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El
almanaque, siempre presente en la cocina, recuerda al pueblo cristiano los
santos del día. Hay personas que llevan nombres rarísimos y toda la culpa la
tiene el almanaque, en tiempos remotos era la única fuente de información e
inspiración.
Hoy,
los niños llevan nombres de futbolistas y las niñas nombres de telenovelas.
La
inmensa mayoría de estos santos son meros nombres que nada dicen a los hombres
de hoy, son como los nombres de los personajes famosos que adornan las calles,
pero que nadie asocia con una vida dedicada a la ciencia, a la literatura o la
política. What's in a name?, pregunta Shakespeare.
Santos,
muchos santos, ¿pero a quién interesa esa nube gigantesca preñada de solo
viento?
Casi
todos olvidados o ignorados, pero algunos, por razones más folklóricas que
religiosas, se resisten a desaparecer de la imaginación popular y llenan, un día
al año, los templos de unas mojigangas semipaganas que dan que pensar.
¿Qué
sería de la religión, me pregunto más de una vez, sin este catálogo de nombres
tan variopinto y tan estrafalario? ¿Sería más religión y mejor religión?
San
Blas. Los habitantes d Almonacid del Marquesado acaban de celebrar la
Endiablada, procesión de diablos tocados con mitras episcopales que entran en el
templo como monjes cistercienses dispuestos a lavar la cara a la escayola de San
Blas. Ejércitos de devotas con sus cestas llenas de rosquillos y pastas hacen
fila a la puerta de la iglesia para que San Blas bandiga sus pastas y sus
gargantas.
Santa
Agueda. Por la mañana, las mujeres a la santa veneran, por la noche mueven las
caderas y dan sus “reliquias” a besar.
A mi
Valentín o a mi Valentina lo que único que le sobra es el “san”.
Populares,
invocados y festejados como patronos de muchos pueblos son San Roque y San
Sebastián.
En
cierta ocasión , conversación en un autobús de Madrid a Soria, la periodista
sentada a mi lado, comentando mil temas, me dijo: ¿Sabía utsed que San Sebastián
es el patrón de los gays? Wow! No lo sabía.
Desde
aquel día cuando entro en una iglesia siempre observo atentamente los retablos.
Santos
y santas, vestidos de pies a cabeza con hábitos o casullas policromadas, llenan
las ornacinas.
Todos
menos uno, San Sebastián. Sus tallas muestran a un joven, más hermoso que el
David de Miguel Angel, desnudo con tres flechas clavadas, una en el corazón,
otra en el vientre y la tercera en el muslo. San Sebastián desnudo, místico y
erótico es el símbolo de la masculinidad en todo su esplendor. Ahora lo
entiendo.
¿Para
qué acudir al Tú sólo Santo si esta legión de santos nos entretienen, divierten
y nos sacan de todos los apuros?
Yo ya
he dicho muchas veces que hay que cerrar la fábrica de hacer santos para que sus
trabajadores tengan tiempo y se dediquen a hacerse santos.
Algunos
cristianos han conseguido el Oscar de la Santidad a base de cheques, otros para
que como la viuda del evangelio dejen de importunar y otros nunca lo conseguirán
por falta de padrinos y otros por exceso de santidad.
Han
tardado casi cuarenta años en el Vaticano, !qué falta de reflejos!, para llegar
a la conclusión de que Monseñor Oscar Romero fue asesinado por "odio a la fe".
Murió mártir, por defender a Cristo, presente en los pobres de El Salvador.
Sus
enemigos estaban dentro de la Iglesia, entre ellos el Cardenal Alfonso López
Trujillo que decía: "beatificar a Romero es beatificar la Teología de la
Liberación". Los cristianos no creemon y no morimos por una idea, morimos por
Cristo. Lo que tantos veíamos con claridad meridiana, otros lo consideraban como
una verdad inconveniente y escandalosa.
Por
fin, gracias a Dios, Monseñor Oscar Romero recibirá el Oscar de la Santidad.
Oscar de hojalata, el verdadero, el de oro, lo recibimos de las manos de Dios.
A la
salida de la iglesia, una feligresa me dijo acabo de leer la vida de Dorothy Day.
¿La conoce?
Sí, le
dije, es una de mis santas favoritas aunque aún no ha recibido el Oscar de la
Santidad.
Conozco
la casa del Catholic Worker y la revista y conozco bien su vida y los barrios
por donde ella vivió. Conozco su etapa bohemia en el Village y su vida de santa
en el Lower East Side.
Espero
que el Papa Francisco, tan santero y tan dado a saltarse los protocolos, le
conceda pronto el Oscar de la Santidad. Se lo merece más que Fray Junípero
Serra, el Colón de California, que junto a sus buenas obras tiene también muchas
sombras, las de la colonización siempre represora y sangrienta. "Serra no es un
santo para nosotros" dicen muchos habitantes de California.
Yo
también espero recibir el Oscar de la Santidad, pero no de manos tan pecadoras o
más que las mías, sino de Dios infalible, justo y misericordioso.
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