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“Socrates:
los 30 tiranos te han condenado a muerte.
Y la naturaleza a ellos, contestó Sócrates”.
“Dentro
del número de los muchos deberes que comprende el general y principal capítulo
del saber v i v i r, figura el capítulo del saber m o r i r. Y estaría entre los
más fáciles si nuestro temor no lo volviera penoso”.
LLevamos días sin cuento en solitary confinement y la condena parece no tener
fin. Los días rojos del calendario, objeto inútil, no significan nada. El fin de
semana, tiempo sagrado, se ha evaporado. Todos los días son pesados, alargados e
indistinguibles.
El precepto dominical, media hora de mutismo obligatorio, eliminado de la lista
de obligaciones marcadas con el signo -peligro de muerte-, deja vacío el fin de
semana de los viejos católicos.
El estadio de futból, hora y media de orgía lingüística, cerrado a los hinchas
disfrazados, deja vacío el fin de semana y la testosterona almacenada en su
bolsita.
Los creyentes se quedan sin sus inaudibles amenes y los hinchas no necesitan
ventilar sus pulmones piropeando al árbitro y alabando jugadas y goles.
Semanas grises, nada que celebrar ni anticipar.
Condenados a vivir la vida alargados en el sofá, la acción: safaris, museos,
bosques, catedrales, cine, periódicos, porhub y demás devociones secretas, se
vive, sesiones maratonianas, atracón de imágenes, en las pantallas.
La vida interrumpida, los alcaldes de la ciudad nos pregonan, 24/7, el único
producto del mercado: el Coronavairus y su eslogan, “Quédate en casa”, “Todos
juntos venceremos”. Terapia del infierno, catequesis subliminal que nos ha
encerrado en el búnker familiar.
El Coronavairus es tan famoso, tan poderoso y tan contagioso que ha venido para
quedarse. No es un turista británico, es un ciudadano más, tiene tarjeta de
residente y su Green Card. Nuevo Houdini se ríe de todos los muros que levantan
los hombres.
La vida interrumpida, distancia física, emocional y social, nos hemos quedado en
cueros, los hospitales son los nuevos hoteles en los que aún se puede reservar
una cama.
Los hombres, enamorados del saber v i v i r, día tras día arrancan una hoja del
árbol de la ciencia que está en el laboratorio, y buscan la hoja mágica, la de
verdad, la que nos ahorre el deber m o r i r.
“Y a uno y otro lado del río, está el árbol de la vida, que produce doce frutos
cada mes y sus hojas sirven para la curación de la humanidad”.
Mr. Coronavairus, este nuevo ciudadano y vecino del 5º, ha interrumpido la
normalidad de los días laborables y de los weekends profanos y sagrados y ha
instaurado la normalidad del miedo, ha hecho sonar la “alarma militarizada y
policíaca”, y nos hemos paniqueado ante la normalidad de la Muerte.
Nos hemos cagado de miedo en el solitary confinement. La gran pregunta del día
es, ¿cuántos muertos hoy?
Los hemos contado de uno en uno como se cuentan las avemarías del rosario o como
se recitan los 99 nombres de Alláh.
Olvidados los grandes problemas, hemos invertido el tiempo en hablar de los
muertos y en rezar por los muertos.
“Pequeño repunte de fallecidos, 217 en las últimas 24 horas.
Son ya 27.321. Qué ejercicio tan siniestro, contar muertos!
MEMENTO MORI. Recuerda que morirás.
La hermana muerte, compañera inseparable, camina con nosotros desde el primer
suspiro y hace un aparte cuando exhalamos el último suspiro para convertirnos en
solo muerte.
¿Platicamos alguna vez con esta hermana, la más fea de la familia? Yo la siento
tan cerca, que casi todos los días la saludo y bromeamos sobre los compañeros,
divertidos los quiero, que me esperan en la mansión celestial.
César, victorioso y triunfante, hacía su entrada en Roma al son de trompetas y
aclamado por miles de gargantas entusiastas y adorado como dios que bendice a su
pueblo con la paz. Invisible e inaudible, un hombre insignificante le susurraba
al oído: “César, Memento Mori, recuerda que eres mortal”.
El Coronavairus, invisible e inaudible, es el apuntador que la humanidad,
orgullosa, autosuficiente, sabia, poderosa, que ha tocado el “árbol de la vida”,
desdeña, pero ya está aquí, en el primer mundo, para susurrarnos suavemente que
somos mortales.
La inmortalidad pertenece solo a Dios. Olvidarlo es vivir fuera de la realidad.
Somos seres para la muerte, dicen unos.
Merecemos morir, dicen otros.
Es ley de vida, hasta los animales mueren, pero nosotros sabemos que tenemos que
morir.
La muerte es la receta que cura todos los males y es la Puerta Dorada que se
abre a la VIDA.
“En mi principìo está mi fin, en mi fin está mi principio”.
“Yo soy de hoy y de ayer, pero en mí hay algo de mañana y de pasado mañana y del
futuro”.
Dios es futureidad y yo tendré y seré futuro en y con Dios.
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