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"A no
ser que yo sea convencido por el testimonio de las Escrituras o por razón clara,
(yo no confío en el Papa ni en los Concilios que se han equivocado y contradicho
frecuentemente), yo estoy obligado por las Escrituras que he citado y mi conciencia
es cautiva de la Palabra de Dios. No puedo y no me retractaré de nada, ya que no
es seguro ni justo ir en contra de la conciencia. No puedo hacer otra cosa, here
I stand, esta es mi postura, que Dios me ayude".
Con
estas palabras, pronunciadas ante el emperador Carlos V, los príncipes, los
obispos y las autoridades académicas en la Dieta de Worms, Lutero defendía sus
escritos y su fe y desafiaba todo poder humano para someterse al poder soberano
de Dios.
Lutero
fue un profeta y un hereje necesario.
Es
justo y necesario que los cristianos, los católicos incluidos, celebremos este
500 aniversario. Lutero, hoy nombre común para nosotros, hace 500 años fue una
celebridad, un santo, un profeta, un héroe y un escritor de best-sellers. En
aquella Europa medieval y aún latinizada, llena de analfabetos, sus sermones
gritados en alemán desde el púlpito o impresos como panfletos eran el breaking
news de cada día.
Lutero
fue una bendición camuflada para la Iglesia y sigue siendo una invitación a
tirar por la borda los inesenciales de la fe y a acabar con “el enjambre de
parásitos” de la corte -qué blasfemia- papal. Francisco, atrevimiento luterano,
la califica de “lepra”, pero sólo un Lutero II acabará con ella.
Sólo
hubo, hay y habrá un cristiano, Cristo. Sus seguidores, los de ayer y los de
hoy, incluidos esos que la Iglesia, con gran solemnidad, declara santos con
derecho a corona de oro, a producir reliquias sin cuento y a exigir oraciones y
novenas, son cristianos in progress, siempre inacabados, a los que sólo Dios
pone el punto final y da el VºBº.
Jesús
de Nazaret, profeta ético y escatológico, vino a anunciar el Reino de Dios y los
hombres lo han convertido en el fundador de una religión, en un maestro de
sabiduría, en un predicador del amor. Inabarcable, Jesús es patrimonio de la
humanidad, es de todos y de ninguno, es de Dios. Si Jesús de Nazaret levantara
la cabeza se horrorizaría.
Sólo
hubo un Protestante, Lutero. Sus seguidores han dejado de Protestar y han
renunciado al nombre de Protestantes. Ahora exhiben otros nombres, miles de
nombres, ya que existen más de treinta y tres mil grupos o iglesias engendradas
por la Sola Scriptura, la Sola Fides y la Sola Gratia de Lutero. La Iglesia
Luterana, ya en su origen, se convirtió en las iglesias. Si Lutero levantara la
cabeza se horrorizaría.
Lutero,
con sus 95 tesis, no quiso fundar una Iglesia. Quiso discutir y polemizar a
nivel académico sobre la compra de la salvación. El Papa ofrecía grandes rebajas
a los que invirtieran en la bolsa de valores del Vaticano. Las rebajas de Dios
son su misericordia. Dios no necesita misas pagadas y rutinarias para abrir la
puerta de la salvación y no necesita el proletariado clerical para celebrar
misas gregorianas o encargadas a perpetuidad. Los Frugger eran los conserjes del
cielo, pero al cielo se va sin hacer escalas y sin hacer la reserva.
Lutero
quería Reformar la Iglesia, su Iglesia Católica. No lo consiguió del todo, pero
sigue ahí recordándonos que la Iglesia es siempre un work in progress, semper
reformanda, siempre inacabada.
Hoy,
octubre 31, 2017, todos los cristianos estamos en deuda con Lutero. Los
católicos, unos a regañadientes, otros más entusiastas, confesamos que gracias a
Lutero la Iglesia Católica se ha purificado y, si no se atreve aún a confesar la
Sola Scriptura, sí cree y predica la Scriptura.
Nuncio
Galantino, obispo italiano, acaba de afirmar que “Lutero no es un hereje y que
la Reforma es obra del Espíritu Santo”. Elogio más ecuménico que sincero.
Monseñor, luteranícese un poco, por favor.
Yo
tengo en mi mesa cuatro biografías recientes de Lutero y una de su mujer, amén
de un libro que recoge sus sermones y escritos. Nunca es tarde para conectar con
este hereje necesario.
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