











|
El Papa
Francisco pone al borde del éxtasis a las monjas que, con un permiso
extraordinario de la superiora, salen de los muros conventuales para, en la
plaza del Vaticano, aspirar el aroma del adorado Francisco.
Pablo
Iglesias, convertido en el pastor de los indignados y cabreados, encandila a sus
ovejas con palabras sabias y gestos novedosos.
Rajoy,
pastor aburrido, deja que sus ovejas sesteen y pasten por veredas peligrosas,
las del green power, el dólar, el dinero B.
Carmena,
esa abuelita progre y despeinada, es incapaz de alegrar el nabo de nadie.
Estoy
en New York, la ciudad de Mr. Trump y contemplo atónito, como escribe un
periodista, “the rise of the shiny object that is the Man called Mr. Trump”.
Sus
hoteles y sus inmuebles lucen en sus fachadas su nombre con letras grandes y
doradas.
Esta
estrella fugaz, que de momento parece la zarza del Sinaí, ni se consume ni se
apaga y ha revolucionado la campaña a la presidencia del país.
Mr.
Trump, rubio botella, billonario y troglodita, ha despertado a todos los
conservadores del país, que son legión, y los ha excitado tanto, tanto, que
están a punto de correrse.
“Make
America Great Again” es el eslogan de su campaña. Eslogan que luce en su gorra
roja, siempre bien calada y bien visible. Suena bien, pero la receta para
conseguirlo es tan simple que dudo tenga éxito. De momento sólo tiene dos
ingredientes: Yo, Mr. Trump y mi MURO.
Un Muro
infranqueable, de miles de kilómetros, para que los hispanos, esas gentes de un
submundo que sólo aportan violaciones, drogas, asesinatos y que procrean
insensatamente no puedan atravesarlo.
El
problema, Mr. Trump, está dentro de su país que se enriquece con el sudor y el
hambre de miles de hispanos.
¿Y qué
va a hacer con los 11 o 15 millones de inmigrantes que ya atravesaron el muro?
Todo es
sencillo para Mr. Trump. El ejército los sacará de sus madrigueras y los
devolverá a sus países de origen y cambiaremos la constitución, el 14th
Amendment, para que a sus hijos, nacidos en América, se les niegue la ciudadanía
americana.
Todos
los políticos, nada humildes, se presentan como los salvadores de la patria.
Todos
cocinan el futuro con recetas complicadas y utópicas.
Todos
tienen complejo de Mesías.
Ni en
la peor de mis pesadillas lo he pasado peor. Mr. Trump resucita el pasado de los
nativists, pero su retórica encuentra tanto eco en el país que hasta los otros
16 enanitos, sus compañeros de carrera, se han contagiado y no se apartan del
guión anti-inmigración del supercandidato.
Todos
recordamos la famosa frase que Mr. Reagan espetó a Gorbachov: "Tear down that
wall". Y el Muro de Berlín cayó.
El
mundo ha cambiado tanto que todos los muros están convirtiéndose en reliquias.
El
mundo se ha convertido en paisaje que todos queremos contemplar, se ha
convertido en lugar de peregrinación y todos, como turistas, peregrinamos a los
rincones más exóticos, todos los hambrientos y perseguidos, sin papeles, sin
dinero, peregrinan en busca del pan de cada día.
Mr.
Trump, con muro o sin muros, America, paraíso de oportunidades, seguirá
llenandose de turistas mejicanos y del resto del mundo, a pesar de sus esfuerzos
por cortar los brazos a la estatua de la Libertad.
Estamos
en el prológo de esta interminable carrera hacia la Casa Blanca. Los candidatos
republicanos, en traje de baño, lucen sus atributos como si de un concurso de
belleza se tratara. ¿Cómo será el combate cuando se pongan los guantes de boxeo?
Mr.
Trump, boludo y primitivo, omnipresente en los noticieros y tertulias, ha sido
la tabarra de este verano que se acaba.
En mis
ratitos de televisión he renunciado a escuchar a este clown neoyorkino y me ha
abonado al baseball. Los Mets de New York me caen bien y ya me conozco a todos
sus jugadores que lucen apellidos hermosos: Flores, Céspedes, Tejada, Uribe,
Lagares, Colón y algún nombre americano como Wright...
El muro
que separa a los hombres no es el muro de ladrillos sino el muro del odio, del
egoismo y de la avaricia. Este sí es un muro impenetrable. "No te cierres a tu
propia carne" gritan los profetas.
|