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Andrew
Brown en su artículo “Golpe monumental del Papa a los conservadores” escribe:
“La entrevista del Papa Francisco con un compañero Jesuita es una de las
entrevistas más sensacionales de mi vida. Los titulares que captan la atención
son siempre los del sexo, pero la verdadera dinamita está en otra parte. El sexo
de los curas y de las personas es incontrolable. El gobierno de la Iglesia, sí
es controlable”.
Todos los
medios de comunicación del mundo se han hecho eco de la entrevista. Los de
derecha, “Yo no soy de derechas”, asustados le han puesto sordina. Los de
izquierdas, entusiasmados, han entonado cantos de liberación. La Iglesia entra
en el siglo XXI.
Jorge Mario Bergoglio, a pesar de los aparejos con los que tiene que vestirse
cada mañana para distinguirse de los demás mortales, sabe que sigue siendo un
mortal más.”Yo soy un pecador” confiesa este hombre que no tiene el número de
teléfono de Dios y que quiere ejercer su ministerio desde sus limitaciones
humanas y condicionado por su bagaje cultural y espiritual.
Los Papas que han actuado como si fueran el mismo Dios nos han intimidado.
Francisco nos sorprende, nos emociona y hasta nos divierte, cosa nada fácil para
el clero entrenado para celebrar la solemne y sacrosanta liturgia tridentina.
Los Obispos creen tener el monopolio de la verdad y para ganarse amigos en Roma
se han convertido en martillo de herejes, han lanzado cruzadas caras contra el
aborto, el matrimonio gay y contra todos los pecados imaginarios del sexto
mandamiento como si ellos fueran ángeles liberados y prejubilados de toda
concupiscencia.
Los curas, la inmensa mayoría, no hemos caído en esa trampa. Hemos predicado el
Libro del Buen Amor ya antes de que Francisco dijera en su entrevista: “el
confesionario no es una sala de tortura”, ya sabíamos que el confesionario es la
sala de urgencias para una cura rápida y saludable.
“No podemos seguir insistiendo sólo en cuestiones referente al aborto, al
matrimonio homosexual o el uso de los anticonceptivos. Es imposible”. Con esta
afirmación Francisco deja sin discurso y sin cartas pastorales a muchos obispos.
Thomas Tobin, obispo de Providence, R.I., ha confesado a sus feligreses su
decepción ya que Francisco no ha dicho nada durante los seis meses de su
Pontificado sobre el aborto. Otros obispos, más prudentes pero del mismo sentir
y pensar, no se atreverán a hacer público su descontento.
¿A qué se van a dedicar ahora los que se han pasado la vida predicando contra el
sexto mandamiento y cobijando, al mismo tiempo, a los curas pedófilos?
La respuesta nos la da Francisco: “Tenemos que encontrar un nuevo equilibrio. No
todas las enseñanzas de la Iglesia, dogmáticas o morales son equivalentes”. Hay
que volver al principio, a la única verdad que importa, el evangelio de Jesús.
A Francisco le molesta que los funcionarios de Dios se hayan “dejado envolver en
pequeñas cosas, en pequeños preceptos”. Lo que yo llamo la calderilla de la
religión, la comida basura de la religión y han olvidado que su misión no es
hacerse con una clientela fija y domesticada sino conectar a los hombres con
Dios, señalar con el dedo, no a la Iglesia sino a su Señor, a Jesús.
La dinamita no está en el sexo, está en su manera de dibujar la Iglesia.
Benedicto XVI, aplastado por los escándalos de pedofilia, se contentaba con una
Iglesia pequeña, la de los puros, Francisco sueña con una Iglesia, casa abierta
a todos, puros e impuros, no quiere una capillita para los perfectos, un nido de
mediocridad, mira al futuro con esperanza, no tiene miedo a las dudas y a las
preguntas difíciles ni a las herejías. Hay que superar el fariseísmo del pasado.
La Iglesia no tiene que ser el fariseísmo reinventado.
Me llama la atención, no por la novedad sino por la evocación que hace Francisco
de la infalibilidad. ¿Qué Iglesia puede presumir de tener un jefe infalible?
Francisco no cree en la infalibilidad, en su infalibilidad y apela a la
infalibilidad más inclusiva y difusa de la totalidad del pueblo de Dios. “El
conjunto de fieles es infalible cuando cree, y manifiesta esta infalibilidad
suya al creer meditando el sentido sobrenatural de la fe de todo el pueblo que
camina”.
¿Y las mujeres? “La mujer es imprescindible en la Iglesia” dice Francisco, pero
la verdad es que no tiene grandes planes para ellas. Los hombres gobiernan y dan
órdenes en la Iglesia y no están preparados para compartir el poder. Los
clérigos siempre tendrán un problema con las mujeres. Jesús no tuvo ningún
problema y se dejó acompañar y besar por las siempre necesarias mujeres.
Gracias a Francisco it’s fun to be Catholic again dice aliviado el P. Tom Reese,
castigado por Ratzinger.
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