Mi Última Confesión

P. Félix Jiménez Tutor, escolapio.....

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El lunes, septiembre 27, 2021, al terminar mi estancia en NYC, preparé mi vuelta a casa.
Por la mañanita recorrí la calle 14 de Este a Oeste. En la 8ª Avenida se encontraba una unidad móvil, laboratorio ambulante, para realizar la prueba del Covid 19, PCR necesario para subir al avión. Test gratis, zero dollars, no cita previa, no espera, sólo dar un email y one, two, three, it was done.

Yo acostumbro, ¿superstición?,a confesarme antes de subir a un avión. Cada día me impresionan más esos pájaros metálicos atiborrados de viajeros cansados e impacientes.
A veces pienso que debería viajar en First Class. Mejor, más elegante, morir comiendo un filet mignon que morir entre la marabunta de la clase turista. Pero bien pensado, lo mejor es morir en la gracia de Dios.

Mi test realizado, me dirigí a una iglesia abierta y con un amplio horario de confesiones.
Ese día el fraile de turno no acudía a su garita, tras unas llamadas al convento, “alguien” se sentó en el confesionario.

Cuatro pecadores pasaron delante de mí, confesiones express, llegado mi turno entré en el cuarto oscuro. Con humildad y vergüenza solté mi lista de pecadillos y pecados, la de siempre.
El “alguien” detrás de la rejilla, terminada la recitación de mi lista, sin consejos, sin recomendaciones y sin las pamplinas de costumbre, me mandó rezar tres Avemarías delante de alguna de las muchas escayolas que adornan nuestras iglesias. Fin. The end.

You didn’t give me the absolution, no me ha dado la absolución, le dije.
I gave it to you while you were talking, me dijo. Se la di mientras hablaba.

No, no me la dio, estoy seguro. Sucedió todo con tal rapidez que, ya en la Gran Avenida, pensé:

- Ese “Alguien” era un doble del fraile que no ha podido asistir.
- Ese “Alguien” era un novato que no sabía la fórmula de la absolución.
- Ese “Alguien” quería rematar la faena de mal funcionario y largarse a tomar un espresso al Starbucks de la esquina.

Con o sin absolución me sentí alegre, en paz, amado y perdonado por el Señor, tras dejar mi basura a sus pies, encargado del divino reciclaje.

Yo sí entré en el Starbucks de la esquina y me tomé un double espresso. Me supo a gracia.

Dios se sirve de cualquier doble para ejercer su oficio, su mejor oficio, el del perdón, y se lo toma en serio.

Subí al avión con gran paz, ready to meet my Lord and Savior.

El confesionario, ¿ una antigualla?
Son muchos los funcionarios eclesiásticos que no creen en él y muchos los católicos, hijos pródigos, que nunca escriben la lista de sus pecados y nunca la musitan en el confesionario.