No me extraña.

P. Félix Jiménez Tutor, escolapio.....

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No me extraña que la Basílica del Pilar esté llena de turistas y vacía de orantes.

Marzo 10, 2019. Primer Domingo de Cuaresma.

Aterrizaba yo a las 9 de la mañana en el aeropuerto de Barajas, mal dormido y peor alimentado. El vuelo de NYC-Madrid, sin turbulencias y con una conversación insulsa con un joven de la India, fue aburrido y uneventful.

A las 12, el AVE siempre cumple, me presentaba en Zaragoza.

Yo que nunca he celebrado Misa solo, sin asamblea, todo para mí, y que venía leyendo algunas cartas de despedida de mis feligreses: “How good it was to have you with us again. Your sermons are the best. I always looked forward to your Masses”... hoy, Domingo, Primer Domingo de Cuaresma tenía que celebrar Misa solo, herejía justificada con mil razones espirituales por cada vez más curas, o no celebrarla, por razón del viaje y del cansancio, o ir a Misa.

Consulté el Horario de Misas del Pilar y decidí, a pesar de las malas experiencias del pasado, asistir a la misa de las 5 de la tarde.

Sentado en el primer banco, siempre frío, frente al ambón, escuché la proclamación, más bien la lectura cansina, en voz baja, sin puntos ni comas y sin el dramatismo del texto evangélico, la serpiente frente a Eva, el satán frente a Jesús, origen de las tentaciones de Jesús y de las tentaciones de los hombres, el relato del Evangelio. Un drama convertido en episodio prosaico.Todo presagiaba que lo que iba a seguir no iba a ser mejor.

El sacerdote lucía muchas puntillas que dejaban entrever algo rojo por esas ventanitas semejantes a celosías.

Los aparatosos ropajes litúrgicos distraen, pero nunca ocultan las carencias del que los viste.

El canónigo de la Misa de las 5, terminada su lectura particular del evangelio, desplegó unos folios y comenzó otra lectura, la del sermón.

Lectura recitada sin ilusión, sin fuerza, sin levantar la cabeza ni una sola vez, con los ojos clavados en unas líneas no suyas, leía para sí algo que no había reflexionado, a trompicones, los pocos cristianos que allí estábamos no éramos los destinatarios de aquella reflexión sobre las arenas del Rally Dakar. Leía para las bóvedas del Templo.

Tuve mala suerte, salí aburrido y vacío. El problema es que tenemos mala suerte, muchos, muchos días.

No me extraña que la Basílica del Pilar esté llena de turistas, los cristianos que quiere comer el filet mignon litúrgico buscan otros restaurantes.

No me extraña que sólo los mayores, los que están a dieta y no están interesados en oír nada ni con la ayuda de los audífonos, llenen unos pocos bancos y pasen del canónigo de turno mientras lee para sí unos folios robados.

Los cristianos, pecadores, conocedores de las debilidades humanas y experimentados en la lucha contra el demonio, el mundo y la carne que llevamos encima, han perdonado a los curas, durante siglos, todos sus pecados y no dejarán la Iglesia, Casta Meretrix, a pesar de los pecados contra el SEXto mandamiento.

Los cristianos sí dejan la Iglesia porque los curas no son servidores inspirados ni inspiran al pueblo de Dios.

La Iglesia se muere, no por los pecados contra el SEXto mandamiento de los curas, -la saga de los Borgia habría puesto el punto final hace siglos- la Iglesia se muere de aburrimiento.

La Misa es siempre juzgada por el sermón, el resto es el consabido y obligatorio guión.

El sermón es lo inédito, lo no escrito, lo que está llamado a sorprender, a inspirar, a reír, el sermón es nada y lo es todo, lo que no es nunca es un préstamo de Google.

Primer Domingo de Cuaresma, Misa en el Pilar, Misa sin turbulencias, monólogo uneventful, sin WIFI, no me conectó con nadie, con nada.

¿Consiguió conectar a los otros sufridores? Lo dudo.

La belleza del retablo de Damián Forment, pantalla visual y diálogo vía Skype, fue más original y nutritivo que el monólogo del funcionario eclesial que, puntillas aparte, no supo transmitir a sus oyentes el password para que pudieran acceder y acoger el mensaje.

El club de los canónigos, tienen poder pero no imaginación, no han conseguido convertir la Basílica del Pilar en un lugar de culto continuo, gozoso y vibrante para los católicos de Aragón. Se contentan con la hojarasca de los mil inesenciales de la religión, con que sea un gran lugar turístico.