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Los Mass Media, ¿Satélite de lo Efímero?

P. Félix Jiménez Tutor, escolapio.....

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No echan en falta las CARTAS con destinatario y remitente?

Sí, las CARTAS, ayer, tenían siempre un destinatario fijo: el padre, el amigo, la novia…

Escritas a mano, con lápiz o con tinta, eran suspiros o gritos que salían más del corazón o de la pasión que de la cabeza.

Hoy, en los buzones sólo echan basura.

En el inbox, buzón digitalizado, cabe toda la basura del mundo.

En mis tiempos de estudiante en Irache, en aquel caserón plateresco y frígido por dentro y por fuera, conocí a un cura tímido y serio que me prestaba libros de poesía, de Vicente Aleixandre, de Dámaso Alonso, de Celaya, de Blas de Otero… Y él era muy amigo del poeta Luis Felipe Vivanco con el que se escribía largas y continuas CARTAS.

Un buen día, acosado peligrosamente por la serpiente primitiva, le pedí que fuera mi director espiritual.

El Padrecito se convirtió en el buzón de mis dudas y de mis tentaciones.

Yo le echaba en su buzón semanalmente mi CARTA, radiografía interior, y él, al pasar junto a mí a la salida del comedor, me entregaba, en mano, su CARTA.

No guardo mi historial médico. No guardo las recetas que el cura tímido y serio me prescribía.

Años más tarde, en la Universidad de Zaragoza, no hay año ni día sin turbulencias, descubrí a Saul Bellow, premio Nobel de Literatura, que se convirtió en uno de mis escritores favoritos.

La lectura, elixir de los aburridos, de su novela HERZOG me deslumbró con las luces cortas de sus CARTAS. CARTAS a Dios, a los presidentes vivos o muertos, a… CARTAS con destinatarios fijos para expresar sus emociones, sus quejas y sus delirios amatorios.

Hoy, abrir un buzón es un gesto inútil.

Bienvenidos a Brave New World, al Mundo Feliz.

Me gusta recordar de vez en cuando a los católicos, los que aún se hacen presentes en la iglesia los domingos, que todos los católicos del mundo estamos frente a la misma página del Libro. Todos abrimos la Biblia, CARTA de Amor, que Dios ha dejado en nuestro buzón.

Pero no todos estamos en la misma exégesis, la misma predicación. Unos escucharán piadosidades, otros sermones leídos y escritos años atrás, otros mensajes inspirados, pero los mejores son los que escuchan al Maestro, al Misionero del Padre, a Jesús.

Los viejos miramos a los niños y a los jóvenes y nos decimos: tan distintos y tan iguales.
No saben lo que es escribir una carta, meterla en un sobre, poner un sello y echarla en el buzón de correos.

Yo aún guardo vivo el recuerdo de una CARTA, un buzón y la hora en que la dejé caer. Cambió el rumbo de mi vida.

Hoy, sólo es el principio de la gran revolución que está a punto de nacer, nosotros navegamos por el planeta de lo efímero, los Mass Media.

Los niños y los jóvenes, adictos a las “armas de d i s t r a c c i ó n masiva”, consumen materiales de usar y tirar, juegos, entretenimiento virtual, tanto de día como de noche.
Lo privado deviene público, lo local se convierte en global y hasta la intimidad se viriliza y viraliza. La intimidad, ayer tema de confesionario, hoy es tema de la Plaza Mayor.
No busques sabiduría. Sólo necesitas paciencia para borrar los mil “re-enviados” que se reciben duplicados o triplicados.

No existes, creen algunos, si no tienes veinte cuentas en los Mass Media.

Nuestros destinatarios no tienen nombre. Somos unos exhibicionistas. Queremos ser vistos, queremos convertir nuestro smart phone en un teatro sin entradas y sin butacas.

La mayor parte de las veces no hay nada que informar, el hombre unidimensional del siglo XXI no necesita información, pero no se resiste a mostrar sus fotos de vacaciones, de su luna de miel, de su primera vez…

Hay adicciones que se satisfacen en cinco minutos, pero los Mass Media nos distraen continuamente, de día y de noche. Me despierto a las cinco de la mañana con un Breaking News o con los números de la Covid 19 o con las visitas, sin cita previa, de Mr. Coronavirus por todos los rincones del planeta.

Felices los pocos sabios que en el mundo han sido, dejaron de vivir en el satélite de lo efímero y de consumir las píldoras que nada sacian, que nada enseñan y que nada exigen y buscan otros “pastizales” más nutritivos, más sabios, más puros y más envolventes.

En ese mundo cacofónico de los Mass Media el oído ha perdido la batalla.
Aquello tan predicado desde los púlpitos -fides ex auditu- pertenece al género de lo clásico y lo clásico y los clásicos, siempre vivos y siempre muertos, han pasado el testigo a los ojos, la lujuria de los ojos es insaciable.

Los adictos profundos a los Mass Media necesitan como Proust ir en busca del tiempo perdido.