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Ayer,
un lejano ayer, la Visita Canónica despertaba siempre expectación. Los pasillos
de la comunidad rezumaban inquietud y curiosidad y se oían cuchicheos cómplices,
anónimos. Algo había pasado o iba a pasar.
Visita
Canónica, presencia esperada del Provincial y de sus Asistentes. Todos tenían
algo que comunicar, ánimos que dar, programas que implementar, problemas que
dialogar y resolver, oraciones que celebrar, comidas más copiosas que compartir,
chismes que susurrar, alumnos y profesores que visitar… La Visita Canónica era
acontecimiento aun para los religiosos más desenganchados de la vida comunitaria
y de la misión.
Bien sé
yo que de nada sirve comparar o contrastar el ayer con el hoy. Los religiosos,
seres humanos, perdidos todos los atributos, ayer fuimos maestros, hoy no lo
somos, ayer fuimos curas, hoy no lo somos, hoy somos residentes, meros
residentes en el penthouse de un colegio o en la Residencia de Mayores, hombres
tan corrientes que hasta la Visita Canónica resulta innecesaria. ¿De qué se
puede hablar en una sala de espera?
Nosotros,
ni santos ni pecadores, intentamos llevarnos bien, rezar más y mejor, comer lo
que nos sirven, hablar poco, reír menos y vivir sin sobresaltos la Vida Regular.
La Vida Regular, expresión super-acertada, necesita poco o nada, se regula por
un horario de mínimos, horas de capilla y horas de comedor. Orar y Comer, el
“labora” en una comunidad de jubilación total sería una redundancia.
Abril
14, 2018, a las 5 P.M. en la sala de gimnasia de la Residencia de Mayores se
celebró, durante una hora, minuto más o menos, la Visita Canónica. A alguno se
le hizo tan larga y tan ajena a su situación vital que, me confesó, estuvo a
punto de largarse.
“Ya
nada es como ayer” se ha convertido en frase tan tópica que se aplica a
cualquier realidad humana: a las relaciones humanas, a la familia, a la
educación, al sexo, al ocio… y también a las realidades religiosas: a la
religión que se licúa, a las iglesias que se vacían, a la edad de los curas, a
la pedofilia, a los hijos que no se bautizan…
La
visita Canónica a una Residencia de Mayores tenía que ser, por necesidad, leve
como una pluma de gorrión y corta como la visita del médico del ambulatorio. La
verdad que no esperábamos mucho, pero tampoco esperábamos tan poco. ¿Ya está? No
hubo ni bienvenida ni despedida.
La
primera parte se redujo a re-decir lo que otros dicen sobre la Vida Religiosa.
Los que llevan más de 70 años viviendo en comunidad ya han vivido y bebido todos
los elixires, los gozosos y los amargos, que la vida ofrece por la mediación de
Superiores -ya majicos ya feos-.
El
plato principal fue el de los números. El demonio, en este hoy, se ha convertido
en número. Es el demonio numérico que ha declarado la guerra a los frailes y
especialmente a los Obispos y a los Superiores. “Aqui se requiere sabiduría. El
que tenga inteligencia cuente la cifra de la bestia, pues es cifra humana. Y su
cifra es 666”. Ap 13,8
Aceptamos
que no estamos en un país católico como ayer. La familia tradicional está en
crisis, la natalidad es baja y los nuevos padres llevan aretes y pulseras, el
bíceps tatuado y el pelo con mechas, estos padres no creen en el matrimonio para
siempre, no han tenido nunca una Biblia en las manos y el Padre Nuestro es un
sermón larguísimo para muchos...Difícil engendrar hijos para Dios y para curas.
En la
pantalla del Provincial los números, sus números, bailan y hasta parecen tener
vida.
Siempre
hay consuelo y una buena noticia. Los números de los Escolapios son dramáticos y
nosotros, los residentes de la Residencia de Mayores, no nos acongojamos. Si es
obra de Dios que El provea.
Los
números del Provincial son fantásticos, Aleluya, son como la macroeconomía
nacional, pero lo que a la gente le preocupa es su microeconomía, no llegan a
fin de mes y se desesperan, lo que a los frailes de todas las marcas bajo el sol
les preocupa es la microeconomía de la Vida Religiosa que no se puede camuflar
con números laicales.
El
demonio numérico, para unos, es una maldición, para otros una bendición. El
tiempo lo contará. Yo sólo sé que el único que cuenta bien y no miente es Dios.
¿Se
quedó algo en el tintero? El tintero sin tinta, seco.
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