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Vivimos
bajo el signo de la pandemia. Mr. Coronavairus ha eclipsado los doce signos del
zodíaco, nos recomienda los dos metros de distancia, nos impone el tapabocas o
mascarilla y nos da nuevos signos: Pfizer, Moderna, Johnson, Putin, China,
Astrazeneca… signos de la suerte que consultamos y veneramos.
“The
life of every citizen is becoming a business”.
La
pandemia ha tenido un efecto secundario positivo, las nuevas tecnologías ya no
son el futuro, son el presente de la sociedad.
Todo en un móvil, todo con el móvil, todo en una pantalla: comprar y pagar, leer
y ligar, reír y rezar, estudiar y socializar.
Los
periódicos nacen viejos y hasta los breviarios de los clérigos dejan de
editarse.
Cojo el subway y observo dos hechos, todos los usuarios son de color, algún
blanquito equivocado o pobre como yo, y no veo ningún libro. Todos con su móvil,
unos textean, otros ven imágenes inapropiadas, otros buscan en Google Maps la
dirección deseada y otros surfean compulsivamente sin centrarse en nada.
Terminaremos
en un confinamiento autoimpuesto. Los cistercienses llevan siglos de un vigilado
lockdown y parece que son felices.
La
pandemia, las asambleas dominicales eliminadas, nos conectó con Dios sin
necesidad de intermediarios y otros muchos trámites innecesarios, !qué alivio!
fueron eliminados sin trauma alguno.
Los
estudiantes, las aulas precintadas, surfearon pantallas sin vigilancia alguna en
su aislamiento.
Pero el
hombre, ser social, siempre echará en falta el rebaño, la manada, ser uno más
entre los demás.
La
Escuela, parking, guardería, cárcel, templo, hoy, más karaoke que mina, es
nuestra primera inmersión en el rebaño, el primer contagio de las inevitables
enfermedades del rebaño, nuestro “yo” reciclado en un “nosotros” borreguil.
Más de
28.000 escuelas existen en España. Todas celebran su día de puertas abiertas,
todas tienen su página web, todas dicen ser bilingües y tener las ultísimas
tecnologías, todas educan en valores y son divertidas y todas ofrecen un abanico
de actividades extraescolares más largo que el menú de un restaurante chino.
El
Director Académico, Pontifex Maximus, elogia a sus profesores y sus másteres:
máster en inteligencia emocional, en reciclaje pedagógico, en sicología de la
conducta, en lenguaje inclusivo, en bricolaje, en huertos ecológicos...y su
pertenencia a Greenpeace y a todos las profesiones calificadas de “sin
fronteras”.
Padres, gracias por confiarnos a sus hijos, ustedes han elegido la mejor escuela
y seguro, seguro que este centro producirá Premios Nobel en cadena.
Y
pensar que la autora de •Memorias de Adriano, Marguerite Youcernar, nunca
asistió a una escuela tan laureada.
“La
educación es lo que queda después de que uno ha olvidado lo que aprendió en la
escuela” dice el sabio. ¿Y si no queda nada?
The
Only Other Thing is NOTHING, leo en un gran cartelón metalizado en Union Square.
La
Mejor Escuela, olvídense de las 28.000 escuelas, es LA FAMILIA.
En la
Familia aprendemos los valores que perduran a lo largo de toda la vida.
En la escuela
aprendemos los valores de temporada, los que no dejan ni posos.
¿Por
qué visita siempre a su primer maestro y nunca visita a su profesor de Alta
Teología?,le preguntaron, en cierta ocasión, a un gran Rabino.
Porque mi primer maestro me enseñó lo que vale hoy y siempre, lo que me enseñó
mi Gran Profesor, hoy es refutado, negado y olvidado. Erudición que no sirve de
nada.
La
familia, La Mejor Escuela, sufre las enfermedades de la posmodernidad,
inestable, indefinida, interrumpida, necesita reconversión.
El
fracaso escolar es también fracaso familiar. El fracaso espiritual es también
fracaso familiar.
Ninguna
escuela por masterizada y digitalizada que esté puede sustituir a La Escuela
Familia.
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