











|
Dios es
el gran ausente de los balcones de la ciudad secular.
Los
Obispos no se asoman a los balcones, no tienen aplausos que escuchar ni aplausos
que recibir.
La
Iglesia institución, detrás de puertas monumentales, clausura monacal, propiedad
privada, derecho de admisión, vive horas agónicas en la soledad del huerto de
Getsemaní.
Sometida
y humillada, desde las nuevas catacumbas bien iluminadas, la Iglesia, convertida
en plató de televisión, emite mensajes fríos, leídos, lo de siempre, lejos del
espíritu del profeta Isaías: “Consolad, consolad a mi pueblo. Habladle al
corazón”. Äbrele el corazón, no abras la suma teológica. No es tiempo de
doctrinas ni de piadosidades.
Vivimos
tiempos inusuales. Dios siempre habla a través de los acontecimientos inusuales,
es su manera de hacerse presente, de que los hombres, además de consultar a los
sabios y entendidos, formulen angustiados sus por qués al único dueño y señor de
todo lo creado.
La
sociedad secular, tecnificada, digitalizada y robotizada, ya no invoca a Dios ni
en las pandemias ni en su caótica inutilidad. Vive como si Dios no existiera,
más grave aún, ha dejado de existir y tiene muy claro, lo entiendo
perfectamente, lo que son actividades esenciales y las que no lo son. La fe no
está en su lista, es un no esencial.
En este
tiempo inusual, todos estamos desconcertados, preocupados y agobiados por lo
cotidiano, pero deberíamos convertirlo en tiempo de gracia para escuchar y mirar
a lo inusual, a Dios y sus signos. ¿Y si llenáramos el buzón de Dios con
millones de emails protesta?
Job, el
hombre más rico de su tiempo según el Forbes del Antiguo Testamento, vivió su
tragedia desafiando a Dios, llevando a juicio a Dios. Job es everyman,
representa al hombre rudo de ayer y al hombre supersofisticado de hoy. Job no
escuchó el consejo envenenado de su mujer: “”Maldice a Dios y muérete”. Job se
queja, blasfema, protesta, pero no deja de sintonizar con Dios.
“El
Señor habló a Job desde la tormenta:
¿Dónde estabas cuando cimenté la tierra?
Cuéntamelo, si tanto sabes.
¿Has examinado la anchura de la tierra?
Cuéntamelo, si tanto sabes.
Dios,
el alma de todas las almas, le toma el pelo a Job y se ríe de su ignorancia, en
esta visión hollywoodiana del universo, y éste confiesa con humildad que “sólo
te conocía de oídas”.
Dios no
se ha asomado a los balcones de la ciudad secular. Nadie puede ocupar su puesto.
No tiene ni vice-dioses ni sustitutos. Es contagioso, pero los hombres ya han
encontrado e impuesto el distanciamiento social para evitar el menor contagio.
Los
balcones de la ciudad secular celebran todas las tardes una liturgia laica,
alegre algarabía, puro contagio, “rompida” a base de palmas, aplausos, gritos,
saludos, tambores y trompetas, acción de gracias a unos hombres y mujeres que
viven su cotidianidad al servicio a la comunidad. No son héroes coleccionables,
no son santos laicos, son la humanidad anónima que suda y trabaja, que cobra un
sueldo y paga la deuda del amor al prójimo detrás de unos uniformes que ocultan
sus rostros, su identidad.
Dios no
sale al balcón, pero las monjas dejan plantado al Santísimo y salen a balconear
a cantar y bailar el Resistiré al Demonio , al Mundo y la Carne.
Los
balcones virales predican la fraternité, de momento l’égalité y la liberté
quedan en el back burner. Todo llegará
|