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Los
sermones que se ven son más eficaces que los sermones que se oyen.
Francisco
Superstar llena páginas de periódicos y pantallas de televisión más por sus
grandes gestos que por sus mensajes. Emocionan más las lágrimas de un niño que
un discurso sobre el dolor.
La
gente no consume ideas religiosas, consume imágenes. Sólo en la iglesia los
pacientes feligreses aguantan los aburridos sermones de los domingos, la única
opción que tienen es desconectar y rumiar otros pastos. Francisco que ha
consumido muchos sermones aburridos pidió a los recién ordenados sacerdotes: No
prediquen nunca sermones aburridos.
La
imagen de Francisco, arrodillado en un confesionario, susurrando a un cura
cualquiera sus pecados de siempre, quiso ser un sermón que se ve sobre la
necesidad de la confesión. Si el Papa peca y se confiesa, atrévanse, católicos
del mundo, a hacer lo mismo.
Tal vez
la falta de espontaneidad y el carácter didáctico y propagandístico de la imagen
del confesionario le resta credibilidad y no surte el efecto buscado.
El Papa
Francisco acaba de anunciar el Gran Jubileo de la Misericordia.
El
jubileo bíblico, utopía social, es una nueva creación, una vuelta al paraíso
terrenal. Todos los esclavos recuperan la libertad, todas las deudas quedan
canceladas, todas las relaciones familiares y sociales quedan sanadas y
restablecidas. Programa jubilar, grandes promesas siempre por soñar y por
cumplir.
La
misericordia total, el perdón total no es cosa de los hombres, sólo le pertenece
a Dios.
El
Jubileo de la Misericordia anunciado por Francisco y el que se vivirá en todas
las iglesias católicas del mundo no tiene nada de utopía, no afectará a las
relaciones internacionales, nacionales o familiares, será espiritual. Y ya que,
en estos tiempos, nadie se siente el guardián de su hermano, que todos se
sientan el guardián del Planeta Tierra.
Algunos
ya lo quieren matar antes de nacer reduciéndolo al Año de la Confesión, en
invitación a quitar las telarañas de todos los confesionarios del mundo.
La
avalancha de la misericordia de Dios, para algunos, desgraciadamente, comienza y
termina en el confesionario.
No sé
si Francisco se arrodilla todas las semanas en el confesionario y recita la
misma lista de pecados, sí sé que el confesionario es uno de tantos muebles
caídos en desuso en la posmodernidad.
¿Para
qué sirve un confesionario si la gente no sabe ni tiene conciencia de pecado?
Los
manuales de moral y los catecismos de todos los tiempos amontonan, catalogan
pecados y los colocan en las estanterías como si de un Mercadona cualquiera se
tratara.
¿Quién
predica hoy que no asistir a misa un domingo es pecado mortal? La palabra
“mortal” la hemos cosido a tantos actos inocentes que ya nadie le da ninguna
importancia.
Curas y
fieles, por una vez son de un mismo sentir, ninguna ley eclesiástica, es decir
humana, debe obligar bajo pena de “pecado mortal”.
Yo me
confieso y confieso, pero si algo no me gusta hacer es sentarme en el
confesionario.
Las
personas mayores no tienen nada que confesar a no ser su soledad y su mala
salud.
Los
pecados del sexo, los malos pensamientos y deseos, siempre tienen su lado oscuro
y sus muchas justificaciones. Ni le interesan a Dios ni al cura.
En el
programa de radio Hablar por Hablar los escucho con más claridad y con más
remordimiento.
Sí al
Jubileo de la Misericordia, no al Año de la Confesión.
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