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A los
mayores les quedan pocas cosas que hacer. Unos, para ahorrar molestas decisiones
a sus familiares, redactan su testamento vital, pompas fúnebres incluidas, si lo
dejan al criterio de sus hijos descreídos les pueden despedir con el himno de
fútbol de su equipo favorito o con una canción de Enya, otros se devanan los
sesos escribiendo elogiosos epitafios.
A Google, dios menor, obra de nuestras manos, le veneramos y ofrecemos nuestros
días y nuestras noches, porque siempre nos escucha y nos da lo que le pedimos.
Ayer, generoso sin límites, me regaló los mejores epitafios de los cementerios.
“Si queréis los mejores elogios, moríos”. Jardiel Poncela
Para mi sorpresa y decepción, Google no conoce uno de los epitafios más
cachondos del mundo, el de Jordi Sanz Bros, del cementerio de Gabasa. Lo
comprobé con mis propios ojos.
“NO ploreu por mi que M’ho passat de puta mare”, reza su lápida
Los bancos y los negocios engordan, se fusionan y se globalizan, todo deviene
“mega”, mientras algunas instituciones, vacías de contenido, agonizan.
El mundo rural, “convertido en guarida de todo espíritu inmundo y en guarida de
todo pájaro inmundo y abominable”, muere.
Las parroquias, unas con certificado de defunción y otras en coma diabético, no
programan entusiastas proyectos pastorales para tiempos de crisis, se contentan
con redactar epitafios elogiosos.
Jan Hendricks, obispo de Haarlem-Amsterdam, acaba de anunciar que en los
próximos 5 años se cerrarán 99 iglesias de las 164 con las que cuenta la
diócesis.
La pandemia del coronavirus cerró las iglesias, comenzó el quiet quitting de los
feligreses, fue el comienzo de la muerte silenciosa. No es tiempo de abrir
nuevos templos, es tiempo de escribir epitafios.
Nadie se sorprende de estas drásticas decisiones episcopales, hasta la
obligación del precepto dominical, condición sine qua non de la fe, ha quedado
en suspenso. En 1970 en Holanda el 40% de la población se declaraba católico,
hoy sólo el 20%. Los templos, arquitectura divina, son para turistas de la
tercera edad. ¿No es España una Holanda calcada?
El Noviciado de los jesuitas de Hyde Park, a orillas del Hudson, es un caserón
impresionante. Hoy, convertido en el Culinary Institute of America, conserva en
su hall de entrada el lema jesuítico Ad Maiorem Dei Gloriam. De las negras
sotanas hemos pasado a los blancos uniformes de los cocineros. Nos quedan los
epitafios de su cementerio, “iniciales que son nombres de jesuitas, cifras que
son fechas” y la tumba, nombre completo, de Teilhard de Chardin, teólogo
favorito de mi juventud.
No lo decimos, sería pecado contra el Espíritu Santo, ¿pero cómo cerrar los ojos
a la realidad que vemos y palpamos? Se oyen más cuchicheos que cantos de
victoria.
Los seminarios y los noviciados, a excepción de los de importación, están más
vacíos que el mundo rural.
Nadie se atreve a gritar lo que los tejados pregonan.
La Residencia de Mayores de Betania es oficialmente el planeta de los jubilados,
pero las diezmadas comunidades que quedan en la Provincia son más Betania que la
oficial.
Podemos afirmar, sin recurrir al don de la infalibilidad, que el mundo de los
Hermanos Escolapios sólo espera su epitafio, ¿y el mundo de los Clérigos Pobres
de la Madre de Dios, en España, espera también su epitafio? Yo no lo sé, pero ya
estoy pensando en el mío.
En Europa fenece la pequeña religión, seguro, seguro que nacerá la Verdadera
Religión.
¿La Escuela Pía de los laicos, por los laicos y para los laicos refleja el
espíritu de José de Calasanz? No lo sé, pero sí sé que es lo que la Escuela Pía,
la “oficial”, diseña y promueve.
Hemos abandonado el plan A, nos guste o no nos guste, sólo queda el plan b.
Se acaban las Bocaciones. Vivan las Vocaciones.
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