Principio y el Final del Camino. Misa de peregrinos.
Ponemos fin a la celebración con la lectura de un poema en francés que yo
traduzco y el párroco canta.
Una
foto junto a la imagen de Santiago, testifica nuestra presencia y nuestra fe.
Cuando
peregrinamos a Santiago de Compostela, aunque el contenido religioso es cada día
más evanescente, los peregrinos somos conscientes de la ascesis que el Camino
exige y sabemos que peregrinar es dejar la vida estabulada y abrazar la vida
nómada.
Peregrinar es renunciar a la rutina esclavizante, todo programado, todo contado,
todo pesado, regla monástica, y vivir sin guión, sin horario de comidas, sin
cama king size, sin compañía impuesta y sin más albergues que los que el Camino
provee.
La
buena noticia es que en el Camino todo es bendición: la lluvia, el sol, las
piedras del Camino, el vaso de agua gratis, las flechas doradas, verdaderos
cicerones mudos, los abrazos no buscados y las iglesias, áreas de descanso, al
atardecer del Camino, las iglesias-museo como la de Nuestra Señora del Manzano
de Castrojeriz o la iglesia-fortaleza de los templarios de Villalcázar de Sirga.
Las
campanas de las iglesias, ayer atalayas de la divinidad, hoy desmitificadas,
siguen convocando al descanso dominical.
El
domingo, 11 de julio, pasaba por San Nicolás del Real Camino y me detuve a
conversar con Artemio, un jubilado del lugar. Al terminar nuestra conversación
intrascendente, teníamos la iglesia enfrente, le pregunté: ¿hoy, domingo, no
tocan las campanas?
-Sí, vendrá un cura desde Palencia, 60 km, tocará las campanas y dirá la Misa.
-¿Y usted, le pregunté, no será uno de esos cinco feligreses que visitará la
iglesia?
- No. Yo soy un católico español, asisto a algunos funerales y el día de la
Fiesta del pueblo.
- ¿Y usted no se queda a la Misa?
- Yo ya he reservado mi asiento en la iglesia de San Lorenzo de Sahagún. Y allí
asistí, no a una Misa sino a la Primera Misa de Thierry, sacerdote recién
ordenado que no recién nacido.
La iglesia, llena, rezumaba novedad y alegría. Nos bendijo el nuevo sacerdote,
vestía sotana de seda y camisa blanca con dorados gemelos.
Por fin
una jornada sin testigos.
Atrás quedaba Frómista, más que un pueblo una iglesia. La iglesia románica de
San Martín es tan perfecta, tan pulcra y tan bella que es pura lujuria para los
ojos insaciables.
Y Carrión de los Condes, sede de las Edades del Hombre, con su plaza bullanguera
y sus frisos románicos bien conservados.
Y Sahagún, ayer Centro geográfico del Camino y Centro histórico de la Orden de
Cluny, leo en dos magníficas esculturas situadas frente a frente, hoy rural y
apagado.
De
Sahagún a El Burgo Ranero caminé en total soledad. Miraba al horizonte y nadie
delante de mí, miraba hacia atrás y nadie detrás de mí. El Camino mudo,
bendición del peregrino, me invitaba a una conversación interior sazonada con
interrogantes y exclamaciones.
En el
pueblecito La Calzada del Coto dejé el Camino recto y corto y tomé una variante,
la calzada romana que atraviesa los Montes Bercianos del Real Camino. Las
flechas me decían que estaba en el Camino, pero no me decían el destino.
Pasé
por Calzadilla de los Hermanillos y seguí caminando guiado por las flechas
doradas, pero me alejaba cada vez más de mi destino, El Burgo Ranero. Decidí
abandonar el Camino que llevaba a Mansilla de las Mulas, retrocedí y por la
carretera llegué a mi destino.
Ración
doble. Día sin testigos, sin más diálogo que el que tuve con mi miedo y con mi
alma.
León,
fin de mi cachito, paseo alrededor de la catedral y paseo interior iluminado por
las vidrieras más hermosas del mundo.
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