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Años
atrás leía con gran apetito los libros de Cioran. Bebía sus aforismos como si de
versículos bíblicos se tratara. Uno de sus aforismos me ha acompañado durante
años y, de vez en cuando, lo regurgito para mejor digerirlo.
“Un dios en cuyo nombre no se mata no es dios”.
Yo sólo conozco al Dios de la Biblia, el que con severidad exhorta a su pueblo a
una fidelidad absoluta y total. No quiere rivales y su culto es incompatible con
cualquier otro.
“No tendrás otro dios fuera de mí. Yo soy un Dios celoso”. Éxodo 20
El profeta Elías, el que ardía de celo por Yahvé, lo vivió tan intensamente que,
en carro de fuego, fue arrebatado del mundo de los vivos.
El rey Jehú, leo en el Segundo Libro de los Reyes, capítulo 10, convocó a todos
los profetas y sacerdotes del dios Baal, rival de Yahvé, en su templo y, frente
a tan cualificada asamblea, ofreció un sacrificio a Baal. Sus soldados guardaban
las entradas y salidas del templo con esta consigna: •”Entrad y matadlos”. Que
no escape ninguno”.
El celo por Yahvé, su Dios, lo empujó a “matar” a todos los profetas, los
sacerdotes y seguidores de Baal y a hacer añicos su estatua y a destruir el
templo que cobija a todos los idólatras. Un poco de fanatismo es necesario.
La idolatría, hoy, viaja por avenidas luminosas y perfumadas, ajenas a Dios y
los dioses. Unos creen en los UFOS, otros en la vida en otros planetas, pero
Dios es una idea tan grande que no cabe ni en sus cabezas ni en sus corazones.
Los rótulos de la ciudad secular, cansancio económico, rezan: se vende, se
traspasa, liquidación total, grandes rebajas nos jubilamos, se buscan chinos…
Pero también existe un cansancio vital: clima de indiferencia, falta de celo
religioso, anestesia total del alma, orfandad espiritual, el hombre
unidimensional plenamente realizado...
Los hombres de hoy nos contentamos con una idolatría de pocos quilates,
baratijas de bazar chino. “Prefiero dar diente con diente a adorar ídolos” dicen
algunos, pero, de hecho, los hombres se arrodillan ante cualquier estatua y
veneran y besan cualquier reliquia.
Yo, alérgico a las RELIQUIAS, afirmo que el 99% de las que se veneran son
falsas, vulgares, ofensivas y hasta repugnantes.
Yo, fanatismo santo, haría como el rey Jehú, reuniría todos los prepucios de
Jesús, todas las gotas de leche de la Virgen María, un galón de leche, todos los
trocitos de madera de la cruz de Jesús y todas las coronas de espinas, todas las
piedras disparadas contra el protomartir San Esteban, más las 7.432 reliquias
que coleccionó Felipe II, rey más supersticioso que piadoso, que murió diciendo:
“No toquéis las reliquias” y ofrecería a Mammon, dios del dinero, un digno
holocausto en el Museo de las RELIQUIAS.
Muy de mañana, narran los evangelios, las mujeres se dieron cita junto al
sepulcro de Jesús, y, oh sorpresa, la piedra corrida y la tumba vacía, no
encontraron nada, no dejó nada. NO DEJÓ RELIQUIAS.
“Lo enterraron en el valle de Moab y hasta el día de hoy nadie conoce el lugar
de su tumba”. Deuteronomio 34,6 Moisés no dejó nada. NO DEJÓ RELIQUIAS.
Con motivo de la canonización de John Henry Newman abrieron su tumba, exquisita
delicadeza de un hombre sabio, no encontraron nada. NO DEJÓ RELIQUIAS.
¿Qué sería de Santiago de Compostela sin el rumor de una RELIQUIA?
Los hombres de hoy, fanáticos del futból, de las celebridades y de todo lo que
es efímero, no son idólatras de los inesenciales de la religión. Su idolatría no
se fija ni en lo alto del cielo ni abajo de la tierra, se bastan a sí mismos, se
hacen un selfie y se contemplan como Narcisos enamorados.
“Llegó la hora de adorar a Dios en espíritu y en verdad! Jn 4,23
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