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“La
espiritualidad es agua pura, la religión es Coca-Cola, un negocio”, dijo
recientemente el famoso guitarrista mejicano Carlos Santana.
No cabe
duda que el agua pura es mejor que cualquier soda, incluida la Coca-Cola. ¿Pero
es mejor ser espiritual que ser religioso? ¿Son realidades irreconciliables?
Hoy,
las religiones organizadas, la nuestra, las de siempre, viven bajo sospecha. Son
más yugo opresor que liberador. Los hombres nacidos para la libertad se rebelan
contra la dictadura de los profesionales, los funcionarios, de la religión que
creen saberlo todo, lo que nos conviene y lo que nos perjudica, y su misión es
prohibir y redactar catálogos de pecados. Hoy vivimos el ocaso de la religión
como la hemos conocido. Es tiempo de más espiritualidad y menos religión.
Hablar
de religión con la gente joven es oír siempre los mismos improperios. Eso de la
pedofilia, de los curas y sus amantes, hasta lo comprenden y lo excusan. Los
curas son hombres y la urgencia carnal es casi siempre irresistible. El sexo es
el menor de los pecados de las Iglesias. Lo que no perdonan a las Iglesias es
que sean Coca-Cola, un negocio, que el Banco Vaticano lavara dinero y que hasta
la Mafia tuviera allí su nido, que más de 400 firmas hayan huido del Banco
Vaticano en su nueva andadura muestra que lo que allí se cocía no eran
bendiciones divinas si no dineros del diablo.
Los
dineros de las Iglesias, verdaderos o imaginarios, es el gran escándalo. El
obispo alemán de Limbur y su palacio principesco, bañera incluida, causó más
daño a la Iglesia que el vicio solitario o público de los curas.
Los
dineros de las Iglesias es el secreto mejor guardado, nadie lo conoce ni los
fieles ni el mismísimo Dios. El fin de semana del 9 de marzo robaron la colecta
de una Iglesia protestante de Houston, seis cientos mil dólares, lo sabemos
gracias a la policía. ¿Colecta espiritual o colecta Coca-Cola?
Mejor
ser espiritual proclaman los desenganchados de la religión organizada que
consumidores de Coca-Cola.
El
espíritu, que sopla cuando quiere y cómo quiere, es su coartada. El espíritu,
incontrolado e incontrolable por los profesionales de la religión organizada, es
la conexión con el Totalmente Otro.
“Yo soy
espiritual, pero no religioso”. Algo es algo, este estribillo repetido cada día
más y por más gente suena mejor que “soy ateo o soy agnóstico”.
Why I
hate religión, but love Jesus”, “Por qué odio la religión, pero amo a Jesús” es
un hermoso poema escrito y declamado por Jefferson Bethke que recoge en un
montón de frases ingeniosas las aparentemente irreconciliables contradicciones
entre la religión y Jesús. Contradicciones que los que vivimos la religión desde
dentro, los convencidos de la bondad de la religión no discernimos, no nos
cuestionamos y rechazamos como infundadas naderías. Pero en el fondo sabemos que
tienen razón y experimentamos una vaga desazón.
“Jesús
y la religión están en órbitas diferentes”, dice el poema. Jesús es la obra de
Dios, la religión es invento humano. Jesús es la sanación, la religión es la
infección. La religión dice haced, Jesús dice hecho. La religión pone grilletes,
Jesús nos da la libertad.
Cuando
Jesús gritó “todo está cumplido”, dijo punto final, no punto y seguido.
Llega
la hora, Jesús dixit, en que ya no se dará culto a Dios ni en el Vaticano ni en
la Basílica del Pilar si no en espíritu y en verdad.
Los
católicos tan empeñados estamos en las obras, lo externo y los dogmas que hemos
reinventado el viejo fariseísmo y hemos olvidado el espíritu.
Los
espirituales, adoradores de un Ser Supremo incoloro, han convertido lo político
en lo soteriológico y las ONG en la religión secular de nuestro tiempo.
No hay
que darle vueltas a la cosa, a ustedes y a mí nos gusta más y consumimos más
Coca-Cola que agua.
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