¿Equipo de Rivales o Equipo de Yes Men?

P. Félix Jiménez Tutor, escolapio.....

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"No sois águilas: por ello no habéis experimentado tampoco la felicidad que hay en el terror del espíritu. Y quien no es pájaro no debe hacer su nido sobre abismos". Nietzsche.

Los religiosos, incluidos los escolapios, almacenan libros en cementerios sofisticados y olvidados, pero ya no compran libros y, envueltos en el mundo de la imagen, elogiar el papel y zambullirse en él se les antoja un lujo innecesario.

Nos sobra el tiempo. Nos falta el apetito lector. No leer es resignarse a la mediocridad y aceptar la mediocridad como estilo de vida. El smart phone es la universidad de los frailes jóvenes y no tan jóvenes. Consumir televisión es pecado venial, pero no leer es pecado mortal.

Los superiores no se sublevan, a mayor mediocridad más pasividad, menos críticas a su falta de visión y más sumisión a sus decisiones arbitrarias.

Hace unos años leí un libro titulado “Team of Rivals” de la escritora Doris Kearns Goodwin. Estudio sobre la estrategia política del mejor presidente de Estados Unidos, Abraham Lincoln.

Lincoln, a la hora de formar su equipo, su primer gabinete, su “curia provincial”, su equipo de rectores, podía haber elegido a un grupo de yes men, hombres conformistas y de su cuerda, pero hizo algo mucho más inteligente, reservado sólo a los grandes hombres, eligió a sus rivales, a los que lo habían despreciado y maltratado durante la campaña presidencial.

Sus rivales, ganada la batalla a la presidencia, no fueron descartados sino integrados en su equipo y juntos salvaron La Unión, abolieron la esclavitud y vivieron los años más trágicos y más gloriosos de la nación.

"Necesitamos los hombres más fuertes del partido en el gobierno. He examinado el partido y he llegado a la conclusión de que estos son los hombres más fuertes. No tenía el derecho de privar al país de sus servicios". Abraham Lincoln

En los juegos de cartas, "descartarse" equivale a deshacerse de las cartas poco valiosas para quedarse con los ases, los reyes y los caballos.

Lincoln, a pesar de las rivalidades, guardó los ases, sus enemigos, para ganar la partida más importante que tuvo que jugar su equipo.

En la Vida Religiosa, viaje tras cristales ahumados, negocio edulcurado con veinte cucharadas de retórica fantástica, los superiores faltos de visión, por miedo y por preservar la paz del cementerio juegan al descarte. Se descartan de los ases y los reyes, sus rivales, y juegan a perder la partida. Descartarse es dar obediencias a la Patagonia.

Los superiores se rodean de los yes men, hombres sin imaginación, incapaces de causar oleaje, con menos espiritualidad que las borrajas, pero que les garantizan una siesta plácida. Forman equipos de gente tan sensata, tan cumplidora, tan farisea que todo lo estropean.

En estos tiempos de tragedia griega buscan la catarsis no en la integración de los contrarios, los rivales, sino en el descarte y en robar y robar cartas en busca del as inexistente.

Todas las obras humanas, aun las más piadosas, necesitan hombres y mujeres que mantengan viva la llama original. Pero las obras humanas, fundadas, refundadas, disfrazadas, revisitadas, restructuradas... como cualquier ser vivo tienen fecha de caducidad. La llama original se apaga o ya no ilumina lo original.

La Vida Religiosa no se justifica por el hacer, un hacer, por cierto, cada día más light, más insignificante, más innecesario y cada día más en manos menos originales, más ajenas.

La Vida Religiosa, cuanto más evangélica, más necesaria, no pasará. Todos los haceres pasarán.