I Love NYC

P. Félix Jiménez Tutor, escolapio.....

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Febrero 1, 2019. Primer Viernes de Mes.

Mi dieta kilométrica me la ha impuesto hoy, no el médico del Ambulatorio sino la devoción, cada día menos devoción y menos popular, del Primer Viernes de Mes.

Ustedes saben, hoy sabemos todo lo superficial y lo innecesario gracias al whatsapp, que estamos viviendo un Vortex Polar. Yo, con mucho frío, he cumplido mi tarea, vestido de riguroso negro, de cura, llevando la comunión a unas viejecitas centenarias, los viejecitos reciben otros viáticos, y he recorrido los cuatro puntos cardinales de Alphabet City, un total de 6.450 km. He pasado frío, mucho frío.

Este recorrido no tiene nada de turístico. Si ustedes visitan NYC no encontrarán mis huellas. NYC tiene también su cara oculta que no se menciona en las guías turísticas y no se visita.

Israel Zangwill, a principios del siglo XX, escribió: “America is God`s Crucible, the great Melting-Pot where all races of Europe are melting and re-forming”. Idea bonita, deseo maravilloso, utopía nunca convertida en eu-utopía. El Crisol de Dios no ha conseguido, no es bueno ni necesario, fundir todas las razas del mundo en una para crear un nuevo Adán, el Americano perfecto.

Horace Kallen tuvo una intuición más acertada: América es “ a symphony of civilizations”. Cada cultura permanece distinta, vive su originalidad, pero dinamiza el todo.

Unos son Irish American, otros son Italian American… así hasta completar todas las etnias del planeta. American, sí, pero cada uno sazonado con el adjetivo pertinente.

NYC, si prescindimos de sus lugares icónicos, - para turistas novatos-, de sus alturas cada día más numerosas y más atrevidas, y de sus precios futbolísticos, acaba de venderse un apartamento, un penthouse, por 240 millones de dólares, NYC es una sinfonía de civilizaciones, etnias, culturas, lenguas, religiones, sexos… sinfonía maravillosa, siempre creándose y recreándose.

NYC, siempre hirviendo, nunca duerme. Aquí todo es 24/7, menos las iglesias que tienen horarios reducidos para clientes escogidos.

Alphabet City es un mordisco chiquito a la Gran Manzana. Es mi barrio, un barrio poco americano y más bien pobre. Sus calles están llenas de pequeños negocios y de muchas barras y sus tiendas multicolores llaman la atención pero no atraen muchos clientes. Los community gardens alegran el barrio con sus sauces y acacias y son verdaderos remansos donde los vecinos organizan fiestas, cultivan tomates y hasta celebran anualmente, con gran solemnidad, el matrimonio de Gaia.

En los “tenements”, edificios viejos, sucios, con escaleras tan empinadas que dan vértigo, y de renta congelada, viven personas mayores sin genealogía.

Hoy llevé la comunión, entre otras viejecitas, a Rose, centenaria y solitaria.

Ayer celebré el funeral de Salvatore Maggiore, 89 años. Josephine, su prima y dos amigas fueron todo el cortejo.

Ayer vino a visitarme, empujado por una celosa feligresa, Manuel, un español de Guadalajara, hijo de padre republicano que huyó a Argelia y de allí a Paraguay, ahora vive en Alphabet City. Vive solo, no quiere convertirse, sólo quiere invitarme a platicar y a lonchar. Se queja de sus muchos años, de sus muchos achaques, de su soledad y de que “la pija no se le levanta”.

La soledad de la gente mayor, sin familia, sin visitas, sin conexiones, es total. No me extraña que hayan diseñado una pastilla para combatir la soledad.

No hay antídoto contra la soledad y la soledad más amarga es la soledad en compañía.

Vivir en NYC es experimentar la pesadilla del rush hour en el subway, en el metro, apretujado por cientos de caras anónimas, husmeando el aliento cálido de su respiración y escuchando las maldiciones de los que se quedan fuera y las de los de dentro.

El subway es la limusina de los pobres, museo viviente de todas las razas de la tierra y festín y lujuria para los ojos.

La nota juvenil la ponen los miles de estudiantes orientales matriculados en NY University o en la New School University que deambulan por las calles, trabajan y beben zumos en los cibercafés y duermen en los cientos de Alumni Hall que pueblan Alphabet City. Ellos sanean las cuentas de las universidades.

El paseo del Primer Viernes de Mes es una obligación gozosa, cargo con el peso del Pan de Vida, el peso de la Palabra, la Buena Noticia y una pastilla divina para la soledad. Durante los otros paseos escucho el murmullo de las aguas agitadas del East River y, a veces, saludo a los viejecitos pescadores chinos que se entretienen echando al río sus anzuelos.

¿
Será la fe el verdadero antídoto contra la soledad?

¿
Cómo curar las enfermedades de la fe?

El Pan se consume, el cura se va, ¿qué queda en el aire?

Horas vacías imposibles de llenar. Una gran herida. Una gran soledad.

Marzo 1, 2019. Primer Viernes. Próxima cita en Alphabet City.