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“Por
mucho daño que puedan hacer los malos , el daño más nocivo es el daño de los
buenos”.
De la
desnudez del bíblico jardín, la original, la de la gracia, la que agradaba a
Dios, a la desnudez de la vergüenza, la que hay que vestir, camuflaje floral,
para siempre.
No
fuimos expulsados del paraíso dicen los judíos, nosotros expulsamos a Dios y,
perdido el sentido espiritual de la existencia, no caeremos en la cuenta de
nuestra situación hasta que dejemos entrar a Dios en su jardín. Entonces
volveremos a la desnudez original y a la amistad total con Él.
Dios
viste los lirios del campo dice el evangelio y “los vencedores serán vestidos de
blancas vestiduras” dice el Apocalipsis, pero hoy Victoria’s Secret e
Intimissimi visten a las mujeres, Calvin Klein cubre los esenciales de los
varones con sus underwear, las tiendas prêt à porter nos uniformizan a todos y
la Casa Gammarelli viste las redondeces y cubre las calvas de los Príncipes,
título no sólo anacrónico sino insultante en una Iglesia en la que todos somos
mucho más que Príncipes, somos “Sacerdotes, Profetas y Reyes”.
La
prensa, hiena en busca del último bocado, nos muestra a las “majas mejor
vestidas” y a las “majas semidesnudas”, el 0,001 %, que desfilan por las
Alfombras Rojas del mundo. La gente normal, el 99,99 %, visten ropas normales.
La
fotografía del Cardenal Burke, en su entrada triunfal en la catedral de Trnava,
Eslovaquia, el día 15 de noviembre 2019 y la fotografía de Daisy Ridley el día
de la première de “El ascenso de Skywalker”, 19 de diciembre 2019, avivaron mi
imaginación y mi indignación.
 
Dentro
del Cajón de Vanidad de Vanidades, la que más se asemeja a la Vanidad Suprema,
por trasnochada y antievangélica, es la Vanidad Imperial y Eclesiástica.
El
titular que acompaña a la fotografía del Cardenal Burke reza: El Resurgir de la
tradición.
Cuando
San Pablo escribe: “Yo he recibido una Tradición que viene del Señor”, habla de
la Gran Tradición, la que importa, cuando la prensa y los eclesiásticos hablan
de la tradición, hablan de las pequeñas tradiciones, rarezas propias de los
hombres, localismos, garabatos en el gran tapiz de la historia, la que no
importa, la que pasa.
“No
hacia atrás, hermanos míos, debe mirar vuestra nobleza, sino adelante”.
“A lo
que está cayendo debe dársele un empujón”.
Érase
una vez un hombre que no sólo quería ostentar ostentar el título de Príncipe
sino que quería ejercer de Príncipe.
Aparejado
con la Capa Magna de seda roja y una cola de cinco metros, el Cardenal Burke,
ignorando la Gran Tradición, se unce a la pequeña tradición que viene de los
Césares. Su entrada en el Templo fue triunfal. Un clérigo vestido de rojo ondea
la cola, más que real, de la Capa Magna. Un coro de seminaristas con sotanas
negras y roquetes blanquísimos, arrodillados y humillados, rinden homenaje al
Príncipe. “Estéril esplendor de un pasado en ruinas”.
Los
enemigos del Papa Francisco tienen los ojos en el cogote para mirar hacia atrás,
para que el pasado no quede abandonado.
Hoy,
Diciembre 26, día Post-Navidad, día martirial, sangre roja de San Esteban,
verdadera púrpura de los testigos de Jesús.
La
Iglesia tiene que hacer memoria de Jesucristo, su Palabra, su origen, su verdad,
su Tradición, su Todo.
La
Iglesia, pequeño rebaño, tiene que renunciar a todo poder y uncirse a los
pobres.
El
espectáculo se lo dejamos a Hollywood y a Daisy Ridley que, en la foto gemela
con la del Cardenal Burke, luce también un vestido rojo con una cola bastante
más discreta y no necesita que nadie la ondee ni un coro de adoradores.
Fotografías
gemelas, algunos rasgos comunes, pero los fotografiados no pueden ser más
dispares.
Raymond
Leo Burke, 71 años, hombre, mero hombre, mayor, presumido, el peso de los
títulos, de la púrpura ,y de la Capa Magna limita sus reflejos y enturbia sus
juicios. Tiene razón el Libro de Job cuando afirma en el capítulo 32, versículo
9:
“No son
los mayores los que son sabios,
Los ancianos los que saben cómo juzgar”.
La
Sabiduría, don de Dios, no tiene nada que ver con la edad.
Daisy
Ridley, 27 años, joven, artista, maja vestida y maja desnuda, puede presumir, no
necesita Sabiduría, sólo ser hermosa y todo lo demás se le dará por añadidura.
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