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La
revolución tenía que llegar, era inevitable. Perdimos ocho años con Benedicto
XVI y la Iglesia se estancó con Juan Pablo II en una continuidad doctrinal
estéril. Estos dos Papas secuestraron el Concilio Vaticano II y llegó Francisco
dispuesto a desencadenar el rehén y sacarlo de los sótanos del Vaticano.
Francisco,
ordenado sacerdote después del Concilio, es producto de los años turbulentos que
vivió la Iglesia y la Compañía de Jesús durante un posconcilio caótico. Tiene
que ser necesariamente diferente de sus dos predecesores que participaron en el
Concilio, pero no se dejaron salpicar por la espuma conciliar.
Ya no
hace falta invocar al Espíritu que inspira y guía a todos, incluidos los ateos.
Ya no
hay que escribir encíclicas, esas cartas sabias y aburridísimas que escriben los
Papas y no leen ni los curas, sus primeros destinatarios. Las encíclicas no
están supuestas a decir nada nuevo ni original, como la ley del Sinaí son más
listas de noes que de buenas noticias.
Francisco
con sus llamadas telefónicas y sus entrevistas en los periódicos ha sido noticia
para creyentes y ateos y ha conversado no sólo con Eugenio Scalfari sino con
todos nosotros los creyentes y los enemigos de la Iglesia.
Después
de los saludos y el chiste malo, “no me vas a convertir, no te voy a convertir”,
Francisco hizo una afirmación fundamental, a la que yo, después de simpatizar
con los dos jóvenes mormones que recorrían mi territorio, hasta les hice pecar
gravemente sentándoles durante una misa entera en mi iglesia, le he dado muchas
vueltas.
“El
proselitismo es una solemne tontería. El mundo está lleno de caminos que se
acercan y alejan, pero lo importante es que lleven hacia el Bien”.
La
Iglesia y las iglesias hacen proselitismo, el arte de cazar clientes, porque
creen tener la verdad, toda la verdad, y los que no viajan en su barca van a la
deriva y sin chaleco salvavidas.
Piensan
los críticos de Francisco que ser profundo y ser un gran intelectual es escribir
cosas que no interesan a nadie y que nadie entiende. Francisco es, dicen, un
teólogo peso pluma. ¿Es Jesús de Nazaret un teólogo peso pluma? No escribió nada
y sólo contó unas historias que todos entendemos y pocos practican.
Esta
conversación con el director de la Repubblica se celebró, a petición de
Francisco, unos días antes de su encuentro con el G 8 del Vaticano. Francisco
tenía prisa por hacer saber a su “corte” de príncipes, purpurados, obispos
mitrados y a sus funcionarios romanos y a los lobbys litúrgicos, económicos,
sexuales, gays…que “la corte es la lepra del papado”. Los leprosos, seres
impuros, han de purificarse, reciclarse o exilarse.
Si otro
clérigo de alto o bajo rango se hubiera atrevido a airear la lepra vaticana,
metáfora hiriente, a blasfemar contra el Gran Templo del Catolicismo y a
descubrir las vergüenzas de sus guardianes ya habría sido crucificado el
traidor.
Francisco
puede decir y dice lo que quiere, lo que otros han ocultado, para despertarnos a
todos y escandalizar a muchos. ¿Tan corrompido está el Vaticano que ha
desencadenado a Francisco?
La
curia, para los que vivimos en la periferia, está llena de falsos monseñores, de
funcionarios en busca del siguiente peldaño, de escorts de ambos sexos, en una
palabra, es un nido de leprosos. Según Francisco la curia tiene un defecto es
vaticano-céntrica. Se alimenta a sí misma y se olvida de la Iglesia universal.
“Yo reabriré el Concilio y abriré la Iglesia a la cultura moderna”.
Francisco
no quiere ser la punta de un iceberg a la deriva y no necesita una corte de
cheerleaders con pompones estúpidos para adorar al rey sol.
Pasar
de una organización vertical a una horizontal como quiere Francisco se llama
democracia. ¿Se democratizará la Iglesia bajo su pontificado?
La
Iglesia de Francisco no tiene ambiciones políticas, ¿cerrará todas las embajadas
para convertirse en la embajada universal de la Buena Noticia? “La iglesia no
irá más allá de expresar y defender sus valores, al menos mientras yo esté
aquí”.
Eugenio
Scalfari, católico de cuna y ateo de credo, nos ha hecho partícipes de una gran
conversación. “Yo creo en Dios, no en un Dios católico. No existe un Dios
católico”, le dijo el Papa. ¿Habrá un Dios para los ateos como Eugenio Scalfari?
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