Movera, Torre a Torre

P. Félix Jiménez Tutor, escolapio.....

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Journal d’un -presque- curé de campagne

“Converso con el hombre que siempre va conmigo
quien habla solo espera hablar a Dios un día”. A. Machado

L
a terapia del camino es mucho más que salir a comprar salud, más que quitarse kilos, más que cultivar el cuerpo, hermoso en su desnudez juvenil y sagrado en su decrepitud física y mental.

La terapia del camino, conversación animada con el hombre que siempre va conmigo, se convierte en la teología del camino: preguntas, intuiciones, sermones corregidos y mejorados, versículos-mantra, letanía de jaculatorias santas y satánicas…

Todas las tardes me calzo las Adidas, no quiero compañía que es distracción y small talk, y en este hoy, mi hoy se llama Movera, Alfalfa Country sin sombreros ni espuelas, terapia del camino entre campos de Alfalfa y naves, graneros enormes, donde se almacenan las pacas de Alfalfa.

Tomaba café una mañana en el Bar Isabel y hojeando el Heraldo de Aragón, sorprendido e incrédulo, pedí una lupa para leer bien el anuncio: En venta la Torre Villarroya de Movera. Precio, medio millón de Euros.

Guiado por la curiosidad, la terapia del camino me ha llevada a husmear las Torres en ruina, las abandonadas, las en venta y las nuevas, asentamientos sin red de alcantarillado público, sin regulaciones, chabolismo elegante en no man’s land.

Por el Camino las Casicas, sin flechas ni señales, pasé por delante la Torre Movera 208 y las nuevas torres, asentamientos ilegales, que jalonan el camino.

R
ecorridos un par de kilómetros llegué a un par de casas.

Soy un cura que hace el camino de Movera, Torre a Torre. ¿Dónde estoy?, pregunté a un hombre soltero que salía de casa.

“Está en la Torre de San Lázaro”, me contestó.

Un caserón enorme, con un curioso reloj de sol en la fachada, se levanta al final de la calle.

Fue un antiguo convento. Usque ad occasum, se lee en el enigmático reloj.

El hombre soltero me indicó el camino que lleva a la Torre Villarroya, las dos Torres, la blanca señorial y clásica y la de piedra, mansión elegante y moderna. Fueron sus dueños militares de alta graduación con muchos criados y muchas tierras. Hoy abandonadas y desconectadas de la civilización más elemental y la más sofisticada esperan, aburridas y perfumadas por el olor de la Alfalfa, que alguien, con vocación de eremita y bolsillos profundos, las quiera resucitar.

Otra tarde, en mi camino teológico, divisé unas casitas en la lejanía y decidí visitarlas. Una senda estrecha me acercó hasta dos casas pintadas de un azul profundo y encerradas en un pequeño patio sin salidas. No vi a nadie, pero al deshacer el camino llegaba un joven que volvía del trabajo, bajó la ventanilla del coche y le pregunté: ¿Amigo,dónde estoy? Está en la Torre del Casetón. Vivo en la casa de mis abuelos y los campos de Alfalfa los tenemos arrendados. A propósito, mosén, nosotros no visitamos la Torre de la Plaza Mayor nº 9.

La Torre del Casetón tiene su morbo. Cada vez que la menciono a mis contertulios del Bar Isabel sale a relucir el señor de la Torre Bescós. Lugar de sus primeras citas amorosas.

La Torre Bescós, en la Avenida de Movera, ofrece a la vista del caminante un espectáculo anacrónico. Los ojos cansados de contemplar los campos de Alfalfa mecidos suavemente por el viento, ahora, miran y miran y se preguntan, ¿es verdad lo que veo? Un avión PHantom del ejército del aire, a punto de despegar, asoma por encima de la pared del jardín. Me acerco a la puerta y un tanque de verdad me declara la guerra. En el mástil cuatro banderas: España, Aragón, Europa y la Bandera de Estados Unidos. ¿Cuántas secretos guarda la Torre Bescós?

Alejandro, amigo de generales, no hizo las Américas, sí hizo las Áfricas, Gabón y Guinea Ecuatorial fueron su territorio y maderas y marfiles su fortuna. Los habitantes de Movera cuchichean todo tipo de historias sobre este personaje singular.

H
oy el marfil es una maldición, mejor no enseñarlo ni hacer ostentación de riquezas africanas.

N
o hay que juzgar un libro por sus tapas. Me sentí decepcionado cuando Javier me dijo que la Torrevirreina, hoy granja escuela de la Cai y dirigida por Ozanam, tenía solo unos veinte años. Su cúpula de cebolla, estilo iglesia ortodoxa, me parecía una reliquia del pasado y resulta ser de hoy. Pronto visitaré a Leo, el conserje, y la miraré con nuevos ojos.

La Torre de la Plaza Mayor nº 9, mi residencia, lo mejor que tiene es la ubicación. Es tan sencilla por fuera y por dentro que los ojos no tienen donde posarse. No está en ruinas ni abandonada ni en venta, es simplemente nueva y pasa desapercibida. Los cuatro bares de la Plaza Mayor tienen más clientela y generan más platita que la Torre, La Iglesia.

La misa de las 7 de la tarde es la misa de Joaquina, única feligresa fija si el tiempo y las fuerzas se lo permiten. Vienen, a veces, dos monjitas más por obligación, la letra de la Regla mata, que por devoción.

Pastriz además de tener aire de pueblo lo es y tiene identidad de pueblo.

Pastriz es más señorial, no tiene Torres, pero tiene el Palacio del barón de Guía Real y, a dos kilómetros, tiene el Palacio de la Alfranca. Mi Pastriz tiene jardines e historia.

La terapia del camino, obligación y devoción, es manantial de olores y sabores, surtidor de excitaciones estéticas y placenteras.