Mi BMW

P. Félix Jiménez Tutor, escolapio.....

.  

 


Hay que levantar un monumento a las “sneakers”, las zapatillas deportivas. Han democratizado los pies de los ciudadanos.

Todos, hombres y mujeres, viejos y jóvenes, niños y niñas, todos tenemos unas Adidas, unas Nike, unas Reebok, unas New Balance, unas FILA...las marcas de sneakers se han multiplicado más que la raza humana que se resiste a engendrar.

Las sneakers, olvídense de los bolsos de Vuitton, se han convertido en objetos de culto y símbolo de prestigio y distinción. En una entrevista, no recuerdo su nombre, un jugador de baloncesto confesaba tener más de 300 pares de sneakers. Tiene todos los modelos de Air Jordan y las Air Jordan 1 cuestan 1950 dólares. Más caras que unos zapatos de boda.

Algunos curas celebran Misa en sneakers y algunos artistas reciben un Oscar en elegantes sneakers.

Mirar los pies de los alumno de una clase de 4º de la ESO es contemplar un campo de tulipanes holandeses: todas las marcas y hormas y diseños, los cordones gordos y de colores llamativos y distintos en cada zapatilla forman un collage kaleidoscópico, unas caras, otras baratas, hablan del poder adquisitivo de las familias y de los caprichos imperativos de los muchachos que nunca han oído ni leído un versículo bíblico pero conocen, desde infantil, precios y marcas de todas las zapatillas deportivas.

Mis sneakers hablan por mí.

Desde que llegué a NYC mi despertador, impertinente y provocador, se empeña en que salte de la cama y me envía al cuarto de baño a hacer esas cosas siempre silenciadas de la biología elemental. Me manda calzarme mis sneakers Columbia y me lanza a la calle oscura y silenciosa.

Son las 5:30 de la mañana, cuando cantan las alondras y cuando el sol aún no ha empezado a empinarse por el horizonte de Queens y Brooklyn.

Ayer me llamaban loco por emprender el camino a las 2 P.M. cuando el calor aprieta y derrite los sesos. Hoy más loco porque a esa hora lo que el cuerpo pide es el primer postre del día.

Hay placeres reservados a los dioses y placeres sólo para ricos, placeres para casados y placeres para todos, placeres solitarios, y finalmente el placer de caminar ha entrado en mi lista de nuevos placeres.

Yo camino por placer, para sentir mis huesos todos vibrar al unísono. Yo sé cómo cantan mis pies. Yo sé cómo duele mi espalda. Yo sé cómo crujen mis rodillas. Yo sé cómo late mi corazón y cómo se agita inocentemente mi chirimbolo. Yo sé cómo mis ojos miran el paisaje y saludan al sol, astro que de puntillas, sube majestuoso por el lejano horizonte.

Liturgia física y espiritual concelebrada con otros muchos adoradores del sol y del amanecer.

Por un tiempito quedaron atrás mis caminos y sendas zaragozanas, ahora tengo un camino fijo, su nombre oficial es Captain Patrick J. Brown walk, pero yo lo llamo mi BMW.

Paseo a lo largo del East River, accedo al walk por la calle 18 y la Avenida C y siguiendo el cauce del río paso por debajo de tres puentes: B de Brooklyn, M de Manhattan y W de Williamsburg, mi BMW.

Paseo compartido compartido con otras muchas personas. Me sorprende el gran número de chicas jóvenes que, con sus sneakers, sus shorts y sus sports bra rosados, unas caminan, otras trotan, otras corren como para batir un récord y otras, mamás sin abuelitos, corren con el niño dormido en el carrito.

Los hombres, los muy mayores, caminan con seriedad y agresividad ajenos al mundo, y los jóvenes no corren, vuelan con unas zancadas elegantes, olímpicas.

Una procesión maravillosa sin repique de campanas, pero acompañada con el cadencioso sonido de las aguas del río agitadas por las barcazas del NYC Ferry.

Y en la orilla, junto a la valla del río, los pescadores chinos, vigilan hasta cinco cañas de pescar. Sólo una vez, pura casualidad, vi un cangrejo en tierra agitando sus patitas azules.

Unos días, depende del horario de Misas, saludo al Manhattan Bridge, otros días saludo al Manhattan y al Williamsburg Bridges, y otros saludo al BMW.

Desandar el camino es dejarse envolver y deslumbrar por la luz del sol que, como dueño y señor del día recién amanecido, convoca a la vida en la ciudad más anónima del mundo.

“Buenos días, Señor, a tí el primero encuentra la mirada del corazón”...